Resumen de "La sociedad de la externalización", de Stephan Lessenich (2019)
Resumen del libro:https://evpitasociologia.blogspot.com/2019/10/la-sociedad-de-la-externalizacion-de.html
Resumen elaborado por E. V. Pita, doctor en Comunicación y licenciado en Sociología y Derecho
Sociología, globalización, externalidades, desigualdad
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Ficha técnica
Título: "La sociedad de la externalización"
Título original: "Neben uns die Sintflut. Die Externalisierungsgesellschaft und ihr Preis"
Autor: Stephan Lessenich
Fecha de publicación en alemán: 2016
Edición en español: Herder Editorial SL, Barcelona, 2019
Número de páginas: 228
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Biografía oficial del autor Stephan Lessenich (hasta el 2019)
Stephan Lessenich (Sttugart, 1965), es catedrático de Sociología en la Universidad Ludwig Maximilians de Múnich. Entre 2013 y 2017 fue presidente de la Sociedad Alemana de Sociología. Su campo de investigación abarca la sociología política, la desigualdad social, la teoría del estado del bienestar, la macrosociología comparativa y la sociología de las edades.
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Texto de la contraportada
"Tenerlo todo y querer aún más, preservar el propio bienestar a costa de denegárselo a otros: esta es la máxima de las sociedades desarrolladas, aunque se intente disimular en el ámbito público. En efecto, Occidente externaliza sistemáticamente los efectos negativos generados en pos de nuestro modo de vida sobre los países más pobres de otras regiones del mundo. A diferencia del ideal que querríamos creer, si nos va bien es porque desplazamos sistemáticamente muchos de los problemas que genera nuestro estilo de vida sobre los más desfavorecidos.
Esta obra presenta un riguroso y mordaz análisis de las relaciones de dependencia y explotación en el mundo globalizado. Frente a las poderosas fuerzas que quieren obviar u ocultar los trasfondos y los efectos secundarios del capitalismo, hace falta asumir y aumentar la responsabilidad individual y colectiva con los demás para acabar con la pobreza y la explotación, la violencia y la devastación natural. Este libro contribuye a ello".
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ÍNDICE
1. A nuestro lado el diluvio
Crónica de una catástrofe anunciada o el Río Doce está en todas partes
La desigualdad en el bienestar global o me gustaría ser un perro
Externalización, o de la "buena vida" a expensas de todos
2. Externalización: desigualdad social considerada en sus correlaciones
Dinámica capitalista... y su precio
La externalización considerada sociológicamente: vivir por encima de las posibilidades de otros
Estructuras, mecanismos y prácticas de la externalización
La externalización considerada psicoanalíticamente el velo del no querer saber
3. Vive y deja morir: la externalización como intercambio desigual
La inversión como imperativo categórico
La maldición de la soja o qué nos importan los granos
Más allá de la soja: extractos del diario de la sociedad de la externalización
Los sucios serán los limpios: la paradoja económica global
El mundo en el capitaloceno: el endeudamiento ecológico del norte global
El estilo de vida imperial: ¿hay una vida correcta en la falsa?
"Es el capitalismo, imbéciles": querer saber o no querer saber, esta es aquí la cuestión
"Diseño o desastre".... ¿o pese a todo democracia?
Post scriptum
4. Dentro contra fuera: externalización como monopolio de movilidad
La globalización demediada
Yupi ya era yupi: ¿nos salimos de la sociedad de la externalización?
¿... y entramos en la sociedad de la externalización? El poder de los pasaportes
Derechos de ciudadanía y democracia del carbón: el barco de vapor está lleno.
¿Nada que perder salvo sus cadenas de valor añadido? El trabajo en la externalización
Arriba el telón: la sociedad de la externalización ¿desvelada?
PS
5. Tenemos que hablar: imaginarse que el problema no existe es cosa de ayer
¿Desigualdad? ¿Qué desigualdad?
Los campos de batalla del capitalismo global
La sociedad de la externalización contraataca a sí misma
Vivir en el ojo del huracán: no hay nada bueno. a no ser que uno lo haga
Epílogo: el río Dulce antes de la catástrofe
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RESUMEN
El autor de "La sociedad de la externalización", Stephan Lessenich, parte del concepto de externalidades, que es la generación de costes ocultos para la sociedad y que no aparecen reflejados en el precio de venta al público al no tenerse en cuenta. Por ejemplo, una fábrica de pinturas contamina un río y arruina a muchos agricultores, pero el precio al público no refleja los daños ocasionados ni el coste ecológico.
Siguiendo dicho argumento, Lessenich señala que Occidente vive en una sociedad libre de residuos porque todas las industrias contaminantes han sido trasladadas al sur, donde obtiene ganancias por el bajo coste de la mano de obra. Pone como ejemplo la catástrofe de Río Doce, una presa rota que anegó de productos mineros rojizos enormes extensiones de Brasil y generó fabulosos perjuicios a los agricultores aunque luego se dijo que el daño ecológico fue limitado, pero los pescadores se han quedado sin trabajo y medio de subsistencia porque se prohibió pescar por la contaminación. Dice que estas situaciones son "business as usual" para las multinacionales y no tragedias. El ciudadano del mundo del bienestar de Occidente, aunque no sea accionista, se queda con las ventajas de las relaciones de producción globales. Añade que la riqueza natural no se ha agotado pero ha sido desviada a Europa y a los otros centros de bienestar del mundo recibiendo a cambio "generosos regalos pobreza y explotación, violencia y destrucción".
Explica que el capitalismo industrial y la democracia de carbón pasaron a ser los invernaderos de una sociedad cuyos modelos de producción y de consumo, sus modos de trabajo y estilos de vida, basados en un continuo suministro de materias primas baratas y la deslocalización de los costes económicos, ecológicos y sociales en un acuerdo global. Mientras todo iba viento en popa, la gente se atrevía a más democracia, un auténtico milagro social. Aún así la democracia del carbón no resolvió la desigualdad entre el dueño del capital y los asalariados (dice el autor) ni cambió las oportunidades vitales de pobres y ricos en el propio país. Pero sí elevó el nivel medio del ciudadano, impresionante si se compara con la naturaleza destruida del Tercer Mundo. "Y de repente en nuestro viaje a la felicidad en un crucero impulsado por carbón vienen a estorbarnos los botes neumáticos y las bandas de tráfico de hombres", añade el autor.
Cuando un barato producto asiático llega a las tiendas o mesas de Occidente, nadie se pregunta cuáles han sido las condiciones en que se ha producido ni su coste real. Los ciudadanos de los países ricos obtienen mercancías baratas sin hacerse demasiadas preguntas por las situaciones laboral o medioambientales de los países pobres donde se fabrican. Comenta que las gambas, un producto estrella en Alemania, se cultivan a costa de degradar los manglares. O el "coffe to go" (café para llevar) se ha popularizado como un café para tirar (vasos de cartón recubiertos con una fina capa de plástico y una asa de cartón para proteger las manos del calor, y una tapa de plástico). Ve un desigual intercambio ecológico y social (soja y aceite de palma, algodón y arena, gambas y café). "Hay un generalizado no querer saber qué sucede en realidad con nuestra vida a lo grande, quién tiene que cargar con ella, dónde se trabaja para ella, a quién le toca pagarla", advierte. La pregunta sistemática es "Es el capitalismo, imbéciles", que unos puedan externalizar y otros tengan que pagar el precio por ello.
Añade que el discurso de la sostenibilidad es un ejemplo elocuente de la estrategia de continuidad a base de renovación pero sin que se vean afectados los rendimientos del capital y la confianza de los inversores. Dice que cualquiera que desee que todos los ciudadanos del mundo tengan una existencia asegurada materialmente y puedan decidir su destino vital y tener la oportunidad de una convivencia pacífica tendrán que poner en cuestión la sociedad de la externalización y los principios fundacionales del capitalismo global como sistema de intercambio desigual. Pero luego se mira a otra parte para no ver la realidad social.
Sostiene que medidas como el "consumo ético" y la "concienciación medioambiental", el comercio justo los sellos ecológicos de calidad, llevadas a cabo individualmente no podrán cambiar la estructura de poder externalizante "ni arreglará la cosa".
Cree que detrás hay un "estilo de vida imperial" (Brand y Wissen) que se apropia de las fuentes de recursos (trabajo, suelo, medioambiente) de otros "de una forma explotadora y que solo se puede mantener merced a esta praxis inconfesada de apropiación". Del imperio externalizante del norte no puede formar parte con los mismos derechos la población del sur. Los dominados se quedan fuera pues el tren de vida de los dominantes depende de estos procesos de exclusión.
Explica que el capitalismo industrial y la democracia de carbón pasaron a ser los invernaderos de una sociedad cuyos modelos de producción y de consumo, sus modos de trabajo y estilos de vida, basados en un continuo suministro de materias primas baratas y la deslocalización de los costes económicos, ecológicos y sociales en un acuerdo global. Mientras todo iba viento en popa, la gente se atrevía a más democracia, un auténtico milagro social. Aún así la democracia del carbón no resolvió la desigualdad entre el dueño del capital y los asalariados (dice el autor) ni cambió las oportunidades vitales de pobres y ricos en el propio país. Pero sí elevó el nivel medio del ciudadano, impresionante si se compara con la naturaleza destruida del Tercer Mundo. "Y de repente en nuestro viaje a la felicidad en un crucero impulsado por carbón vienen a estorbarnos los botes neumáticos y las bandas de tráfico de hombres", añade el autor.
Cuando un barato producto asiático llega a las tiendas o mesas de Occidente, nadie se pregunta cuáles han sido las condiciones en que se ha producido ni su coste real. Los ciudadanos de los países ricos obtienen mercancías baratas sin hacerse demasiadas preguntas por las situaciones laboral o medioambientales de los países pobres donde se fabrican. Comenta que las gambas, un producto estrella en Alemania, se cultivan a costa de degradar los manglares. O el "coffe to go" (café para llevar) se ha popularizado como un café para tirar (vasos de cartón recubiertos con una fina capa de plástico y una asa de cartón para proteger las manos del calor, y una tapa de plástico). Ve un desigual intercambio ecológico y social (soja y aceite de palma, algodón y arena, gambas y café). "Hay un generalizado no querer saber qué sucede en realidad con nuestra vida a lo grande, quién tiene que cargar con ella, dónde se trabaja para ella, a quién le toca pagarla", advierte. La pregunta sistemática es "Es el capitalismo, imbéciles", que unos puedan externalizar y otros tengan que pagar el precio por ello.
Añade que el discurso de la sostenibilidad es un ejemplo elocuente de la estrategia de continuidad a base de renovación pero sin que se vean afectados los rendimientos del capital y la confianza de los inversores. Dice que cualquiera que desee que todos los ciudadanos del mundo tengan una existencia asegurada materialmente y puedan decidir su destino vital y tener la oportunidad de una convivencia pacífica tendrán que poner en cuestión la sociedad de la externalización y los principios fundacionales del capitalismo global como sistema de intercambio desigual. Pero luego se mira a otra parte para no ver la realidad social.
Sostiene que medidas como el "consumo ético" y la "concienciación medioambiental", el comercio justo los sellos ecológicos de calidad, llevadas a cabo individualmente no podrán cambiar la estructura de poder externalizante "ni arreglará la cosa".
Cree que detrás hay un "estilo de vida imperial" (Brand y Wissen) que se apropia de las fuentes de recursos (trabajo, suelo, medioambiente) de otros "de una forma explotadora y que solo se puede mantener merced a esta praxis inconfesada de apropiación". Del imperio externalizante del norte no puede formar parte con los mismos derechos la población del sur. Los dominados se quedan fuera pues el tren de vida de los dominantes depende de estos procesos de exclusión.
El problema, dice Lessenich, es que este capitalismo esquilmador de los recursos no puede garantizar el crecimiento ilimitado ya que los recursos del planeta son finitos y el sistema está llegando a su agotamiento. Es lo que llama el capitaloceno, la era humana basada en el capital que está generando extinciones masivas de especias.
El autor cree que la sociedad de la externalización está agotada: "No se puede seguir expulsando por más tiempo a los fantasmas de la sociedad de la externalización, sus efectos destructivos "ahí fuera" no se pueden seguir disociando de nuestra conciencia colectiva social: crisis y guerras que nos rodean testimonian que la sociedad de la externalización está empezando a reclamarnos ya el pago de su precio". Dice que hay que abrir los ojos a la correlación entre el bienestar aquí y el malestar allá. Añade que no vivimos por encima de nuestras posibilidades sino por encima de las posibilidades de otros, y cree que tenemos bajas posibilidades de cambiar la situación. Añade que los ciudadanos de la sociedad de la externalización sienten en su nuca el aliento de los excluidos pero también el ciclo de la basura que regresa a nosotros en forma de microplásticos que se integran en la cadena alimentaria (de nada vale fabricar pantalones hippies con basura de plástico). Los límites de la externalización, dice, solo se podrán superar a base de violencia y no de fábulas como que siempre se podrá seguir así, de forma que resulte menos mortífera para los perdedores del sistema, menos vergonzosa para los ganadores y más limpia para el planeta.
El autor cree que la sociedad de la externalización está agotada: "No se puede seguir expulsando por más tiempo a los fantasmas de la sociedad de la externalización, sus efectos destructivos "ahí fuera" no se pueden seguir disociando de nuestra conciencia colectiva social: crisis y guerras que nos rodean testimonian que la sociedad de la externalización está empezando a reclamarnos ya el pago de su precio". Dice que hay que abrir los ojos a la correlación entre el bienestar aquí y el malestar allá. Añade que no vivimos por encima de nuestras posibilidades sino por encima de las posibilidades de otros, y cree que tenemos bajas posibilidades de cambiar la situación. Añade que los ciudadanos de la sociedad de la externalización sienten en su nuca el aliento de los excluidos pero también el ciclo de la basura que regresa a nosotros en forma de microplásticos que se integran en la cadena alimentaria (de nada vale fabricar pantalones hippies con basura de plástico). Los límites de la externalización, dice, solo se podrán superar a base de violencia y no de fábulas como que siempre se podrá seguir así, de forma que resulte menos mortífera para los perdedores del sistema, menos vergonzosa para los ganadores y más limpia para el planeta.
Otra de las claves del libro es que aunque Occidente genera externalidades en otros continentes, salvaguardando lo suyo, al final los países pobres le devuelven la pelota a través de inmigraciones masivas. Y genera otra paradoja: aunque Occidente promete la libre circulación de capitales y personas, esta se constituye como una barrera para los demás. Los turistas de países ricos pueden visitar el país pobre (sin que se hable de avalanchas, invasiones) pero los pobres no pueden entrar en Europa o Estados Unidos como inmigrantes o se les ponen muchas trabas burocráticas. Mientras un irlandés puede viajar libremente sin visado a 95 países del mundo, un afgano o iraní solo pueden ir a cuatro sin visado, lo mismo que muchos estados pobres africanos. Es lo que se denomina la "brecha de movilidad". Afirma que Europa, ante la crisis de los refugiados, se comportó como los histéricos náufragos de una balsa que impiden que suba más gente al barco. Eso mismo ocurre con los inmigrantes ya asentados en un país: una vez dentro, no quieren que otros disfruten de sus comodidades. Por eso, hay una especie de "lotería de derecho nativo": si te tocó nacer en un país rico y en el lugar correcto y el momento apropiado, has tenido suerte en la lotería de las oportunidades vitales. Aunque las sociedades modernas critican esta discriminación por raza, sexo o clase, nadie toma medidas para la equiparación jurídica y el equilibrio social. Estos derechos se garantizan al ciudadano de un Estado (derecho de reunión, seguridad social, educación...) y se excluye a los no ciudadanos. Por tanto, la nacionalidad es un "bien club": los socios disfrutan de bienes y los otros no.
Al occidental le asombra que venga gente a cuestionar esta doble moral (que uno se permita algo a sí mismo no quiere decir que se lo conceda a otros) y reacciona a las pretensiones de los excluidos con una vehemencia y agresividad que lo dice todo: la sociedad de la externalización no contaba con la sublevación de los perdedores. "Y sin embargo, se está produciendo", dice el autor.
Hay una contradicción entre la "hipermovilidad" o el "borderless world" del discurso globalista y la crisis de los refugiados. "Del estilo de vida practicado en las democracias liberales del mundo occidental forma parte esencial la restricción de las libertades de terceros", añade. Hay un "doble movimiento social" (Ronen Shamir) hacia fronteras vigiladas y comunidades cerradas, hay un impedimento selectivo hacia el movimiento. Si un tsunami devasta unas islas asiáticas, las agencias de turismo cambian de destino (por ejemplo, a España, que fue el mayor beneficiado a atentados terroristas). En Cancún, los turistas beben agua embotellada y no se les puede exigir que beban la del grifo como a los nativos, o toman fruta fresca y troceada empaquetada, lo que genera un enorme gasto ecológico, mayor que en un crucero vacacional.
El aumento de inmigrantes continuará, dice, porque la situación es insostenible en los países pobres, ya sea por las guerras o por el cambio climático. Añade que las clases medias de México ganan en su país tanto como las más pobres en EE.UU., razón por la que es un incentivo para cruzar la frontera. Lo mismo pasa en Argentina con España. Hay muchos incentivos para los trabajadores pobres para desplazarse a un país rico, donde se duplican, triplican o se ganan 10 veces más dinero o más.
Dice que hay una espiral de silencio con el capitalismo de bienestar, un crecimiento económico que se logra a costa de otros más pobres situados en la periferia. Añade que sin un capitalismo de la pobreza tampoco hay un capitalismo del bienestar, según la lógica estructural del sistema mundial moderno. Añade que el bienestar individual del occidental y colectivo no solo se basa en el trabajo duro, en economizar con inteligencia y en la fortuna de los que se afanan, sino también en la explotación sistemática y en colaborar activamente en la desgracia de otros países. (página 205) "Si miramos entre los bastidores, la enorme productividad de nuestra economía ya no aparece como un milagro sino como efecto de la externalización de actividades poco productivas". Añade que los balances medioambientales de las sociedades de servicios occidentales se pueden interpretar como una acreditación de la tercerización de industrias sucias.
Por tanto, dice el autor, a un lado están los ganadores de la globalización y al otro los perdedores del capitalismo global. Cree que hay que hacer visible lo invisible, pronunciar lo tácito, hacer que resalte lo ocultado, dejar bien claras colectivamente una serie de "amargas verdades" como el hecho de que nuestro estilo de vida típico del capitalismo de bienestar no es universalizable, que se basa en insoportables condiciones de vida en otras partes y que solo se pueden mantener sobre esa base y que el cambio a una oportunidad vital igual a escala mundial modificará nuestra vida social. Propone una alianza y "autoempoderamiento" colectivo para mejorar la igualdad de todas las personas.
Para cambiar la sociedad de la externalización propone:
- una revisión del régimen de comercio mundial que acabe con la privilegios de las economías del centro
- fiscalización efectiva de las transaciones financieras a nivel mundial y una remodelación de las economías nacionales ricas en economías de poscrecimiento
-contrato social global para retardar el cambio climático y paliación igualitaria de sus consecuencias
- política jurídica transnacional que consolide eficientemente los derechos sociales globales.
Esto generaría una política de "doble redistribución" a escala nacional y global, lo que no se resolverá con proyectos piloto de economía solidaria ni con una actividad vanguardista de consumo ético, ni por el cambio tecnológico, la digitalización y la economía del conocimiento, como sostienen los teóricos del postcapitalismo (Jeremy Rifkin o Paul Mason).
Al occidental le asombra que venga gente a cuestionar esta doble moral (que uno se permita algo a sí mismo no quiere decir que se lo conceda a otros) y reacciona a las pretensiones de los excluidos con una vehemencia y agresividad que lo dice todo: la sociedad de la externalización no contaba con la sublevación de los perdedores. "Y sin embargo, se está produciendo", dice el autor.
Hay una contradicción entre la "hipermovilidad" o el "borderless world" del discurso globalista y la crisis de los refugiados. "Del estilo de vida practicado en las democracias liberales del mundo occidental forma parte esencial la restricción de las libertades de terceros", añade. Hay un "doble movimiento social" (Ronen Shamir) hacia fronteras vigiladas y comunidades cerradas, hay un impedimento selectivo hacia el movimiento. Si un tsunami devasta unas islas asiáticas, las agencias de turismo cambian de destino (por ejemplo, a España, que fue el mayor beneficiado a atentados terroristas). En Cancún, los turistas beben agua embotellada y no se les puede exigir que beban la del grifo como a los nativos, o toman fruta fresca y troceada empaquetada, lo que genera un enorme gasto ecológico, mayor que en un crucero vacacional.
El aumento de inmigrantes continuará, dice, porque la situación es insostenible en los países pobres, ya sea por las guerras o por el cambio climático. Añade que las clases medias de México ganan en su país tanto como las más pobres en EE.UU., razón por la que es un incentivo para cruzar la frontera. Lo mismo pasa en Argentina con España. Hay muchos incentivos para los trabajadores pobres para desplazarse a un país rico, donde se duplican, triplican o se ganan 10 veces más dinero o más.
Dice que hay una espiral de silencio con el capitalismo de bienestar, un crecimiento económico que se logra a costa de otros más pobres situados en la periferia. Añade que sin un capitalismo de la pobreza tampoco hay un capitalismo del bienestar, según la lógica estructural del sistema mundial moderno. Añade que el bienestar individual del occidental y colectivo no solo se basa en el trabajo duro, en economizar con inteligencia y en la fortuna de los que se afanan, sino también en la explotación sistemática y en colaborar activamente en la desgracia de otros países. (página 205) "Si miramos entre los bastidores, la enorme productividad de nuestra economía ya no aparece como un milagro sino como efecto de la externalización de actividades poco productivas". Añade que los balances medioambientales de las sociedades de servicios occidentales se pueden interpretar como una acreditación de la tercerización de industrias sucias.
Por tanto, dice el autor, a un lado están los ganadores de la globalización y al otro los perdedores del capitalismo global. Cree que hay que hacer visible lo invisible, pronunciar lo tácito, hacer que resalte lo ocultado, dejar bien claras colectivamente una serie de "amargas verdades" como el hecho de que nuestro estilo de vida típico del capitalismo de bienestar no es universalizable, que se basa en insoportables condiciones de vida en otras partes y que solo se pueden mantener sobre esa base y que el cambio a una oportunidad vital igual a escala mundial modificará nuestra vida social. Propone una alianza y "autoempoderamiento" colectivo para mejorar la igualdad de todas las personas.
Para cambiar la sociedad de la externalización propone:
- una revisión del régimen de comercio mundial que acabe con la privilegios de las economías del centro
- fiscalización efectiva de las transaciones financieras a nivel mundial y una remodelación de las economías nacionales ricas en economías de poscrecimiento
-contrato social global para retardar el cambio climático y paliación igualitaria de sus consecuencias
- política jurídica transnacional que consolide eficientemente los derechos sociales globales.
Esto generaría una política de "doble redistribución" a escala nacional y global, lo que no se resolverá con proyectos piloto de economía solidaria ni con una actividad vanguardista de consumo ético, ni por el cambio tecnológico, la digitalización y la economía del conocimiento, como sostienen los teóricos del postcapitalismo (Jeremy Rifkin o Paul Mason).
"Unos ganan y otros pierden y ambas posiciones en este juego siempre están ocupadas por los mismos: esto es lo que sucede en la sociedad de la externalización pero no tiene por qué seguir sucediendo", dice Stephan Lessenich.
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