lunes, 11 de diciembre de 2023

"Emperador de Roma", de Mary Beard (2023)

 Resumen del libro "Emperador de Roma", de Mary Beard (2023)

Resumen original y actualizado del libro:

https://evpitasociologia.blogspot.com/2023/12/emperador-de-roma-de-mary-beard-2023.html

Resumen elaborado por E. V. Pita, doctor en Comunicación y licenciado en Sociología y Derecho

Sociología, Historia Antigua, Imperio Romano, Roma

...................................................................................................

Ficha técnica

Título: "Emperador de Roma"

Subtítulo: Gobernar el Imperio Romano

Título en inglés: Emperor of Rome. Ruling the Ancient Roman World

Autora: Mary Beard

Fecha de publicación en inglés: 2023

Editorial: Crítica, Barcelona, 2023

Número de páginas: 565

...................................................................................................

Biografía de Mary Beard

Mary Beard es catedrática emérita de clásicas en Cambridge y editora de clásicas del Times Literary Supplement. Ha recibido elogios académicos en todo el mundo. Entre sus libros publicados se incluye El triunfo romano (2008), Pompeya (2009), ganador del premio Wolfson, La herencia viva de los clásicos (2013), SPQR, Una historia de la antigua Roma (2016), Mujeres y Poder (2018) y Doce Césares (2021), todos ellos publicados en Crítica. Fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2016.

...................................................................................................

Texto de la solapa interior

"¿Cómo era realmente gobernar y ser gobernado en el antiguo mundo romano?

"Emperador de Roma" explora la realidad y la ficción de los gobernantes del antiguo mundo romano preguntándose qué es lo que hicieron, por qué lo hicieron y por qué el relato de sus historias ha transcendido de forma tan extravagante y, a veces, escabrosa. El libro atiende a importantes cuestiones de poder, corrupción y conspiración, pero también se ocupa de los aspectos prácticos y cotidianos de sus vidas. ¿Qué y dónde comían? ¿Con quién dormían? ¿Cómo viajaban?

A lo largo de esta obra conoceremos a muchas personas que no fueron emperadores ni aspiraban a ello, pero que hicieron posible el sistema imperial: aristócratas cautelosos, cocineros esclavos, secretarios diligentes, bufones de la corte e incluso un médico que trató a un joven príncipe de amigdalitis.

Sin embargo, si el Imperio romano hubiera estado gobernado por una serie de autócratas perturbados, su supervivencia no se entendería. Mi interés se centra en cómo surgieron estas historias de locura, en cómo se gestionaban de verdad los asuntos del Imperio y en los temores de los romanos de que el gobierno de los emperadores no solo estuviera manchado de sangre (esto se dada por descontado), sino que fuera una extraña e inquietante distopía construida sobre el engaño y la falsedad". Mary Beard

...................................................................................................

ÍNDICE

Los protagonistas principales

Bienvenidos

Prólogo: Cena con Heliogábalo

1. Gobierno de un solo hombre: conceptos básicos

2. ¿Quién es el siguiente? El arte de la sucesión

3. Banquetes de poder

4. ¿Qué hay en un palacio?

5. Gente de palacio: El emperador en su corte

6. En el trabajo

7. ¿Tiempo libre?

8. Emperadores en el extranjero

9. Cara a cara

10. "Creo que me estoy convirtiendo en un dios"

Epílogo. El fin de una era

...................................................................................................

RESUMEN

El libro está muy bien pensado porque no aborda una sucesión cronológica de emperadores con la historia de sus mandatos, sino que la autora Mary Beard examina cuestiones como los palacios en los que vivían, cómo se realizaba la sucesión, la mala prensa que había detrás de ellos y el trabajo que tenían que hacer, con audiencias a plebeyos, resolución de casos y justicia, crímenes palaciegos, etc...  La autora solo eligió como emperadores ("uno de nosotros") a los que van desde Augusto hasta Alejandro Severo, en el año 235, ya que los siguientes gobernantes apenas duraban unos meses o años y generalmente accedían al poder mediante golpes militares o se repartían el poder por regiones. No tienen el poder ni el nivel de un Marco Aurelio o un Adriano. Hubo grandes emperadores posteriores como Constantino, pero que la autora no incluye. Una de las razones, es que muchos se volvieron cristianos o ya lo eran (como Teodosio) y montaron una nueva imaginería (donde sus iconos centralizaban el poder y se identificaban con Jesús).

Arranca la historia con el distópico Heliogábalo, el emperador adolescente que servía comidas de color azul o negro en su palacio, o daba comida falsa a los más pobres, y lanzaba pétalos rosa a sus invitados en las cenas hasta asfixiarlos, según dicen. La autora insiste en que, a pesar de la mala prensa por su superficialidad o psicopatía, los emperadores, en general, eran bastante rutinarios, tenían una agenda diaria que cumplir y tramitaban numerosos asuntos muy serios de los que dependía el Imperio, razón por la cual esta institución duró 400 años. Otra posibilidad es que el Imperio fuese una máquina burocrática bien engrasada que funcionaba con o sin ellos.

El primer emperador, Augusto, fue el que finiquitó la República Romana al instaurar el gobierno de un solo hombre, marcó la tendencia de tener al Senado subordinado, aunque guardando las apariencias de humildad, pero fue él quien marcó la línea sucesoria a través del hijo de su esposa Livia, Tiberio, y la familia Julia-Claudia. Ellos convirtieron el Imperio en una dinastía que ocupó el trono de Roma durante décadas, para ser sustituidos por los Flavio, aunque sin ostentar oficialmente el título de reyes. La autora cree que sí eran reyes y tenían reinados. Pero la sucesión no siempre era la de un familiar cercano sino la del más óptimo y muchos eran asesinados por ineptos o déspotas, o por rencillas personales.

Respecto a Augusto, la autora cuenta cómo logró el poder tras la batalla naval que perdieron Marco Antonio y Cleopatra, y reinó durante cuatro décadas junto a Livia. Dice que el retrato que hace Suetonio de su fallecimiento lo retrata como buen emperador: murió en la cama (emperador bueno), recibe en su lecho a unos amigos (era "uno de nosotros"), se preocupa por la salud de su niestrasta (era un hombre de familia), recibe a su esposa Livia (marido leal, aunque corren rumores malintencionados de que ella le envenenó la fruta) e incluso tuvo una premonición: 40 jóvenes se lo estaban llevando (así fue, 40 soldados acompañaron su cadáver hasta Roma). Este sería el modelo de buen emperador. Y luego están los malos como Calígula (dice la autora que lo de nombrar cónsul a su caballo fue una broma con los senadores que se volvió en su contra y lo asesinaron unos guardas pretorianos), Nerón (tras una rebelión se quedó solo, acompañado de su leal ama de cría, y se suicidó), Domiciano (que fue el que inició la construcción del palacio del monte Palatino y que, a pesar de su mala prensa, la autora cree que fue un emperador bastante responsable; pero en todo caso, era muy desconfiado y, pese a todas sus precauciones como poner espejos en sus habitaciones para evitar ataques por la espalda, acabó asesinado) o Cómodo (el falso gladiador).

La autora se detiene en detalles como el palacio del Palatinado, en una colina con vistas al foro, y que sustituyó a la fastuosa Domus Aurea de Nerón (que el sensato Vespasiano recicló como Coliseo y devolvió a Roma ese espacio como zona pública). El Palatino se convirtió en una "prisión" para los emperadores, muchos de los cuales (como Domiciano,  Cómodo o Geta) fueron asesinados en sus corredores privados por sus propios guardias o por allegados y gente próxima, o directamente por sus familiares. Lo cierto es que para entrar había que subir por un corredor cubierto con una elevada cuesta en forma de serpiente y con guardias en las esquinas [nota del lector: que recuerda a una torre de la realeza en el centro de Copenhague]. 

La autora cuenta que es difícil imaginarse cómo eran estos palacios cubiertos de mármol, ni las partes de arriba, y donde estaban amontonadas todo tipo de mercancías. No se trataban de palacios asépticos y vacíos, sino que su aspecto recuerda al bullicio de pequeños bazares a donde todos los días llegaban aristócratas y plebeyos a "saludar" al emperador (la "salutatio") y pedirle favores. En todo caso, había más bullicio por los corredores subterráneos, por donde caminaban los esclavos para no ser vistos por la élite de arriba que disfrutaba del lujo del mármol. Algunos esclavos dejaron escritos en el yeso sus "graffitis", incluida una burla escrita sobre un esclavo cristiano que rezaba a un asno crucificado (la autora recuerda que los primeros cristianos de la época romana identificaban así al salvador).

Eso sí, los clientes y la élite llegaban hasta el trono del emperador después de recorrer unos laberínticos pasillos. La autora añade que muchos emperadores, como Tiberio o Adriano, huyeron de ese palacio para disponer de privacidad en sus propias villas, uno en Capri, y otro a las afueras. Las malas lenguas decían que así, en la lejanía, ocultaban sus perversidades de los ojos del Senado pero la autora cree que las cortes, por sí mismas, eran insanas, que los emperadores huían de allí y que el propio Trajano o Antonino Pío se "fugaban" a la campiña en el verano, y desde ese cómodo lugar, seguían con su trabajo diario, que incluía juicios.

El Senado quedó convertido en un espacio donde refrendar las decisiones del emperador. Critica al noble y escritor Plinio el Joven, cuando fue cónsul por dos meses, por adular a Trajano en un largo discurso (el Panegírico), pero cree que este no tenía otro remedio, ya que contrariar al emperador podía tener muy malas consecuencias.

La creación de un Estado romano con un solo hombre en el poder (intentaba compaginar el ser "princeps" (líder) y "uno de nosotros"), iniciada por Julio César, también conllevó la difusión de estatuas, bustos, retratos e imágenes del emperador desnudos o con toga, o atuendo militar, por doquier (la disposición de los mechones del pelo dan pistas de qué emperador es, porque se hacían en cadena en base a modelos de yeso o cera como "imagen oficial"), así como su "divinización" (soltaban un águila en la pira funeraria del emperador o su muñeco de cera y esta salía volando para simbolizar el ascenso de su alma a los cielos). Solo de Augusto había 50.000 imágenes, en general de aspecto juvenil (frente a los retratos de viejos con verrugas de la República o la de Vespasiano, para distanciarse del derrochador Nerón). Muchos emperadores adoptivos copiaban a los anteriores, por lo que se parecían bastante entre ellos o se ponen barba y bigote como los adolescentes Heliogábalo o Alejandro Severo. Por su parte, los retratos de emperatrices destacaban por sus bellos peinados.

La autora concluye que nada se puede aprender de los romanos (ya que sus soluciones no nos valen). Recalca que era un pueblo sangriento y cruel que dirimía sus disputas con asesinatos. Prueba de ello eran los espectáculos circenses donde los gladiadores y los animales salvajes (ellos) se jugaban la vida para divertir al público (nosotros). Cuando los que acabaron en la arena fueron los cristianos, en vez de miserables criminales fueron considerados héroes y mártires, y los juegos perdieron sentido. A los emperadores los "indulta" porque ellos eran hombres de su tiempo. Considera que todo autoritarismo lleva en parte la aceptación del pueblo y que Roma no fue una excepción: todos representaban una farsa, una obra de teatro o una comedia (como dijo Augusto), y el Imperio era eso, un juego de espejos y reflejos (de ahí todas esa imágenes del emperador).

No hay comentarios:

Publicar un comentario