Resumen del libro "Guerra, ¿para qué sirve?", de Ian Morris ( 2014)
Resumen del libro original y actualizado:
https://evpitasociologia.blogspot.com/2017/11/guerra-para-que-sirve-de-ian-morris-2014.html
Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación Social y licenciado en Derecho y Sociología
Sociología, Historia, cambio social, historia de la civilización, estructura social
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Título: "Guerra, ¿para qué sirve?"
Subtítulo: El papel de los conflictos en la civilización desde los primates hasta los robots
Título original en inglés: "War! What is it Good for?"
Edición en inglés: 2014
Edición en español: Barcelona, 2017, Ático de los libros
Número de páginas: 639
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Biografía oficial del autor Ian Morris (hasta 2017)
Ian Morris es doctor en Historia por Cambridge. Vive en las montañas de Santa Cruz, en California, junto a su esposa, gatos y perros y es profesor de Historia del Mundo, Arqueología, Cultura Clásica en la Universidad de Stanford, donde ha sido director del departamento de Cultura Clásica, director del Instituto de Historia de las Ciencias Sociales y del Centro de Arqueología, así como el decano adjunto de la Facultad de Humanidades y Ciencias. En 2009, fue galardonado con el Dean's Award por la excelencia de sus clases. Ha dirigido excavaciones arqueológicas en Gran Bretaña, Grecia e Italia.
Ha publicado diez libros entre los que destaca "¿Por qué manda Occidente... por ahora?" (Ático Historia, 2014). Ha sido galardonado con premios de la Fundación Guggenheim, la Fundación Mellon, la National Geographic Society y el National Endowment for the Humanities y es titular de la Cátedra Jean y Rebecca Willard de Clásicos.
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Texto de la contraportada
"En este fascinante libro, el historiador y arqueólogo Ian Morris investiga el papel de la guerra a lo largo de la historia. Partiendo de esa premisa, "Guerra, ¿para qué sirve?" nos ofrece un sensacional relato de la violencia a través de los siglos y llega a la sorprendente conclusión de que la guerra ha hecho del mundo un lugar más seguro y próspero. Morris explica que, en la Edad de Piedra, había una posibilidad entre diez o incluso entre cinco de morir violentamente, mientras que en el siglo XX, pese a dos guerras mundiales, la bomba atómica y el holocausto nazi, menos de una de cada cien personas murió a manos de otra.
¿Es posible que algo tan espantoso como la guerra haya sido una fuerza positiva en el avance de la civilización? Morris expone cómo, a lo largo de quince mil años, la guerra ha contribuido de forma decisiva a crear sociedades más grandes y complejas, las cuales, a su vez, han hecho que la vida de sus ciudadanos fuera más segura.
Por último, al comprender exactamente el funcionamiento y la utilidad de la guerra, estaremos en mejor posición posible para saber si, de una vez por todas, se puede acabar con ella".
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ÍNDICE
Introducción: la amiga del enterrador
1. ¿La tierra baldía? Guerra y paz en la Antigua Roma
2. Enjaular a la bestia: las guerras productivas
3. Los bárbaros contraatacan: las guerras contraproducentes (1-1415 d.C)
4. La Guerra de los Quinientos Años: Europa (casi) conquista el mundo (1415-1914)
5. Tormenta de acero: la guerra por Europa (1914-década de 1980)
6. Con uñas y dientes rojos: por qué los chimpancés de Gombe fueron a la guerra
7. La última gran esperanza del mundo: el Imperio estadounidense (1989-?)
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RESUMEN
Habría que encuadrar este libro junto al de Monbiot y otros que defienden un orden mundial, un gobierno global que cree un gran espacio de comercio y cultura e impida los actuales abusos de la globalización donde las grandes multinaciones campan a sus anchas debido a la distinta legislación mundial.
El libro parte de la tesis de que las guerras por la expansión del territorio (que él denomina guerras productivas) crean espacios de gobernabilidad mayores y traen una posterior paz y prosperidad a esas tierras. Por contra, hay otro tipo de guerras defensivas que son "contraproductivas" y que mantienen a los contendientes en un peligroso equilibrio y conflicto perpetuo (en plan guerras feudales).
Así, como ejemplo de guerras productivas están las del Imperio Romano, que pacificó todo el Mediterráneo y el Atlántico Norte y llevó la paz a 60 millones de habitantes que antes vivían enfrentados en conflictos tribales. Lo mismo pasó con la China de la dinastía han o la India. Enormes civilizaciones antiguas, que funcionaban como "bandoleros sedentarios" recaudando impuestos, mantuvieron la paz y favorecieron la agricultura durante muchos siglos. Añade que los antropólogos que estudiaron las tribus del Amazonas durante 30 años descubrieron que una gran parte de los habitantes moría en conflictos violentos, asesinado, en peleas... mientras que en el siglo XX el hombre occidental, a pesar de las dos guerras masivas, tiene una probabilidad de 1 o 2% de morir en un conflicto armado o hecho violento, ya que la violencia ha sido prácticamente erradicada en las civilizaciones más avanzadas donde hay un Estado fuerte.
Así, como ejemplo de guerras productivas están las del Imperio Romano, que pacificó todo el Mediterráneo y el Atlántico Norte y llevó la paz a 60 millones de habitantes que antes vivían enfrentados en conflictos tribales. Lo mismo pasó con la China de la dinastía han o la India. Enormes civilizaciones antiguas, que funcionaban como "bandoleros sedentarios" recaudando impuestos, mantuvieron la paz y favorecieron la agricultura durante muchos siglos. Añade que los antropólogos que estudiaron las tribus del Amazonas durante 30 años descubrieron que una gran parte de los habitantes moría en conflictos violentos, asesinado, en peleas... mientras que en el siglo XX el hombre occidental, a pesar de las dos guerras masivas, tiene una probabilidad de 1 o 2% de morir en un conflicto armado o hecho violento, ya que la violencia ha sido prácticamente erradicada en las civilizaciones más avanzadas donde hay un Estado fuerte.
[nota del lector: el fallo de este argumento es que para conseguir la Pax Romana y mantener la prosperidad durante dos siglos (el I y II DC), Roma libró siete siglos de guerras (con otros pueblos de Itálica, con Cartago, con Galia), masacrando a millones de indígenas europeos o esclavizándolos, para luego disfrutar de dos siglos de paz antes de volver al caos con las guerras civiles propias de un Estado fallido seguidas de una mayor matanza con la invasión de los bárbaros. El balance del Imperio Romano fueron 9 siglos de guerra y conquista, asolando a fuego todo el Mediterráneo y el Atlántico, dejando una estela de millones de muertos, para disfrutar dos siglos de paz, que no duró mucho ya que luego le siguieron otros diez siglos de guerra constante entre señores feudales a lo largo de la Edad Media, por lo decir las guerras entre potencias europeas que siguieron otros 500 años hasta la hecatombe de 1914-1945. Reconstruir el imperio Romano llevó 1.500 años de guerra y sin ningún éxito hasta que, pacíficamente, se firmó el tratado de la UE]
Las grandes civilizaciones antiguas y su caída
El libro arranca con un pasaje de Tácito sobre la guerra de Agrícola en Britania contra los pictos o actuales escoceses. El líder britano Calgaco arentó a miles de guerreros bárbaros para aplastar a las legiones de Agrícola que avanzaban. Avisó de que los romanos solo dejaban tras de sí "tierra baldía". Frente a esta concepción de Roma como ejército que arrasa con todo, está la de Cicerón que canta el orden que se impuso en el Imperio y en el que florecen las artes y las letras superada ya la barbarie de tribus ferozmente enfrentadas entre sí para robar ganado o agua. Con Roma, impera la paz. El autor apuesta por la visión de Cicerón, porque es la que se debe adoptar a largo plazo, la de la creación de una gran civilización que permite territorios llenos de paz, mientras que la del gran jefe Calgaco es cortoplacista, solo ve la humareda de las cosechas quemadas por las legiones que avanzan hacia él a combatir.
Las grandes civilizaciones antiguas y su caída
El libro arranca con un pasaje de Tácito sobre la guerra de Agrícola en Britania contra los pictos o actuales escoceses. El líder britano Calgaco arentó a miles de guerreros bárbaros para aplastar a las legiones de Agrícola que avanzaban. Avisó de que los romanos solo dejaban tras de sí "tierra baldía". Frente a esta concepción de Roma como ejército que arrasa con todo, está la de Cicerón que canta el orden que se impuso en el Imperio y en el que florecen las artes y las letras superada ya la barbarie de tribus ferozmente enfrentadas entre sí para robar ganado o agua. Con Roma, impera la paz. El autor apuesta por la visión de Cicerón, porque es la que se debe adoptar a largo plazo, la de la creación de una gran civilización que permite territorios llenos de paz, mientras que la del gran jefe Calgaco es cortoplacista, solo ve la humareda de las cosechas quemadas por las legiones que avanzan hacia él a combatir.
Ian Morris sostiene que una vez que un Estado alcanza una dimensión grande, tiene incentivos para mantener la paz en su territorio, recaudar impuestos, proteger a su población, etc... aunque sea para que otros no le roben el botín. Si en el pasado, los jefes guerreros eran feroces asesinos, luego devinieron en administradores del territorio conquistado para sacarle buenas rentas. Crearon un estado "hobbesiano" por el que mantenían el orden y el monopolio de la violencia. Esta idea caló de que el Estado era el único con derecho a ejercer la violencia por lo que cualquier pelea, crimen, etc... hecho por un ciudadano era inmediatamente castigado. Al tratarse de un poder fuerte, pocos se podían oponer y el territorio quedó pacificado, por lo que la agricultura y el comercio prosperó sin temor a ataques de bandoleros.
Es lo que el estadista inglés Hoobes llamó el Estado Leviatán, como un gran poder que contrarreste la violencia natural de los hombres, ya que ellos mismos son lobos para el hombre. Frente a esta idea de que el hombre es un mono ultraviolento está la que extendió Margareth Mead, en un conocido estudio antropológico sobre los nativos de Samoa, de que el hombre es bueno en su estado salvaje y tiende al amor y la fraternidad con sus semejantes, un poco la filosofía hippie. Pero el autor replica que los samoanos le "tomaban el pelo" a Margareth Mead para reírse de ella, según confesaron unas ancianas recientemente.
El autor se adelanta a muchas de las críticas siendo el argumento principal que los lectores le opones el de "¿Y qué nos dices de Hitler?". Morris replica que el "fuhrer" fue un brutal dictador que impuso su propio Leviatán asesino en toda Europa. Añade que la Alemania nazi era un gobierno dominado por una élite del partido y que tenía objetivos genocidas en un 50 % pero en otro 50 % protegía a sus ciudadanos, pero en todo caso, resultó ser un Estado fallido que fue aplastado por otros Leviatán todavía más poderosos. Recuerda que derrotada y eliminada Alemania como adversario, la guerra siguió en otros lados (en Japón), con nuevas y brutales matanzas. Viene a decir que la Alemania nazi era similar a un virus asesino que mató al paciente, como un caso extremo de Estado asesino que no prosperó porque los otros Estados se dieron cuenta de su peligrosidad y entre todos lo aplastaron. Por tanto, lo considera un caso extremo y raro en su argumentación, que estaría encuadrado como una tiranía que explota y asesina a sus súbditos, en la escala máxima de violencia.
El autor añade que hay otros niveles de Estado: la democracia, el gobierno populista, la aristocracia y la tiranía, y cada uno de ellos se mueve por distintos objetivos e intereses. En el caso de Roma, se trataba de un gobierno de la élite aristocrática cuyo objetivo era enriquecerse mediante la conquista pero que también cuidó de que el pueblo estuviese seguro mediante la ley y el Derecho y que por eso fue un Estado viable y próspero mientras duró. Lo mismo pasó en Egipto. El Estado Asirio era otro tipo de tiranía pero mantuvo seguro su territorio y prosperó.
Ian Morris también examina la escalada bélica desde que las guerras movilizaron a pie a la infantería de los egipcios y persas, con expertos tiradores de flechas, hasta que los arqueros disparaban flechas desde carros y los romanos y griegos inventaron la disciplina (ideal frente a las tribus celtas donde cada uno hacía lo que quería) y fabricaron a gran escala espadas de hierro muy baratas con las formaron enormes ejércitos baratos de hombres libres y que revolucionaron la guerra en el cuerpo a cuerpo (mientras en Oriente atacaban desde lejos o con elefantes, como en la India o como hizo Aníbal).
El gran problema estratégico para las grandes civilizaciones, que movían enormes ejércitos a pie, surgió en el mismo momento que tuvieron que enfrentarse a la caballería de los pueblos nómadas (sártrapas, hunos...), brutales, feroces, y bandidos ágiles y fugaces. La muralla de Adriano o la Gran Muralla China, que durante siglos contuvieron a los bárbaros, no sirvieron de mucho cuando los invasores formaron enormes coaliciones y entraron en la frontera arrasando todo.
Persia fue la primera en reaccionar ante los bandidos de la estepa y creó lo que es la actual caballería pesada: caballeros con armadura y yelmo y armas pesadas, prácticamente invencibles. Los romanos tuvieron que imitarles y China también, la caballería pasó a ser decisiva en estas guerras contra los nómadas y, aún así, estos arrasaron Eurasia, de una punta a otra, derribaron el Imperio Romano, el Indio y el Chino, que durante siglos solo volvieron a ser sombras de lo que fueron. Fue una debacle de las grandes civilizaciones que tardó mil años en recuperarse.
A todo ello se suma que las grandes civilizaciones, Roma y China, se desmoronaron simultáneamente en el siglo II DC a causa de una brutal peste que arrasó el continente de una punta a otra, con legiones enfermas que morían a miles en los campamentos, donde el virus infectaba con mayor rapidez. Entre las enfermedades globales y los jinetes nómadas, que causaron un "efecto dominó" al empujar a los bárbaros al interior del territorio romano y de otros pueblos lindantes con China a la India o China. Estas emigraciones masivas de refugiados añadieron más caos y, en 80 años, el Imperio Romano había dejado de existir y en su lugar se formaron reinos bárbaros controlados por señores de la guerra. El intento de Bizancio de reunificar el Mediterráneo fue muy flojo pues no tenía los medios necesarios y cuando el Islam controló el mismo mar, desde Lisboa hasta Pakistán, no pudo funcionar como un megaestado porque los califas dirigían sus propios reinos sin atender a nadie o peleaban entre sí, según señala el autor.
En el caso de China, las distintas dinastías lograron reunificar el imperio para volver a disolverse poco después. Los herederos de Carlomagno también fracasaron. Durante mil años hubo un ciclo de guerra-civilización-guerra tanto en Europa como en China e India.
Otro de las distinciones que aborda Morris es la llamada guerra productiva y la contraproductiva. Dice que Roma hizo guerras productivas hasta el siglo I, en las que sus conquistas eran rentables porque ampliaban el territorio y lograban cuantiosos botines. Pero tras la derrota de cuatro legiones en el bosque de Tettoburgo, en el año 9, Augusto ordenó una guerra defensiva y repliegue a las fronteras seguras. A partir de entonces, la guerra fue contraproductiva porque, por un lado era defensiva, y por otro la ganancia de nuevos territorios como Dalmacia, Rumanía, Siria, salían muy caros, incluso por encima del coste, y apenas rentaban nada. China también entró en un ciclo de guerras contraproductivas para defender su frontera de los nómadas, que requerían enormes ejércitos de caballería que hacían guerras preventivas. No obstante, el autor aclara que esas guerras preventivas a veces disuadían a los nómadas de volver a cruzar las fronteras durante cien años, por lo cual también era rentable.
El poder mundial de Europa
Hasta el año 1018, no se hace una nueva escalada armamentística. Esta vez será la invención de la pólvora en China, que usaron para hacer fuegos artificiales o como arma incendiaria, pero no para lanzar proyectiles a gran velocidad, algo que sí aprovechó Occidente.
Europa fue el ganador de la carrera armamentística de la pólvora porque los distintos reinos feudales la adoptaron entusiasmados. Primero, sus cañones derribaron las murallas de los castillos (los turcos copiaron la idea para conquistar Costantinopla) y luego, en torno al año 1470, se empezaron a usar arcabuces con gancho. No pudieron sustituir a la caballería hasta que inventaron los holandeses el sistema de carreta o "lagger", mediante el cual las carretas se disponían en círculo y servían de muralla contra los caballos y parapeto para los cañones. A estas alturas, Europa ya había superado a Asia y siguió el avance cuando las potencias europeas dotaron de cañones a los galeones y barcos de línea, con lo que los mares fueron europeos por su gran potencia de fuego. A ello se sumaron tácticas prusianas como las líneas de fusileros que avanzaban en línea hasta convertir sus ejércitos en paredes que escupían fuego, según contaban los supervivientes.
El autor dice que el norte de Europa se distanció del resto del mundo porque permitió el libre comercio frente a los estados del Sur que aún promovían el monopolio comercial. De esta forma, Gran Bretaña dominó todos los mares del mundo e impuso su ley hasta convertir el siglo XIX el mundo en un lago británico mantenido por un orden global inglés.
Desde el punto de vista de la "rentabilidad" de las guerras, el autor dice que Europa masacró a millones de nativos en América (sobre todo por las enfermedades que redujeron la población a la mitad), Asia (India) y esclavizó a varios millones más en África, pero que en gran parte tuvo como consecuencia una ampliación del territorio europeo y la paz en Europa prácticamente desde 1715 a 1800 y de 1815 a 1914. Según su teoría, al final este ciclo de guerras de expansión trajo la paz al mundo y millones de súbditos vivieron en paz y progreso en las colonias británicas (y las hispanas también durante cuatro siglos). [nota del lector: nuevamente vemos un argumento un poco capcioso porque parece que lo que quedó fue más tierra baldía que otra cosa]
Morris señala que hay un ejemplo que podría invalidar su tesis y se refiere a la guerra de Independencia de EE.UU., pues sería el típico ejemplo de guerra contraproductiva que genera mayor caos y violencia al dividirse el imperio británico en dos y, sin embargo, generó una mayor riqueza y prosperidad para el nuevo país y la antigua metrópoli. El autor replica que la clave de por qué esta vez fue distinto hay que buscarla en el comercio; el propio Adam Smith señala que dejar a los operadores y a la mano invisible del mercado trabajar con mayor libertad generará mayor riqueza, como así ocurrió. La libertad comercial benefició a ambos países, así como la fluidez del crédito, que permitió a EE.UU. tender una gran red de ferrocarril a partir de 1830.
El dominio europeo en el mundo se limitaba hasta el siglo XIX a proteger fuertes en la costa en enclaves asiáticos sin preocupar mucho a los gobernantes de la India o China. Si había una batalla naval entre Holanda e Inglaterra por el dominio de Indonesia, los gobernantes asiáticos lo consideraban una "molestia" o una "guerra comercial". Lo mismo pasaba en el Congo y el resto de la costa, donde los portugueses tenían que comprar esclavos a los jefes locales a cambio de armas sin adentrarse en el territorio por miedo a las enfermedades, salvo en Sudáfrica, que estaba libre de gérmenes letales para el hombre blanco. Eso cambió a partir de mediados del siglo XIX, cuando los médicos occidentales lograron vacunas contra las principales enfermedades tropicales, salvo la fiebre amarilla. De repente, el interior de África y Asia quedaron a merced de los europeos, cuyas principales potencias se repartieron el mundo en pacíficos congresos.
Inglaterra creó un vasto imperio multicontinental en Canadá, Australia, India, Sudáfrica, Zimbawe, Kenia, Sudán, Hong-Kong y otras colonias en el Caribe o el Pacífico aunque impuso un orden global de comercio y crédito que subyugó a países nominalmente independientes como Argentina o Chile. Su poder naval servía de policía mundial allí donde hubiese conflictos [nota del lector: papel que luego siguió EE.UU.]. Cuando el emperador francés Napoleón decretó en toda Europa un bloqueo comercial del Continente a las islas británicas fracasó porque todos los reinos buscaban trucos para eludir la orden y porque la flota naval británica era dueña de los mares.
Otro cambio que observa Ian Morris son las guerras populares que estallaron a partir de 1776. La insurrección de los colonos americanos y la posterior Guerra de Independencia solo fue el comienzo de las guerras nacionalistas y protagonizadas por el pueblo. Al poco, el pueblo y los burgueses tomaron el poder en la Revolución Francesa de 1789, en lo que sería otra movilización a gran escala que se saldó con miles o millones de muertos, sobre todo en el campesinado reaccionario y entre los aristócratas que no pudieron huir a tiempo. Napoleón llevó a la guerra popular a otra escala al movilizar a un ejército de un millón de voluntarios que no eran profesionales como las tropas de Prusia o Inglaterra pero estaban dirigidos por buenos oficiales. Este ejército popular se metió en un buen lío cuando Napoleón invadió España para obligarla a entrar en el orden continental y bloquear a Inglaterra. Los españoles se constituyeron en otro movimiento nacional y popular y sometieron a una pesadilla a las tropas napoleónicas a las que desgastaron con una guerra de guerrillas. Pronto todos los países se dieron cuenta de que el nacionalismo y el patriotismo servía para hacer ejércitos más poderosos y todos comprendieron la importancia de fomentar esas ideas populares. [nota del lector: pero un siglo después, lo que parecía una medicina mágica que lo curaba todo se convirtió en un veneno, siendo el más claro ejemplo la Alemania nazi ultranacionalista]
El poder mundial de Europa
Hasta el año 1018, no se hace una nueva escalada armamentística. Esta vez será la invención de la pólvora en China, que usaron para hacer fuegos artificiales o como arma incendiaria, pero no para lanzar proyectiles a gran velocidad, algo que sí aprovechó Occidente.
Europa fue el ganador de la carrera armamentística de la pólvora porque los distintos reinos feudales la adoptaron entusiasmados. Primero, sus cañones derribaron las murallas de los castillos (los turcos copiaron la idea para conquistar Costantinopla) y luego, en torno al año 1470, se empezaron a usar arcabuces con gancho. No pudieron sustituir a la caballería hasta que inventaron los holandeses el sistema de carreta o "lagger", mediante el cual las carretas se disponían en círculo y servían de muralla contra los caballos y parapeto para los cañones. A estas alturas, Europa ya había superado a Asia y siguió el avance cuando las potencias europeas dotaron de cañones a los galeones y barcos de línea, con lo que los mares fueron europeos por su gran potencia de fuego. A ello se sumaron tácticas prusianas como las líneas de fusileros que avanzaban en línea hasta convertir sus ejércitos en paredes que escupían fuego, según contaban los supervivientes.
El autor dice que el norte de Europa se distanció del resto del mundo porque permitió el libre comercio frente a los estados del Sur que aún promovían el monopolio comercial. De esta forma, Gran Bretaña dominó todos los mares del mundo e impuso su ley hasta convertir el siglo XIX el mundo en un lago británico mantenido por un orden global inglés.
Desde el punto de vista de la "rentabilidad" de las guerras, el autor dice que Europa masacró a millones de nativos en América (sobre todo por las enfermedades que redujeron la población a la mitad), Asia (India) y esclavizó a varios millones más en África, pero que en gran parte tuvo como consecuencia una ampliación del territorio europeo y la paz en Europa prácticamente desde 1715 a 1800 y de 1815 a 1914. Según su teoría, al final este ciclo de guerras de expansión trajo la paz al mundo y millones de súbditos vivieron en paz y progreso en las colonias británicas (y las hispanas también durante cuatro siglos). [nota del lector: nuevamente vemos un argumento un poco capcioso porque parece que lo que quedó fue más tierra baldía que otra cosa]
Morris señala que hay un ejemplo que podría invalidar su tesis y se refiere a la guerra de Independencia de EE.UU., pues sería el típico ejemplo de guerra contraproductiva que genera mayor caos y violencia al dividirse el imperio británico en dos y, sin embargo, generó una mayor riqueza y prosperidad para el nuevo país y la antigua metrópoli. El autor replica que la clave de por qué esta vez fue distinto hay que buscarla en el comercio; el propio Adam Smith señala que dejar a los operadores y a la mano invisible del mercado trabajar con mayor libertad generará mayor riqueza, como así ocurrió. La libertad comercial benefició a ambos países, así como la fluidez del crédito, que permitió a EE.UU. tender una gran red de ferrocarril a partir de 1830.
El dominio europeo en el mundo se limitaba hasta el siglo XIX a proteger fuertes en la costa en enclaves asiáticos sin preocupar mucho a los gobernantes de la India o China. Si había una batalla naval entre Holanda e Inglaterra por el dominio de Indonesia, los gobernantes asiáticos lo consideraban una "molestia" o una "guerra comercial". Lo mismo pasaba en el Congo y el resto de la costa, donde los portugueses tenían que comprar esclavos a los jefes locales a cambio de armas sin adentrarse en el territorio por miedo a las enfermedades, salvo en Sudáfrica, que estaba libre de gérmenes letales para el hombre blanco. Eso cambió a partir de mediados del siglo XIX, cuando los médicos occidentales lograron vacunas contra las principales enfermedades tropicales, salvo la fiebre amarilla. De repente, el interior de África y Asia quedaron a merced de los europeos, cuyas principales potencias se repartieron el mundo en pacíficos congresos.
Inglaterra creó un vasto imperio multicontinental en Canadá, Australia, India, Sudáfrica, Zimbawe, Kenia, Sudán, Hong-Kong y otras colonias en el Caribe o el Pacífico aunque impuso un orden global de comercio y crédito que subyugó a países nominalmente independientes como Argentina o Chile. Su poder naval servía de policía mundial allí donde hubiese conflictos [nota del lector: papel que luego siguió EE.UU.]. Cuando el emperador francés Napoleón decretó en toda Europa un bloqueo comercial del Continente a las islas británicas fracasó porque todos los reinos buscaban trucos para eludir la orden y porque la flota naval británica era dueña de los mares.
Otro cambio que observa Ian Morris son las guerras populares que estallaron a partir de 1776. La insurrección de los colonos americanos y la posterior Guerra de Independencia solo fue el comienzo de las guerras nacionalistas y protagonizadas por el pueblo. Al poco, el pueblo y los burgueses tomaron el poder en la Revolución Francesa de 1789, en lo que sería otra movilización a gran escala que se saldó con miles o millones de muertos, sobre todo en el campesinado reaccionario y entre los aristócratas que no pudieron huir a tiempo. Napoleón llevó a la guerra popular a otra escala al movilizar a un ejército de un millón de voluntarios que no eran profesionales como las tropas de Prusia o Inglaterra pero estaban dirigidos por buenos oficiales. Este ejército popular se metió en un buen lío cuando Napoleón invadió España para obligarla a entrar en el orden continental y bloquear a Inglaterra. Los españoles se constituyeron en otro movimiento nacional y popular y sometieron a una pesadilla a las tropas napoleónicas a las que desgastaron con una guerra de guerrillas. Pronto todos los países se dieron cuenta de que el nacionalismo y el patriotismo servía para hacer ejércitos más poderosos y todos comprendieron la importancia de fomentar esas ideas populares. [nota del lector: pero un siglo después, lo que parecía una medicina mágica que lo curaba todo se convirtió en un veneno, siendo el más claro ejemplo la Alemania nazi ultranacionalista]
La guerra de 1914 a 1945
El autor estudia posteriormente el gran conflicto europeo de 1914 a 1945, que equipara a las Guerras Púnicas entre Cartago y Roma porque hubo dos guerra en medio de una tregua de 20 años. Morris recurre a la teoría de Mackinder en el que el mundo está dividido en tres bloques: el Núcleo (serían las estepas nómadas, desde Rusia a China), el Círculo Inferior (que serían los imperios orientales y europeos) y el Círculo Exterior (América, África subsahariana, Japón y Australia).
En el caso de la Gran Guerra del 2014, Alemania se unificó en un momento en que Gran Bretaña había dejado de ser la única nación industrializada y ya no tenía efectivos para vigilar el mundo como una policía mundial: los ingleses relegaron parte de las tareas en EE.UU. y Japón como ayudantes del policía mundial. En ese contexto, Alemania empezó a crecer e industrializarse y a iniciar políticas coloniales en África pero, en contra del consejo del cancíller Bischmark, que apostaba por una senda diplomática y de equilibro, el kayser comenzó a idear planes para "absorber" parte del Núcleo, concretamente los países no-rusos como el Báltico, Ucrania y Bielorrusia. Solo faltaba una excusa para invadir Rusia.
Por otra parte, la posterior matanza que luego se desencadenó tuvo mucho que ver con unas élites que no tenían piedad ni por su propio pueblo porque si no habrían detenido el baño de sangre que costó millones de vidas. En tanto, Inglaterra adoptó una estrategia para cercar comercialmente a Alemania, que dio resultado a largo plazo y que decidió la guerra hacia los aliados, a lo que también contribuyó la entrada al final de EE.UU. El autor señala que, al terminar la guerra, no se resolvió nada y el mundo siguió igual de inseguro que antes, porque los países perdedores se vieron abocados a guerras civiles (Rusia, Alemania), a lo que después siguió la hecatombe económica del Crash de 1929, y diez años después una segunda guerra, esta vez total.
El mundo post-soviético (1989-2017)
La Segunda Guerra Mundial enterró definitivamente a Gran Bretaña como policía global, ya en decadencia desde 1870, y puso en el mundo a dos policías globales: EE.UU. y la URSS, que se repartieron el planeta: el núcleo quedó en manos del Imperio Soviético y otros países comunistas (China), el flanco interior fue una zona occidental o no alienada (Europa Occidental, Asia del Este, India, Persia, Afganistán) y el mundo exterior quedó en manos de USA (Pacífico, Sudamérica). Cualquier injerencia en esas zonas de influencia suponía un conflicto entre ambos policías globales, como fue el caso de Vietnam, el conflicto de los misiles de Cuba o la guerra de Corea. Además, se siguió un proceso de descolonización, primero de la India, y después de toda África, que quedaron bajo control americano por estar en su área de influencia. EE.UU. evitó por todos los medios que no se instalase el comunismo en su área de influencia.
El mundo siguió con dos policías globales desconfiados siempre entre ellos hasta el punto de iniciar una carrera de misiles nucleares que quedó en tablas porque la destrucción mutua estaba asegurada (MAD). Todo ataque era un suicidio asegurado, como dedujo el ruso Petrov ante lo que era un fallo de su ordenador y fue el que evitó la guerra nuclear en los años 80.
Según el autor, el colapso de la URSS fue planeado en los años 50 por USA mediante una estrategia a fuego lento: hacer que el pueblo soviético comprendiese las condiciones miserables en las que vivía comparándose con la fiebre consumista de Occidente libre. A mediados de los años 80, la URSS habia sido derrotada por Afganistán, el petróleo se había desplomado de precio tras unos años de bonanza, y Gorvachov inició el desarme y el desmantelamiento de la URSS: permitió que Europa Oriental se marchase libremente de su influencia, disolvió el imperio ruso y liberó a las repúblicas del Cáucaso. En cinco años, la URSS se había disuelto como un azucarillo en un vaso de agua.
A partir de 1989, con la caída del muro de Berlín, y de 1991, con el desplome de la URSS, solo quedó un policía global: EE.UU. Fue entonces cuando los conflictos se multiplicaron, sobre todo a partir del 2011, pero el autor recalca que fueron guerras de baja intensidad (para EE.UU., se entiende), caso de la Guerra del Golfo, Irak, Afganistán... e incluso Sudán o Somalia. No había posibilidad de que se produjese un gran conflicto a escala mundial con cien millones de muertos, algo que era una alternativa posible en los años 80. En los años 90, 2000 y 2010, allí donde había problemas, acudía el policía global, aunque poco a poco empezó a automatizar la guerra para abaratarla con drones y otras tecnologías que no requieren tropas en tierra.
El autor afirma que ahora el conflicto se desplaza hacia el Este de Asia, concretamente a las islas que rodean China. Ese gigante económico tiene un potente ejército pero está enjaulado porque su costa está rodeada de una cadena de islas hostiles o patrocinadas por EE.UU. (Corea del Sur, Japón, Taiwan, Filipinas, Singapur, Indonesia). El autor sostiene que EE.UU. es el dueño del Pacífico pero que China quiere, por razones de defensa estratégica, romper el bloqueo de esta cadena de islas. Al carecer de flota o de un mar libre por el que navegar, se ve confinada a ser una potencia continental pero no global. Romper el orden en el Pacífico, el mar Americano, supondría un desafío total a EE.UU. Ian Morris sostiene que no habrá quiebras en el sistema actual quizás durante varias décadas pero teme que llegará un momento en que EE.UU., si continúa con su lenta decadencia a nivel internacional, se verá desbordado en su papel de policía global y tendrá que nombrar ayudantes, posiblemente China [nota del lector: y yo diría Rusia]. El autor teme que, al igual que ocurrió con el Imperio Británico (al permitir el crecimiento de Alemania o Estados Unidos), el propio policía global podría estar cavando su tumba al armar a los que en unas décadas serán sus competidores que lo desbanquen de su papel.
Ian Morris recuerda que se hacen muchos esfuerzos para que no vuelva a haber guerras pero él se teme que, en las próximas décadas, antes de 2050, que será inevitable una megaguerra de las de verdad con millones de muertes en todo el planeta, aunque puede que sea menos devastadora que las anteriores guerras mundiales. Eso se debe a que la guerra con robots será inevitable ya que nadie quiere perder esa ventaja militar (lo llama la carrera de la Reina Roja, una carrera armamentística). Esto se basa en la Historia de la Humanidad: primero se lucharon con ejércitos disciplinados a pie, luego con carros de caballos, con caballería, con armas de fuego, con armas nucleares... Y por otro lado recuerda que la guerra es el camino por el que optan aquellos que ven ventajas y algo que ganar. Cuando alguien va a la guerra es porque algo tiene que ganar, alguna recompensa. Mientras alguien haga sus cálculos y vea posibles recompensas, irá a la guerra. La idea de fondo es que la descomposición del Imperio Americano conllevará nuevas guerras y una gran batalla final entre EE.UU. y el país que lo sustituirá como policía global dentro de unas décadas. Sostiene que la situación actual se parece a la de 1910, con el Imperio Británico en horas bajas y una Alemania y un Japón en crecimiento económico desbocado.
Morris también explica cómo serán las futuras guerras. Ya las estamos viendo. En una caravana en una instalación militar de Nevada dos operadores eliminan a objetivos mediante drones a miles de kilómetros. Hacen la guerra cómodamente como si fuese un videojuego. Alguien ha pensado en una idea más eficiente: enviar cazas-robots guiados por un caza humano a la zona de combate. Los robots procesan la información más rápido que el ser humano, cuando estos piensen la maniobra los robots ya los habrán abatido. Por eso, será inevitable una nueva carrera para desarrollar robots asesinos y robots soldados, según afirma el autor.
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