lunes, 3 de abril de 2017

“Solo en la bolera”, de Robert D. Putnam (2000)

“Solo en la bolera”, de Robert D. Putnam (2000)


Resumen original y actualizado en:


Autor del resumen: E. V. Pita, doctor en Comunicación y licenciado en Derecho y Sociología

Sociología, vida comunitaria, civismo, cambio social, capital social
........................................................................................................................


Título: “Solo en la bolera”
Subtítulo: Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana

Título original: The Collapse and Revival of America Community

Fecha de publicación en inglés: 2000
Edición en español: Galaxia Gutemberg, Círculo de Lectores. Grupo Editorial Plaza & Janes, Barcelona, 2002

Páginas: 780

…..................................................................................

Biografia del autor Robert D. Putnam (hasta 2002)

Robert D. Putnam ha sido presidente del Departamiento de Gobierno de la Universidad de Harvard, director del Centro de Asuntos Internacionales y decano de la John F. Kennedy School of Government. En el 2002 era profesor de la cátedra de Administración Pública “Peter and Isabel Malkin” en la Universidad de Harvard y dirige el Seminario Saguaro, que reúne a renombrados teóricos y profesionales con la finalidad de desarrollar conceptos para el fortalecimiento de los vínculos sociales entre los ciudadanos de las democracias occidentales.
Es autor y coautor de una decena de libros y de más de 30 artículos académicos publicados en diez lenguas, entre los que cabe destacar Beliefs of Politicians (1973), Comparative Study of Political Elites (1976), Bureaucrats and Politicians in Western Democracies (1981) y Disaffected Democracies: What´s Troubling the Trilateral Countries? (2000). El profesor Putnam estudió en el Swathmore College, el Balliol College of Oxford y la Universidad de Yale y es doctor honoris causa por las universidades de Swarthmore y Estocolmo. Ha enseñado en la universidad de Michigan y ha sido miembro del equipo del Consejo Nacional de Seguridad de los Estados Unidos. En el año 2000 publicó Solo en la bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, obra en la que expone las causas y efectos de la pérdida de los vínculos sociales entre los ciudadanos de los Estados Unidos. Este análisis realizado a partir de 500.000 entrevistas y estadísticas que recogen en detalle el comportamiento de los norteamericanos a lo largo de un cuarto de siglo fue celebrado como un hito dentro de los estudios sociológicos. A la luz de su enorme impacto, Robert D. Putnam fue invitado por la Fundación Bertelsmann para coordinar el trabajo de un equipo internacional que investigaría el estado y solidez de los vínculos sociales en Estados Unidos, Suecia, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Australia, Japón y España, donde el análisis estuvo a cargo del renombrado profesor de sociología Víctor Pérez-Díaz. Este estudio dio origen al volumen El declive del capital social. La política cultural como condición para la democracia (Galaxia Gutenberg, 2002).

…...........................................................................................................

Texto de la contraportada

Solo en la bolera constituye un estudio revolucionario sobre los cambios que la sociedad norteamericana ha experimentado en los últimos 25 años. Robert D. Putnam, el célebre sociólogo y politólogo, desvela en esta obra cómo los ciudadanos de EE.UU. viven cada día más alejados de sus familias, amigos, vecinos y de las instituciones sociales, ya sean iglesias, clubes o partidos políticos. Para describir este preocupante fenómeno de aislamiento y de pérdida de cohesión social, Putnam recurre a la metáfora del popular juego de bolos, que se está convirtiendo en una actividad solitaria en lugar de un disfrute compartido.
El provocador ensayo de Putnam demuestra que la pérdida de capital social – es decir, los vínculos entre los ciudadanos y las normas de reciprocidad y confianza derivadas de ellos- es también la pérdida del factor más potente de satisfacción social y personal. Con ello está en juego, dice Putnam, la economía, la democracia y hasta la salud y la felicidad de los norteamericanos. Un análisis y una advertencia ya ineludibles en el estudio de otras sociedades de alta tecnología.

…......................................................................................................................

ÍNDICE

Parte 1 : Introducción

Capítulo 1: Reflexiones sobre el cambio social en Estados Unidos

Parte 2: Tendencias en el compromiso cívico y en el capital social

Capítulo 2: Participación política

Capítulo 3: Participación cívica

Capítulo 4: Participación religiosa

Capítulo 5: Vínculos en el lugar de trabajo

Capítulo 6: Vínculos sociales informales

Capítulo 7: Altruísmo, voluntariado y filantropía

Capítulo 8: Reciprocidad, honradez y confianza

Capítulo 9: ¿Contra la corriente? Grupos pequeños, movimientos sociales y la red


Parte 3: ¿Por qué?

Capítulo 10: Introducción

Capítulo 11: Presiones de tiempo y dinero

Capítulo 12: Movilidad y dispersión urbana

Capítulo 13: Tecnología y medios de comunicación

Capítulo 14: De generación en generación

Capítulo 15: ¿Quién fue el asesino del compromiso cívico? Resumen


Parte 4: Bien, ¿y qué?

Capítulo 16: Introducción

Capítulo 17: Educación y bienestar infantil

Capítulo 18: Barrios seguros y productivos

Capítulo 19: Prosperidad económica

Capítulo 20: Salud y felicidad

Capítulo 21: Democracia

Capítulo 22: El lado oscuro del capital social


Parte V: ¿Qué hacer?

Capítulo 23: Lecciones de historia: la edad dorada y la era progresista

Capítulo 24: Un programa para capitalistas sociales

Apéndices: Cuantificación del cambio social, auge y caída de las asociaciones cívicas y profesionales

…....................................................................................................................

RESUMEN

Comentarios iniciales: Este libro es citado frecuentemente por los autores que estudian la caída de la participación ciudadana en la política. El libro fue escrito en el 2000, antes de la irrupción de las redes sociales como Facebook o Twitter o la economía colaborativa. Por tanto, la pregunta que hay que hacerse es si el diagnóstico estaba equivocado e Internet supuso un resurgir de la vida comunitaria o si eso tal resurgir es tan falso como un “amigo” de Facebook.

Resumen: La tesis del autor es que durante los dos primeros tercios del siglo XX una marea poderosa empujó a los norteamericanos a comprometerse cada vez más hondamente en la vida de sus comunidades, pero desde hace unas pocas décadas esa marea se invirtió de manera callada e inadvertida, y fuimos arrastrados por una resaca traicionera. “Durante el último tercio del siglo hemos sido separados unos de otros y de nuestras comunidades sin que nos percatáramos en un primer momento” (Putnam, 2002: 27). Entre las posibles explicaciones está el exceso de trabajo, la expansión suburbana, el estado de bienestar, la revolución feminista, el racismo, la televisión, el aumento de la movilidad, el incremento de divorcios. Algunos factores no tuvieron importancia en el desgaste del capital social. Señala que las escuelas no funcionan tan bien cuando se aflojan los lazos de la comunidad y que la economía o la felicidad dependen de unas reservas adecuadas de capital social. Cree que la solución para invertir un proceso de descomposición cívica hay que buscarla en la terapia aplicada hace un siglo en EE.UU.

En el capítulo “¿Quién fue el asesino del compromiso cívico?” ve pruebas a favor y en contra de las causas de esa desmotivación cívica. Dice que coincidió con la ruptura de la unidad familiar tradicional: madre, padre e hijos (hay más divorcios, familias monoparentales, hogares unipersonales). Señala que las familias tienden a ir a la iglesia y a actividades relacionadas con la juventud (asociaciones de padres, boy scouts) o asistan a reuniones públicas sobre asuntos municipales o escolares. Hay mayor probabilidad de participar en el voluntariado. Pero los matrimonios también son más hogareños y menos dados a visitar clubes.
Lo paradójico es que ahora, al haber más solteros, deberían haber más actividades sociales públicas. Concluye que la unidad familiar tradicional está en decadencia (mucho), al igual que el compromiso religioso (poco) y probablemente existe algún vínculo entre ambos fenómenos. Pero en todo caso, no explica por qué ese mayor tiempo libre de los divorciados no se empleó en una mayor implicación social y comunitaria (partidos, organizaciones laicas, tiempo para vecinos).

Otra cuestión que analiza es la raza. En Estados Unidos, tras la victoria de los derechos civiles, sospecha que el fin de la segregación legal en la vida cívica provocó una “desbandada de los blancos” en las asociaciones comunitarias. Cree que el desgaste del capital social ha afectado a todas las razas y todos han abandonado con la misma rapidez las asociaciones. Tampoco se ve que las generaciones más intolerantes y segregacionistas hayan abandonado las entidades cívicas antes.

Otra tesis atribuye el descenso de la vinculación social a la excesiva dimensión del gobierno y el crecimiento del Estado de bienestar. Dice que es posible que las demoliciones de los viejos barrios hayan eliminado el capital social que había allí así como que ciertos gastos sociales y medidas fiscales hayan desincentivado las actividades filantrópicas de mentalidad cívica. Y estas medidas gubernamentales no explican porqué hay un declive de la liga de bolos, cenas en familia y clubes literarios. Tampoco parece que los individuos que estén en estados que gastan mucho estén menos comprometidos que los residentes en estados ahorradores.

El siguiente sospechoso es el capitalismo y el libre mercado, pues ya los economistas advirtieron que el capitalismo acabaría minando las premisas de su propio éxito al deteriorar los vínculos interpersonales y la confianza social, que había creado una “sociedad fría” sin calidez interpersonal que la amistad requiere. Lo duda pero el autor ve que la nacionalización y globalización de las estructuras económicas ha llevado a la sustitución de bancos, comercios y otras empresas de carácter local por enormes imperios multinacionales “a menudo supone un declive del compromiso cívico por parte de los directivos” (Putnam, 2002:381). “A medida que Wal-Mart sustituye al colmado de la esquina y los empresarios locales son relevados por mercados impersonales, se van atrofiando los incentivos para que las élites del mundo de los negocios participen en la vida comunitaria”. Hay casos de que la “deslocalización empresarial” a finales del siglo XX tendió a desmantelar las iniciativas cívicas en Atlanta, por ejemplo. Así, en Boston, se deshacía una famosa cofradía local de hombres de negocios. Pero el autor considera que esto no explica por qué la deslocalización empresarial iba a afectar a nuestra disposición a asistir a un acto social de la iglesia, jugar a las cartas con los amigos o votar en las elecciones presidenciales.

Respecto a los factores que han contribuido al declive del compromiso cívico y el capital social están:

  • Las presiones de tiempo y dinero (con familias donde trabajan dos cónyuges), lo que hace que disminuya el compromiso social y comunitario. Calcula algo menos del 10 % del declive.
  • La suburbanización (ciudades satélite en la periferia): los desplazamientos para ir y venir del trabajo explicarían otro 10 % del problema.

  • El entretenimiento electrónico (sobre todo la televisión): Ha sido un factor sustancial en la privatización de nuestro tiempo libre. Sería el responsable del 25 % del declive.

  • El cambio generacional (la sustitución lenta y constante de una generación cívica por otra de hijos y nietos menos comprometidos) es un factor poderoso. Sería un 50 % del declive.

  • El autor añade un quinto punto que es la “generación de la tele”: Ve que la coincidencia entre el cambio generacional y los efectos de la televisión a largo plazo complican ligeramente la explicación del cambio porque la generación cívica que ve mucha televisión reduce sus compromisos.
Concluye que el trabajo, la expansión urbana, la televisión y el cambio generacional son partes sustanciales de esta historia.

A medida que avanza en su libro, señala que el hecho de trabajar a tiempo parcial permite a las personas estar en contacto con redes sociales más amplias. El autor dice que “necesitamos premiar a las empresas que muestren una actitud responsable hacia los compromisos familiares y comunitarios de sus empleados y cómo estimular a otros empresarios a seguir su ejemplo”.

Propone el reto de que las personas estén menos tiempo sentadas ante el televisor y más haciendo actividades comunitarias. Por otra parte, señala que Internet ofrece ciertas formas de deliberación democrática y creación de comunidad, lo que ayudaría a fortalecer y no sustituir los lazos directos con sus vecinos (Internet como refuerzo y no suplantación de las redes sociales locales y hechas cara a cara).

También pide a los políticos que animen a sus ciudadanos a participar en la vida pública de sus comunidades, presentándose a cargos, haciendo campaña, trabajando en comités y votando. Dice que las campañas electorales (sobre todo la reforma de la financiación) debería dirigirse a aumentar la importancia del capital social y a disminuir la del capital económico en las elecciones federales, estatales y locales.

Otra idea es que los informes gubernamentales incluyan informes sobre el “impacto del capital social” en unos programas nuevos para llamar la atención sobre sus consecuencias (por ejemplo, al levantar una autopista que dividió un barrio se acabaron con las redes sociales que había).

Propone la reforma de las instituciones cívicas, tanto públicas como privadas, porque están anticuadas después de un siglo de la creación de la mayoría de ellas. Necesitan ser reformadas para invitar a una mayor participación. Esa reforma solo funcionará cuando los lectores se animen a reanudar el contacto con nuestros amigos y vecinos y multiplicar las comidas campestres.

Un reto para los padres y educadores y a los jóvenes es aumentar la participación electoral pero también la asistencia a deportes o coros, altruismo organizado o movimientos sociales de base. Una idea es lecciones cívicas en las escuelas o el aprendizaje de prestación de servicios voluntarios porque aumenta la autoestima, la responsabilidad social, la eficacia ciudadana, las habilidades de cooperación, el liderazgo, mejoran el conocimiento y reducen el racismo. Trabajar como mentor para otra miembros de otra generación (crear páginas web, aprender escritura narrativa) sirve para fines cívicos, lo mismo que participar en actividades extracurriculares (grupos musicales, atletismo, clubes de servicios). Pero incluso hay menos fondos para estas actividades. En las escuelas pequeñas hay más actividades extracurriculares que en las grandes, por lo que propone “desconcentrar” los megacolegios y crear colegios menores. Propone dar premios a los miembros de la Generación X que aporten las mejores ideas.

La entrada de la mujer en el trabajo es otro reto porque obliga a todas las instituciones a hacer el mayor cambio desde hace un siglo. Propone que las empresas tengan lugares más favorables para la familia y más acordes con la comunidad (prácticas que ayudarían a retener mano de obra leal y de alta calidad en tiempos de pleno empleo). La flexibilidad laboral ha tenido un crecimiento importante. Pero el hecho de que haya prácticas laborales que inhiben la participación en la comunidad y la vinculación con la familia generan una “externalidad negativa” que impone a la sociedad un coste sin contrapartida.

Aporta un dato importante y es que muchas de las asociaciones creadas hace un siglo (entre 1880 y 1910) fueron creadas por progresistas de clase media aunque añade que lo hacían para controlar a los inmigrantes de clase obrera más toscos (dice el autor :541) pero que tenían un aspecto benéfico porque reducían las desigualdades sociales. Era una especie de “Gran Hermano” que ilustra los riesgos del comunitarismo extremo. Esas sociedades son las que se descomponen ahora.

El autor añade: “Necesitamos desesperadamente una era de inventiva cívica para crear un conjunto renovado de instituciones y canales que revigoricen una vida cívica que se acomode a nuestra propia existencia. El reto que ahora se nos plantea es el de volver a inventar en el siglo XXI el equivalente de los boyscouts, los centros de asentamiento, los terrenos de juego” (Putnam, 2002:543). Dice que la disposición a experimentar y errar es el precio del éxito de la reforma social.

Putnam comienza su libro con la enumeración de numerosos casos por todos los Estados Unidos en los que las asociaciones comunitarias han perdido afiliados y los que quedan tienen 70 y 80 años sin esperanza de renovar sus filas. Aquí se incluyen bandas de música de instituto, clubs de bridge, asociaciones en defensa de los derechos civiles, veteranos, ligas de caridad, antiguas alumnas que promueven becas pero también iglesias y sinagogas. Todas ellas han experimentado un retroceso en sus comunidades, que llevaban 50 o más años funcionando. En los años 50 y 60, se daba por hecho una sobreabundancia de ocio y la participación electoral crecía cada vez más. A pesar de los problemas raciales, el sexismo, la contaminación y la pobreza rural, había participación en los asuntos de la comunidad, el sentimiento de identidad y de reciprocidad compartida. El “baby boom” parecía prometer nuevas afiliaciones hasta los años 80.

Putnam señala que la idea central de la teoría del capital social es que las redes sociales poseen un valor. El capital social guarda relación con los vínculos entre individuos -las redes sociales y las normas de reciprocidad y confianza derivada de ellas. Cita las descripciones que hicieron del “capital social” autores como el inspector de las escuelas rurales L.J. Hanifan, la urbanista Jane Jacobs para elogiar la vida vecinal en las metrópolis modernas, en 1970, por el economista Glenn Loury para analizar el legado social de la esclavitud y en 1980 por el teórico social francés Pierre Bourdieu y el economista alemán Ekkehart Schlicht para subrayar los recursos sociales y económicos encarnados en las redes sociales. Por su parte, el sociólogo James S. Coleman introdujo la expresión en los años 80 para poner de relieve el contexto social de la educación.

El autor explica que el capital social tiene una faceta individual y otra colectiva, un rostro privado y otro público. Los individuos forman vínculos que benefician sus intereses, por ejemplo, para encontrar empleo, buscar ayuda, camaradería o un hombro sobre el que llorar. Las redes sociales tienen externalidades de forma que un individuo que viva en un barrio con arraigo comunitario se beneficiará.
El autor considera que los vínculos sociales conllevan “normas de conducta”, obligaciones mutuas, y hay reciprocidad específica (yo hago esto por ti si haces esto por mi) y la generalizada (yo hago esto por ti sin esperar nada en concreto). Una sociedad caracterizada por la reprocidad generalizada es más eficiente que otra desconfiada. Según Hanifan y sus sucesores, “las redes sociales y las normas de reciprocidad pueden facilitar la cooperación en beneficio mutuo”. Pero advierte que el capital social también puede dirigirse hacia objetivos malintencionados y antisociales (Putnam, 2000:19). Se pregunta cómo se pueden maximizar los efectos beneficiosos del capital social (apoyo mutuo, cooperación, confianza institucional, eficacia) y minimizar los perjudiciales (sectarismo, etnocentrismo, corrupción).

Señala que hay un capital social que tiende puentes (inclusivo: movimiento por los derechos civiles, grupos juveniles de servicio, organizaciones religiosas ecuménicas; es crucial para salir adelante; genera identidades y reciprocidad más amplia; proporciona un superlubricante) y el vinculante (exclusivo: fraternidades étnicas, clubs de lectura femeninos parroquiales o clubs de campo para ricos; es crucial para salir del paso; reafirma nuestro yo más estrecho; es un superadhesivo sociológico; genera antagonismo hacia el exterior).

El autor señala que los mitos nacionales de EE.UU. exageran el papel del héroe individual y rebajan importancia al esfuerzo colectivo.

Señala que al finalizar el siglo XX “los norteamericanos corrientes compartían ese sentimiento de malestar cívico”. Las perspectivas económicas eran buenas pero “no estábamos igualmente convencidos de hallarnos moral o culturalmente en la vía correcta”. Veían una desintegración de la comunidad. Pero el autor resalta que a lo largo del último siglo hubo “altibajos” al percibir el debilitamiento de los lazos comunitarios. Pero cree que entrado el siglo XXI, las cosas sí han cambiado y que nuestra sociedad es distinta a la de nuestros padres. No hay más que hacer un recuento de las reuniones de los clubes, el conocimiento de los vecinos, las partidas de póquer de los amigos, etc... Se pregunta si la Generación X está menos comprometida.

El autor busca pruebas del cambio social en los clubs y asociaciones, la política, lazos informales como las partidas de cartas y campeonatos de bolos, comidas campestres, fiestas, actividades filantrópicas, voluntariado, y tres ejemplos “que parecen contradecir la decadencia de la vinculación”: grupos pequeños, movimientos sociales e Intenet (Putnam, 2002:27).






No hay comentarios:

Publicar un comentario