“Solo en la bolera”, de Robert D. Putnam (2000)
Resumen original y actualizado en:
Autor del resumen: E. V. Pita, doctor en Comunicación y licenciado en Derecho y Sociología
Sociología, vida comunitaria, civismo, cambio social, capital social
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Título: “Solo en la bolera”
Subtítulo: Colapso y resurgimiento de
la comunidad norteamericana
Título original: The Collapse and
Revival of America Community
Fecha de publicación en inglés: 2000
Edición en español: Galaxia
Gutemberg, Círculo de Lectores. Grupo Editorial Plaza & Janes,
Barcelona, 2002
Páginas: 780
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Biografia del autor Robert D. Putnam
(hasta 2002)
Robert D. Putnam ha sido presidente del
Departamiento de Gobierno de la Universidad de Harvard, director del
Centro de Asuntos Internacionales y decano de la John F. Kennedy
School of Government. En el 2002 era profesor de la cátedra de
Administración Pública “Peter and Isabel Malkin” en la
Universidad de Harvard y dirige el Seminario Saguaro, que reúne a
renombrados teóricos y profesionales con la finalidad de desarrollar
conceptos para el fortalecimiento de los vínculos sociales entre los
ciudadanos de las democracias occidentales.
Es autor y coautor de una decena de
libros y de más de 30 artículos académicos publicados en diez
lenguas, entre los que cabe destacar Beliefs of Politicians (1973),
Comparative Study of Political Elites (1976), Bureaucrats and
Politicians in Western Democracies (1981) y Disaffected Democracies:
What´s Troubling the Trilateral Countries? (2000). El profesor
Putnam estudió en el Swathmore College, el Balliol College of Oxford
y la Universidad de Yale y es doctor honoris causa por las
universidades de Swarthmore y Estocolmo. Ha enseñado en la
universidad de Michigan y ha sido miembro del equipo del Consejo
Nacional de Seguridad de los Estados Unidos. En el año 2000 publicó
Solo en la bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad
norteamericana, obra en la que expone las causas y efectos de la
pérdida de los vínculos sociales entre los ciudadanos de los
Estados Unidos. Este análisis realizado a partir de 500.000
entrevistas y estadísticas que recogen en detalle el comportamiento
de los norteamericanos a lo largo de un cuarto de siglo fue celebrado
como un hito dentro de los estudios sociológicos. A la luz de su
enorme impacto, Robert D. Putnam fue invitado por la Fundación
Bertelsmann para coordinar el trabajo de un equipo internacional que
investigaría el estado y solidez de los vínculos sociales en
Estados Unidos, Suecia, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Australia,
Japón y España, donde el análisis estuvo a cargo del renombrado
profesor de sociología Víctor Pérez-Díaz. Este estudio dio origen
al volumen El declive del capital social. La política cultural como
condición para la democracia (Galaxia Gutenberg, 2002).
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Texto de la contraportada
Solo en la bolera constituye un estudio
revolucionario sobre los cambios que la sociedad norteamericana ha
experimentado en los últimos 25 años. Robert D. Putnam, el célebre
sociólogo y politólogo, desvela en esta obra cómo los ciudadanos
de EE.UU. viven cada día más alejados de sus familias, amigos,
vecinos y de las instituciones sociales, ya sean iglesias, clubes o
partidos políticos. Para describir este preocupante fenómeno de
aislamiento y de pérdida de cohesión social, Putnam recurre a la
metáfora del popular juego de bolos, que se está convirtiendo en
una actividad solitaria en lugar de un disfrute compartido.
El provocador ensayo de Putnam
demuestra que la pérdida de capital social – es decir, los
vínculos entre los ciudadanos y las normas de reciprocidad y
confianza derivadas de ellos- es también la pérdida del factor más
potente de satisfacción social y personal. Con ello está en juego,
dice Putnam, la economía, la democracia y hasta la salud y la
felicidad de los norteamericanos. Un análisis y una advertencia ya
ineludibles en el estudio de otras sociedades de alta tecnología.
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ÍNDICE
Parte 1 : Introducción
Capítulo 1: Reflexiones sobre el
cambio social en Estados Unidos
Parte 2: Tendencias en el compromiso
cívico y en el capital social
Capítulo 2: Participación política
Capítulo 3: Participación cívica
Capítulo 4: Participación religiosa
Capítulo 5: Vínculos en el lugar de
trabajo
Capítulo 6: Vínculos sociales
informales
Capítulo 7: Altruísmo, voluntariado y
filantropía
Capítulo 8: Reciprocidad, honradez y
confianza
Capítulo 9: ¿Contra la corriente?
Grupos pequeños, movimientos sociales y la red
Parte 3: ¿Por qué?
Capítulo 10: Introducción
Capítulo 11: Presiones de tiempo y
dinero
Capítulo 12: Movilidad y dispersión
urbana
Capítulo 13: Tecnología y medios de
comunicación
Capítulo 14: De generación en
generación
Capítulo 15: ¿Quién fue el asesino
del compromiso cívico? Resumen
Parte 4: Bien, ¿y qué?
Capítulo 16: Introducción
Capítulo 17: Educación y bienestar
infantil
Capítulo 18: Barrios seguros y
productivos
Capítulo 19: Prosperidad económica
Capítulo 20: Salud y felicidad
Capítulo 21: Democracia
Capítulo 22: El lado oscuro del
capital social
Parte V: ¿Qué hacer?
Capítulo 23: Lecciones de historia: la
edad dorada y la era progresista
Capítulo 24: Un programa para
capitalistas sociales
Apéndices: Cuantificación del cambio
social, auge y caída de las asociaciones cívicas y profesionales
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RESUMEN
Comentarios iniciales: Este
libro es citado frecuentemente por los autores que estudian la caída
de la participación ciudadana en la política. El libro fue escrito
en el 2000, antes de la irrupción de las redes sociales como
Facebook o Twitter o la economía colaborativa. Por tanto, la
pregunta que hay que hacerse es si el diagnóstico estaba equivocado
e Internet supuso un resurgir de la vida comunitaria o si eso tal
resurgir es tan falso como un “amigo” de Facebook.
Resumen: La
tesis del autor es que durante los dos primeros tercios del siglo XX
una marea poderosa empujó a los norteamericanos a comprometerse cada
vez más hondamente en la vida de sus comunidades, pero desde hace
unas pocas décadas esa marea se invirtió de manera callada e
inadvertida, y fuimos arrastrados por una resaca traicionera.
“Durante el último tercio del siglo hemos sido separados unos de
otros y de nuestras comunidades sin que nos percatáramos en un
primer momento” (Putnam, 2002: 27). Entre las posibles
explicaciones está el exceso de trabajo, la expansión suburbana, el
estado de bienestar, la revolución feminista, el racismo, la
televisión, el aumento de la movilidad, el incremento de divorcios.
Algunos factores no tuvieron importancia en el desgaste del capital
social. Señala que las escuelas no funcionan tan bien cuando se
aflojan los lazos de la comunidad y que la economía o la felicidad
dependen de unas reservas adecuadas de capital social. Cree que la
solución para invertir un proceso de descomposición cívica hay que
buscarla en la terapia aplicada hace un siglo en EE.UU.
En el
capítulo “¿Quién fue el asesino del compromiso cívico?” ve
pruebas a favor y en contra de las causas de esa desmotivación
cívica. Dice que coincidió con la ruptura de la unidad familiar
tradicional: madre, padre e hijos (hay más divorcios, familias
monoparentales, hogares unipersonales). Señala que las familias
tienden a ir a la iglesia y a actividades relacionadas con la
juventud (asociaciones de padres, boy scouts) o asistan a reuniones
públicas sobre asuntos municipales o escolares. Hay mayor
probabilidad de participar en el voluntariado. Pero los matrimonios
también son más hogareños y menos dados a visitar clubes.
Lo
paradójico es que ahora, al haber más solteros, deberían haber más
actividades sociales públicas. Concluye que la unidad familiar
tradicional está en decadencia (mucho), al igual que el compromiso
religioso (poco) y probablemente existe algún vínculo entre ambos
fenómenos. Pero en todo caso, no explica por qué ese mayor tiempo
libre de los divorciados no se empleó en una mayor implicación
social y comunitaria (partidos, organizaciones laicas, tiempo para
vecinos).
Otra
cuestión que analiza es la raza. En Estados Unidos, tras la victoria
de los derechos civiles, sospecha que el fin de la segregación legal
en la vida cívica provocó una “desbandada de los blancos” en
las asociaciones comunitarias. Cree que el desgaste del capital
social ha afectado a todas las razas y todos han abandonado con la
misma rapidez las asociaciones. Tampoco se ve que las generaciones
más intolerantes y segregacionistas hayan abandonado las entidades
cívicas antes.
Otra
tesis atribuye el descenso de la vinculación social a la excesiva
dimensión del gobierno y el crecimiento del Estado de bienestar.
Dice que es posible que las demoliciones de los viejos barrios hayan
eliminado el capital social que había allí así como que ciertos
gastos sociales y medidas fiscales hayan desincentivado las
actividades filantrópicas de mentalidad cívica. Y estas medidas
gubernamentales no explican porqué hay un declive de la liga de
bolos, cenas en familia y clubes literarios. Tampoco parece que los
individuos que estén en estados que gastan mucho estén menos
comprometidos que los residentes en estados ahorradores.
El
siguiente sospechoso es el capitalismo y el libre mercado, pues ya
los economistas advirtieron que el capitalismo acabaría minando las
premisas de su propio éxito al deteriorar los vínculos
interpersonales y la confianza social, que había creado una
“sociedad fría” sin calidez interpersonal que la amistad
requiere. Lo duda pero el autor ve que la nacionalización y
globalización de las estructuras económicas ha llevado a la
sustitución de bancos, comercios y otras empresas de carácter local
por enormes imperios multinacionales “a menudo supone un declive
del compromiso cívico por parte de los directivos” (Putnam,
2002:381). “A medida que Wal-Mart sustituye al colmado de la
esquina y los empresarios locales son relevados por mercados
impersonales, se van atrofiando los incentivos para que las élites
del mundo de los negocios participen en la vida comunitaria”. Hay
casos de que la “deslocalización empresarial” a finales del
siglo XX tendió a desmantelar las iniciativas cívicas en Atlanta,
por ejemplo. Así, en Boston, se deshacía una famosa cofradía local
de hombres de negocios. Pero el autor considera que esto no explica
por qué la deslocalización empresarial iba a afectar a nuestra
disposición a asistir a un acto social de la iglesia, jugar a las
cartas con los amigos o votar en las elecciones presidenciales.
Respecto
a los factores que han contribuido al declive del compromiso cívico
y el capital social están:
- Las presiones de tiempo y dinero (con familias donde trabajan dos cónyuges), lo que hace que disminuya el compromiso social y comunitario. Calcula algo menos del 10 % del declive.
- La suburbanización (ciudades satélite en la periferia): los desplazamientos para ir y venir del trabajo explicarían otro 10 % del problema.
- El entretenimiento electrónico (sobre todo la televisión): Ha sido un factor sustancial en la privatización de nuestro tiempo libre. Sería el responsable del 25 % del declive.
- El cambio generacional (la sustitución lenta y constante de una generación cívica por otra de hijos y nietos menos comprometidos) es un factor poderoso. Sería un 50 % del declive.
- El autor añade un quinto punto que es la “generación de la tele”: Ve que la coincidencia entre el cambio generacional y los efectos de la televisión a largo plazo complican ligeramente la explicación del cambio porque la generación cívica que ve mucha televisión reduce sus compromisos.
Concluye
que el trabajo, la expansión urbana, la televisión y el cambio
generacional son partes sustanciales de esta historia.
A
medida que avanza en su libro, señala que el hecho de trabajar a
tiempo parcial permite a las personas estar en contacto con redes
sociales más amplias. El autor dice que “necesitamos premiar a las
empresas que muestren una actitud responsable hacia los compromisos
familiares y comunitarios de sus empleados y cómo estimular a otros
empresarios a seguir su ejemplo”.
Propone
el reto de que las personas estén menos tiempo sentadas ante el
televisor y más haciendo actividades comunitarias. Por otra parte,
señala que Internet ofrece ciertas formas de deliberación
democrática y creación de comunidad, lo que ayudaría a fortalecer
y no sustituir los lazos directos con sus vecinos (Internet como
refuerzo y no suplantación de las redes sociales locales y hechas
cara a cara).
También
pide a los políticos que animen a sus ciudadanos a participar en la
vida pública de sus comunidades, presentándose a cargos, haciendo
campaña, trabajando en comités y votando. Dice que las campañas
electorales (sobre todo la reforma de la financiación) debería
dirigirse a aumentar la importancia del capital social y a disminuir
la del capital económico en las elecciones federales, estatales y
locales.
Otra
idea es que los informes gubernamentales incluyan informes sobre el
“impacto del capital social” en unos programas nuevos para llamar
la atención sobre sus consecuencias (por ejemplo, al levantar una
autopista que dividió un barrio se acabaron con las redes sociales
que había).
Propone
la reforma de las instituciones cívicas, tanto públicas como
privadas, porque están anticuadas después de un siglo de la
creación de la mayoría de ellas. Necesitan ser reformadas para
invitar a una mayor participación. Esa reforma solo funcionará
cuando los lectores se animen a reanudar el contacto con nuestros
amigos y vecinos y multiplicar las comidas campestres.
Un
reto para los padres y educadores y a los jóvenes es aumentar la
participación electoral pero también la asistencia a deportes o
coros, altruismo organizado o movimientos sociales de base. Una idea
es lecciones cívicas en las escuelas o el aprendizaje de prestación
de servicios voluntarios porque aumenta la autoestima, la
responsabilidad social, la eficacia ciudadana, las habilidades de
cooperación, el liderazgo, mejoran el conocimiento y reducen el
racismo. Trabajar como mentor para otra miembros de otra generación
(crear páginas web, aprender escritura narrativa) sirve para fines
cívicos, lo mismo que participar en actividades extracurriculares
(grupos musicales, atletismo, clubes de servicios). Pero incluso hay
menos fondos para estas actividades. En las escuelas pequeñas hay
más actividades extracurriculares que en las grandes, por lo que
propone “desconcentrar” los megacolegios y crear colegios
menores. Propone dar premios a los miembros de la Generación X que
aporten las mejores ideas.
La
entrada de la mujer en el trabajo es otro reto porque obliga a todas
las instituciones a hacer el mayor cambio desde hace un siglo.
Propone que las empresas tengan lugares más favorables para la
familia y más acordes con la comunidad (prácticas que ayudarían a
retener mano de obra leal y de alta calidad en tiempos de pleno
empleo). La flexibilidad laboral ha tenido un crecimiento importante.
Pero el hecho de que haya prácticas laborales que inhiben la
participación en la comunidad y la vinculación con la familia
generan una “externalidad negativa” que impone a la sociedad un
coste sin contrapartida.
Aporta
un dato importante y es que muchas de las asociaciones creadas hace
un siglo (entre 1880 y 1910) fueron creadas por progresistas de clase
media aunque añade que lo hacían para controlar a los inmigrantes
de clase obrera más toscos (dice el autor :541) pero que tenían un
aspecto benéfico porque reducían las desigualdades sociales. Era
una especie de “Gran Hermano” que ilustra los riesgos del
comunitarismo extremo. Esas sociedades son las que se descomponen
ahora.
El
autor añade: “Necesitamos desesperadamente una era de inventiva
cívica para crear un conjunto renovado de instituciones y canales
que revigoricen una vida cívica que se acomode a nuestra propia
existencia. El reto que ahora se nos plantea es el de volver a
inventar en el siglo XXI el equivalente de los boyscouts, los centros
de asentamiento, los terrenos de juego” (Putnam, 2002:543). Dice
que la disposición a experimentar y errar es el precio del éxito de
la reforma social.
Putnam
comienza su libro con la enumeración de numerosos casos por todos
los Estados Unidos en los que las asociaciones comunitarias han
perdido afiliados y los que quedan tienen 70 y 80 años sin esperanza
de renovar sus filas. Aquí se incluyen bandas de música de
instituto, clubs de bridge, asociaciones en defensa de los derechos
civiles, veteranos, ligas de caridad, antiguas alumnas que promueven
becas pero también iglesias y sinagogas. Todas ellas han
experimentado un retroceso en sus comunidades, que llevaban 50 o más
años funcionando. En los años 50 y 60, se daba por hecho una
sobreabundancia de ocio y la participación electoral crecía cada
vez más. A pesar de los problemas raciales, el sexismo, la
contaminación y la pobreza rural, había participación en los
asuntos de la comunidad, el sentimiento de identidad y de
reciprocidad compartida. El “baby boom” parecía prometer nuevas
afiliaciones hasta los años 80.
Putnam
señala que la idea central de la teoría del capital social es que
las redes sociales poseen un valor. El capital social guarda relación
con los vínculos entre individuos -las redes sociales y las normas
de reciprocidad y confianza derivada de ellas. Cita las descripciones
que hicieron del “capital social” autores como el inspector de
las escuelas rurales L.J. Hanifan, la urbanista Jane Jacobs para
elogiar la vida vecinal en las metrópolis modernas, en 1970, por el
economista Glenn Loury para analizar el legado social de la
esclavitud y en 1980 por el teórico social francés Pierre Bourdieu
y el economista alemán Ekkehart Schlicht para subrayar los recursos
sociales y económicos encarnados en las redes sociales. Por su
parte, el sociólogo James S. Coleman introdujo la expresión en los
años 80 para poner de relieve el contexto social de la educación.
El
autor explica que el capital social tiene una faceta individual y
otra colectiva, un rostro privado y otro público. Los individuos
forman vínculos que benefician sus intereses, por ejemplo, para
encontrar empleo, buscar ayuda, camaradería o un hombro sobre el que
llorar. Las redes sociales tienen externalidades de forma que un
individuo que viva en un barrio con arraigo comunitario se
beneficiará.
El
autor considera que los vínculos sociales conllevan “normas de
conducta”, obligaciones mutuas, y hay reciprocidad específica (yo
hago esto por ti si haces esto por mi) y la generalizada (yo hago
esto por ti sin esperar nada en concreto). Una sociedad caracterizada
por la reprocidad generalizada es más eficiente que otra
desconfiada. Según Hanifan y sus sucesores, “las redes sociales y
las normas de reciprocidad pueden facilitar la cooperación en
beneficio mutuo”. Pero advierte que el capital social también
puede dirigirse hacia objetivos malintencionados y antisociales
(Putnam, 2000:19). Se pregunta cómo se pueden maximizar los efectos
beneficiosos del capital social (apoyo mutuo, cooperación, confianza
institucional, eficacia) y minimizar los perjudiciales (sectarismo,
etnocentrismo, corrupción).
Señala
que hay un capital social que tiende puentes (inclusivo: movimiento
por los derechos civiles, grupos juveniles de servicio,
organizaciones religiosas ecuménicas; es crucial para salir
adelante; genera identidades y reciprocidad más amplia; proporciona
un superlubricante) y el vinculante (exclusivo: fraternidades
étnicas, clubs de lectura femeninos parroquiales o clubs de campo
para ricos; es crucial para salir del paso; reafirma nuestro yo más
estrecho; es un superadhesivo sociológico; genera antagonismo hacia
el exterior).
El
autor señala que los mitos nacionales de EE.UU. exageran el papel
del héroe individual y rebajan importancia al esfuerzo colectivo.
Señala
que al finalizar el siglo XX “los norteamericanos corrientes
compartían ese sentimiento de malestar cívico”. Las perspectivas
económicas eran buenas pero “no estábamos igualmente convencidos
de hallarnos moral o culturalmente en la vía correcta”. Veían una
desintegración de la comunidad. Pero el autor resalta que a lo largo
del último siglo hubo “altibajos” al percibir el debilitamiento
de los lazos comunitarios. Pero cree que entrado el siglo XXI, las
cosas sí han cambiado y que nuestra sociedad es distinta a la de
nuestros padres. No hay más que hacer un recuento de las reuniones
de los clubes, el conocimiento de los vecinos, las partidas de póquer
de los amigos, etc... Se pregunta si la Generación X está menos
comprometida.
El
autor busca pruebas del cambio social en los clubs y asociaciones, la
política, lazos informales como las partidas de cartas y campeonatos
de bolos, comidas campestres, fiestas, actividades filantrópicas,
voluntariado, y tres ejemplos “que parecen contradecir la
decadencia de la vinculación”: grupos pequeños, movimientos
sociales e Intenet (Putnam, 2002:27).
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