domingo, 24 de enero de 2021

“La masa enfurecida”, de Douglas Murray (2020)

 Resumen del libro “La masa enfurecida”, de Douglas Murray (2020)


Resumen original y actualizado en el siguiente link:

https://evpitasociologia.blogspot.com/2021/01/la-masa-enfurecida-de-douglas-murray.html

Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación y licenciado en Derecho y Sociología

Sociología, identidad, género, discriminación, política social, política identitaria

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Ficha técnica

Título: “La masa enfurecida”

Subtítulo: Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura

Título en inglés: “The Madness of Crowds”

Autor: Douglas Murray

Publicado en inglés en 2019

Publicación en español: Ediciones Península, Barcelona, 2020

Número de páginas: 366

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Biografía oficial del autor Douglas Murray (hasta 2020)

Douglas Murray es un columnista y periodista que trabaja para medios como Spectator, The Sunday Times o The Wall Street Journal. Es además un destacado conferenciante y ha sido invitado a ponencias en Westminster, el Parlamento Europeo y la Casa Blanca. Es autor de un libro La extraña muerte de Europa, que fue un inesperado éxito de ventas en el Reino Unido y se tradujo a más de veinte lenguas.

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Texto de la solapa

“Las masas se han vuelto locas. Basta con seguir las redes sociales o los medios de comunicación para ser testigos de la histeria colectiva en la que se ha convertido el debate político. Cada día alguien nuevo clama que algo le ha ofendido: un cartel que cosifica, una conferencia que debe ser censurada, una palabra que degrada.

Vivimos en la tiranía de la corrección política, en un mundo sin género, ni razas ni sexo y en el que proliferan las personas que se confiesan víctimas de algo (el heteropatriarcado, la bifobia o el racismo). Ser víctima es ya una aspiración, una etiqueta que nos eleva moralmente y que nos ahorra tener que argumentar nada.

Pero como recuerda Douglas Murray en este polémico libro que ha sido menospreciado por la izquierda biempensante y que se ha convertido en un fenómeno de ventas sin precedentes en el Reino Unido: “La víctima no siempre tiene razón, no siempre tiene que caernos bien, no siempre merece elogio y, de hecho, no siempre es víctima”.

Con un estilo provocador y una estructura argumentaria sin fisuras, el autor trata de introducir algo de sentido común en el debate público, al tiempo que aboga con vehemencia por valores como la libertad de expresión y la serenidad actuales”.

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ÍNDICE

  1. Homo

Interludio: Los fundamentos marxistas

  1. Mujeres

Interludio: El impacto de la tecnología

  1. Raza

Interludio: Sobre el perdón

  1. Trans

Conclusión

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RESUMEN

El libro ayuda a comprender la nueva mentalidad “milenial”, con unas preocupaciones e inquietudes que resultarían inauditas a finales del siglo XX. Detrás de la lucha por corregir las desigualdades de las mujeres, minorías étnicas y los trans, hay una política identitaria que, según el autor, ha politizado absolutamente todos los aspectos de la interacción humana e interpreta todas las acciones y relaciones con arreglo patrones modelados por la acción política y a mirarnos al ombligo y a convertir las relaciones humanas en calibraciones del poder político. Según el autor, hay una nueva metafísica que pretende dotar de sentido a nuestras acciones: combatimos, luchamos, protestamos y forjamos “alianzas” con el fin de alcanzar la tierra prometida. El autor lo ve “patético” ya que estas teorías no ofrecen respuestas, no hacen predicciones y es fácilmente falsables. Asegura que “dejar que la política identitaria, la justicia social (en esa acepción) y la interseccionalidad nos consuman es malgastar la vida”.


Aunque hay debate, también hay que probar la “lealtad” al nuevo sistema. Dice que los pilares de la nueva “moralidad” y la nueva metafísica abordan cuestiones muy complejas e inestables y sientan los cimientos de una “locura generalizada”, alejada de la armonía social. El autor dice que la igualdad racial, los derechos de las minorías y los derechos de las mujeres son los mejores logros del liberalismo, tienen una base inestable (es un dogma lleno de contradicciones, mentiras y fantasías pero que señalarlas como cosas imposibles está castigado). Estos actos de fe provocan un dolor insoportable y cuyo ambiente recuerda a un régimen totalitario, asegura el autor. Pero para otros, luchar por esos derechos se ha convertido en una nueva moral social para demostrar que somos buena gente, afirma el autor. Ve un futuro lleno de rabia y violencia, en el cual habría que retroceder en materia de derechos (racismo combatido con racismo y marginación por motivos de género con marginación por motivos de género).


El autor muestra su indignación por la falta de libertad de expresión en las redes sociales pues cualquiera que se salga de lo políticamente correcto sufre un linchamiento digital. La clave es que tras el 2008, con la crisis financiera, saltó una nueva ideología basada en tres luchas entrelazadas: la “justicia social”, la “política identitaria grupal” y la “interseccionalidad”, que califica como el esfuerzo más audaz y exhaustivo por crear una nueva ideología desde el fin de la Guerra Fría (1989-1991). El autor dice que muchos debates empezaron como campañas legítimas de defensa de los derechos humanos pero que todas han “descarrilado” porque sus partidarios se consideran los “mejores” y quieren ocupar una posición mejor para compensar un desequilibrio histórico (hay una sobrecorrección). El autor lo denomina el “síndrome de San Jorge jubilado” (tras ganar victorias reales, da mandobles al aire).


El problema, dice, que lo que ahora es correcto no lo era hace dos décadas, como es el caso de la diversidad de género, y puede llegar a generar situaciones como la de los “trans”, que han dividido al movimiento feminista respecto a lo que es correcto decir y opinar y lo que no. El autor critica, sobre todo, ese “dogmatismo” que es fácil de reconocer, tanto antes como ahora. Estos asuntos afectan a cuestiones de diversidad sexual, como el movimiento LGTBQ y a los trans, que es hacia donde gira el libro. El autor habla sin tapujos y menciona su propia experiencia personal.


El autor recuerda que Eric Weinstein dice que términos como “LGBTQ”, “privilegio blanco” y “transfobia” han pasado de tener un uso marginal a ser mayoritarios. Los “milenials” y otros grupos usan métodos de concienciación para “acabar con milenios de opresión y/o civilización” que se inventaron hace poco. Lo mismo pasa con Lukianoff y Haidt en La transformación de la mente moderna con palabras como “detonante”, “ofensivo”, “sensación de inseguridad”. Incluso algunas asociaciones de psiquiatras aconsejan tratar la dañina “masculinidad tradicional” en hombres jóvenes y adultos. Hay un nuevo sistema de valores (de metafísica) que la gente aprender por error al pisar campos de minas en el entorno cultural.


Por ejemplo, el autor critica al movimiento feminista que cada vez pida más cosas cuando prácticamente ya han conseguido la igualdad de género (las sufragistas lograron la votación, el divorcio y la emancipación, las mujeres de los 50 a 70 lograron la incorporación masiva al trabajo y las mujeres del siglo XXI están luchando por la equiparación salarial y la conciliación familiar) por lo que sospecha que estas superejecutivas y supermodelos que acuden a conferencias internacionales a quejarse de que hay un “techo de cristal” que impide ascender laboralmente a la mujer, en realidad, ellas ya han logrado llegar a la cúspide y están arriba, pero quieren más, quieren ser más que el hombre. Cree que de trasfondo hay un tema de dominio entre géneros.


Douglas Murray empieza el libro avisando de que “vivimos en tiempos de locura colectiva. Tanto en público como en privado, tanto en el mundo digital como en el analógico, las personas se comportan de un modo cada vez más irracional, frenético, rebañego y desagradabñe”. Todos ven los síntomas pero ignoran las causas: se echa la culpa a los referéndums pero dice que la cosa es de más calado. El autor cree que en el último cuarto de siglo, todos los relatos se han venido abajo (fueron refutados, se hicieron impopulares o ya nadie los defiende). El descrédito empezó en el siglo XIX con las religiones, le siguieron las ideologías en el siglo XX y en el XXI prima el posmodernismo, que desconfía de los grandes relatos. Sin embargo, ya han aflorado nuevos relatos que daban sentido a la existencia que han generado feroces campañas y exigencias muy sectoriales. Recuerda que esto se ha visto amplificado por las empresas de Silicon Valley (Google, Facebook y Twitter), que a su vez tienen clientes dispuestos a pagar por modificar el comportamiento de otras personas. Su objetivo es montar una nueva metafísica o religión. Se basa en la trinidad justicia social – política identitaria – interseccionalidad.


Sobre la “justicia social”, todo el mundo parece estar de acuerdo. Nadie quiere “injusticia social”.


Respecto a la “política identitaria”, apoyada por los valedores de la justicia social, atomiza la sociedad en grupos de interés por sexo o género, raza, orientación sexual y demás. Ser miembro de uno de esos grupos presupone una “superioridad moral”.


La “interseccionalidad” invita a pasar la vida intentando conceptualizar las identidades y vulnerabilidades propias y ajenas para luego posicionarnos dentro del sistema de justicia que resulte de la jerarquía en modificación constante que descubramos. Según el autor, es demencial, inviable y plantea reivindicaciones imposibles en pos de fines inalcanzables.


El autor explica que esta nueva metafísica orbita sobre cuatro pilares más que discutibles pero que la gente se ve obligada a tragar a riesgo de que la insulten: 1) Todo el mundo puede volverse homosexual 2) que las mujeres son mejores que los hombres 3) que las personas pueden volverse blancas pero no negras y 4) que cualquiera puede cambiar de sexo. Quien no encaje en este esquema es un opresor (ironiza el autor).


El autor dice que primero las minas, en el siglo XX, se colocaron alrededor de la igualdad de los homosexuales. Luego, siguió hacia los gais, lesbianas y bisexuales (LGB) [el autor comenta que la L va primero por cortesía hacia las lesbianas y que la B va de última porque los otros dos no soportan a los bisexuales]. Luego, se añadieron la T de “trans” y, finalmente, la Q, de “queer”. Dice que al vencer este movimiento, los ganadores empezaron a comportarse como sus antiguos oponentes. Hace algo más de una década, se aprobó el matrimonio homosexual, un punto que se ha convertido en uno de los valores fundacionales del liberalismo moderno, según el autor. A día de hoy, nadie lo reprueba porque resultaría inaceptable. Pero el autor llama la atención en que este cambio de costumbres fue repentino y sin reflexión.


Las reivindicaciones de los derechos de la mujer, tras una noble lucha desde el siglo XIX, desembocó en expresiones como “masculinidad tóxica”, “patriarcado”, “mansplaining”.


En cuanto al movimiento por los derechos civiles en EE.UU., cuando la lucha parecía ganada, de repente giró hacia el tema de la raza, otro campo de minas.


Siguió el tema “trans”, que el autor califica de “pantanoso”. El género era una de las pocas certezas que le quedaba a la gente pero ahora hay un número sorprendentemente alto de personas que dicen que viven en un cuerpo equivocado”. Y las mujeres que se han posicionado en el bando equivocado (como J. K. Rolling) han sufrido acoso y derribo por personas que antes eran hombres.


El autor también detecta “alianzas” entre las 3 ideologías: para probar que uno es “antirracista” hay que declararse aliado de la causa LGTB y desear derribar el patriarcado.


El autor se pregunta cómo es posible que, casualmente, en Occidente, donde el Estado de Derecho a logrado estos éxitos en igualdad, parecen ser los peores pese a ser sociedades libres (frente a otros países que acumulan montañas de vulneraciones de los derechos humanos).


Advierte que este dogmatismo insiste en que cuestiones que no están resueltas sí lo están y teme que este afán revanchista mine los cimientos de la era liberal (ya que no todos tragan con los dogmas ni con los insultos por negarse a adherirse). Teme que los daños del huracán de la “interseccionalidad” sean “incalculables” y que dañen a las nuevas generaciones.


Señala, sobre el tema trans, que hay que esperar a la edad adulta para ver si acaban encontrándose cómodos en el sexo biológico que se les atribuyó al nacer. El autor se pregunta: ¿qué sentirían las mujeres si alguien nacido hombre les dice ahora cuáles son sus derechos y cuándo tienen derecho a hablar? [nota: quizás se refiera al caso de J.R.K. Rolling].


El autor duda que los valedores de la justicia social interactúen entre ellos (el derecho de un “trans” negro a convertirse en blanco o al revés). Una columnista, aplicando la extensión del pensamiento, se preguntó si las personas pueden elegir su identidad, ¿por qué limitarse solo al género o la raza? Tras las protestas, toda la dirección de la revista dimitió en bloque por publicar el artículo y a la autora la acusaron de ser una autora blanca “cis”. Lo mismo le pasó a un director de una revista antirracista al descubrirse que él, a su vez, tenía rascismo contra otras minorías étnicas. Cuando lo expulsaron, se quejó de que su despido obedecía a racismo.


El autor también menciona las competiciones femeninas en las que competían jugadores “trans”, mucho más corpulentos que sus rivales y que incluso estaban tomando hormonas (algo prohibido en el deporte, salvo para las “trans”). En el cine también han echado del reparto a actores porque su presencia de “actor blanco cis” suponía una afrenta para la dignidad de las mujeres trans. En otros casos, los tuiteros son atacados por “gordofia” antes que por ridiculizar a los residentes de los suburbios.


El autor concluye que es deseable una sociedad donde nadie quede relegado por razón de los rasgos personales que le tocaron en suerte pero minimizar las diferencias no es lo mismo que fingir que estas no existen. “Pretender que el sexo, la sexualidad y el color de la piel no significan nada sería ridículo. Pero pretender que lo son todo sería nefasto”, dice.


El autor aborda varios temas sobre la mujer como el “síndrome del impostor” (ocupar un cargo para el que tiene la sensación de que no se está preparada), pero otras veces estas mujeres son privilegiadas de la élite que ganan sueldos sustanciosos, tienen numerosos contactos y en un mes reciben más oportunidades de las que la mayoría de los varones blancos tendrán una vez en su vida.

Aborda también la interseccionalidad y la formación en la diversidad (incluido el test IAT de Harvard para detectar y corregir “sesgos inconscientes” y primeras impresiones pero que preocupa a algunos profesionales porque el grado de precisión no es bueno).


La interseccionalidad promulga que hay varios grupos (mujeres, minorías étnicas, sexuales) que viven en una “matriz opresora” y que los intereses de unos encajan con los de otros frente al enemigo común (el patriarcado blanco). El autor dice que la “interseccionalidad” está muy inmadura. El autor critica las cuotas y la discriminación positiva destinadas a “diversificar” el entono de trabajo pòr la vía rápida porque, casualmente, los beneficiados no procedían de los colectivos sociales más desaventajados.


El autor también habla de que hay cuatro olas de feminismo: las sufraguistas (1) hasta 1960, la de los años 60 (2) y la igualdad en el trabajo de 1960 a 1980, contra la pornografía (3) de 1980 a 2000, y la cuarta ola que lucha contra el “patriarcado” y la guerra y odio contra los hombres (misandria).

El concepto de patriarcado es la idea de que en Occidente vivimos en una sociedad que favorece a los hombres y ningunea a las mujeres y sus capacidades. Entre sus eslóganes está la “masculinidad tóxica” que se llegó a examinar como un problema psicológico por la APA.


El autor menciona otra discusión: si se es hombre o mujer por “hardware” (cuerpo) o por “software” (mente), lo que lleva al tema de los “trans”, lo que colisiona con las feministas veteranas como Green.

En el lenguaje “trans” hay varios términos: mujer “cis” (no admite a los transgénero), TERF (feministas radicales transexcluyentes), lo que ha generado problemas en Twitter e incluso en el machine learning (MLF) y que, según sospecha el autor, alguien está haciendo trampa para identificar a familias blancas en los buscadores de Google como “de otra variedad, mixtas, gays...” y no son buscadores neutrales sino que es una herramienta para luchar contra la “clase opresora blanca”.


Respecto a la raza surge “el problema de la blanquedad” y la necesidad de enseñarles a las personas blancas su “privilegio blanco cómplice del racismo”. Surgen conceptos como la “ceguera al color” y los problemas de conflicto racista surgido en los campus como Evergreen para “descolonizarlo” (descrito en La transformación de la mente moderna por Haynd). El autor se pregunta si no se estará cayendo en los mismo cuando esto surge desde las bancadas de otras razas como los negros, por ejemplo. Otra idea es la “apropiación cultural” en la que los blancos se disfrazan de trajes que llevas las minorías o hacen sus papeles en una película porque sospechan que están “blanqueando” la película.


El autor cita que algunos derechistas como Peter Thiel (gay, expulsado por apoyar a Trump), el rapero Kanye West, el exmarido de Kim Kardasian (expulsado de los “negros” por apoyar a Trump) o Green (feminista expulsada por decir que los “trans” no son mujeres de verdad). Se asocia ser demócrata con los gays, las feministas modernas o las razas étnicas.


El autor apunta a una causa de la locura de las masas: parece posible identificar un patrón coherente: la persona y sus características innatas no importan; lo importante es el discurso que articula y las ideas y sentimientos a los que presta voz. Pero de pronto, aparece una escala de valores opuesta y el contenido del discurso carece de importancia o reviste un interés tangencial. La persona acapara el centro de atención y lo que dice queda relegado a un plano secundario.

También alerta de la escalada retórica en las redes. También hay protestas por equiparar raza y coeficiente intelectual y genética (la Bell Curve), ya que nadie atiende a las pruebas.


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