Por E.V.Pita (2010)
El libro "La palanca de la riqueza", de Joel Mokyr, Alianza Editorial 1993, explica en un capítulo los avances que experimenta la tecnología de la industria textil del hilado en Inglaterra a lo largo del siglo XVIII, y cómo la instalación de unos rodillos móviles permitieron automatizar el proceso de hilado y hacerlo mucho más preciso. Lo mismo ocurrió con la fabricación de porcelana en Delf (Holanda) y en Alemania, e incluso en Sargadelos. Estas innovaciones chocaron con los sistemas artesanales de producción de hilado a mano que en el XIX supusieron una debacle en regiones periféricas. La pregunta es que entre la aparición de las primeras máquinas y la ruina de las hilanderas, para las que esta actividad era un complemento a su actividad agraria, pasaron entre 50 y 100 años pero durante ese periodo en algunas regiones nadie hizo nada por modernizar el proceso y evitar la ruina. Si lo sabían, por qué no hicieron nada para probar, comprar o diseñar aparatos similares aunque fuesen de tecnología básica, y si dieron el paso a la innovación, por qué no lograron hacerse con un hueco en el mercado.
La cuestión que planteo es la siguiente: se supone que esa innovación (Carmona, 1990) no se llevó a cabo porque faltó capital e incentivos. La pregunta que hago es que el entorno rural es cooperativo y comunitario y que por tanto no sería difícil que algún viajante que fuese a la feria con frecuencia pudiese memorizar y copiar el diseño de una de estas máquinas y que con los planos un artesano de la madera de una aldea periférica la reprodujese a escala real gratuitamente, en su tiempo libre y como hobby. Las piezas de metal serían más dificiles de conseguir pero podrían sustituirse por madera, menos eficiente. La mayor dificultad era deducir los principios que animaban esa tecnología textil. Sin esos conceptos, sería una tentativa tan fallida como que en una aldea intentasen fabricar un robot de madera sin tener en cuenta otras nociones como la transmisión de información electrónica. Pero, a groso modo, las imitaciones de bajo coste comunitarias eran viables. En la mayoría de los casos, los artesanos debieron disuadir a las personas que se lo propusieron al considerar que el proyecto era inviable porque no disponían de una fuente de energía que animase la máquina, aunque ese problema técnico también era resoluble con los molinos de agua. Incluso si hubiese oposición de la comunidad rural o de las autoridades a la fabricación de aparatos textiles, se podría haber llevado a cabo discretamente por familias que contasen con artesanos e hilanderas.
En cuanto a la porcelana, tenemos el caso del promotor que fundó la fábrica de porcelana de Sargadelos a finales del siglo XVIII y que fue destruida por la oposición de sus trabajadores y de los estamentos clericales, entre otros, e incluso por las tropas británicas para dejar a la España controlada por Napoleón sin tejido industrial.
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