miércoles, 12 de septiembre de 2018

"Una herencia incómoda", de Nicholas Wade (2014)

Resumen del libro  "Una herencia incómoda", de Nicholas Wade (2014)

Resumen original y actualizado en:
https://evpitasociologia.blogspot.com/2018/09/una-herencia-incomoda-de-nicholas-wade.html

Resumen elaborado por E. V. Pita, doctor en Comunicación y licenciado en Economía y Sociología

Sociología, genética, población, evolución social, cultura, historia humana

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Título: "Una herencia incómoda"

Subtítulo: "Genes, raza e historia humana"

Título original en inglés: "A troublesome Inheritance: Genes, Race and Human History"

Autor: Nicholas Wade

Publicado en inglés en el 2014

Editorial en español: Ariel, Planeta, Barcelona, 2015

Páginas: 295

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Biografía del autor

Licenciado en Ciencias Naturales por el King's College de la Universidad de Cambridge. Fue editor de la revista Nature y se convirtió después en su corresponsal en Washington. Posteriormente se unió a la revista Science para acabar en el New York Times como editor especializado en asuntos de ciencia, espacio, tecnología, defensa y genética.

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Texto de la contraportada

"Buceando en las nuevas evidencias que ha dejado la descodificación del genoma humano, Nicholas Wade nos adentra en las bases genéticas de la raza y su rol fundamental en la historia de la humanidad.

Pocas ideas han sido más perniciosas que aquellas que afirman que hay razas inherentemente superiores a otras. Por esa razón, el debate sobre las diferencias biológicas entre razas han sido completamente proscrito del ámbito científico. La evolución humana, se insiste desde un inusitado consenso, acabó en la prehistoria.

No obstante, el consenso parece ser erróneo. Wade demuestra a lo largo de este libro que la evolución humana siguió su curso, que el aislamiento en que han vivido las distintas poblaciones a lo largo de los siglos han propiciado este desarrollo y que existen distinciones, divergencias, en el comportamiento y por tanto en las sociedades mismas. Que, en consecuencia, atributos como el ahorro, el pacifismo y la alfabetización, propios de las clases medias, han sido lentamente inoculados genéticamente desde la población agraria, culminando en la Revolución Industrial y la emergencia de las sociedades modernas.

Este libro rechaza sin ambages la noción de superioridad racial y demuestra cómo la información genética es vital para entender nuestra historia y las sociedades que la integran, y que la mejor forma de servir al interés público es buscando incesantemente, sin miedo, la verdad científica".

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ÍNDICE 

1. Evolución, raza e historia

2. Perversiones de la ciencia

3. Orígenes de la naturaleza social humana

4. El experimento humano

5. La genética de la raza

6. Sociedades e instituciones

7. La reconstrucción de la naturaleza humana

8. Adaptaciones judías

9. Civilizaciones e historia

10. Perspectivas evolutivas sobre la raza

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RESUMEN

Comentarios iniciales: El autor recalca que el concepto de raza es muy polémico y tiende a ser eliminado en los trabajos científicos porque las políticas que ensalzaron la superioridad y jerarquía de unas razas sobre otras (racismo) desembocaron en graves crímenes en el pasado. Pero, científicamente, según dice, es un hecho que existen tres tipos de raza humana, levemente diferenciadas genéticamente y culturalmente (africana, asiática y caucásica-amerindia), aunque a decir verdad la casi totalidad del genoma humano es idéntico en toda la población mundial, a excepción de algunos alelos (variaciones). El autor indica que estas pequeñas variaciones genéticas (en las que incluye dos razas más como la australiana o la amerindia, y etnias como la judía) han permitido a los distintos pueblos adaptarse al medio ambiente y salir exitosos. Indica que la evolución sigue funcionando, incluso a nivel de inteligencia, en la que los individuos soportan la presión social o se vuelven más pacíficos y cooperativos. En el caso de los judíos, estos se especializaron en oficios de contabilidad y finanzas. Su supervivencia dependía de saber manejar los números, razón por la que su CI es mayor (promedio de 110 frente a la media de 100 americana-europea) que el resto de la población porque, generación tras generación, esta etnia favoreció genéticamente a los más inteligentes.

El autor indica que la evolución humana es un proceso continuo que ha avanzado durante los últimos 30.000 años, con total seguridad, hasta el presente. Desde que los humanos se dispersaron de África hace 50.000 años, las poblaciones de cada continente evolucionaron en gran parte de manera independiente una de otra desde que cada una se adaptaba a su propio ambiente regional. Bajo estas presiones locales, se desarrollaron las principales razas de la humanidad: africanos, asiáticos orientales y europeos, así como otros grupos secundarios. Pero aclara que la naturaleza humana es la misma en todo el mundo. Las sociedades humanas pueden diferir ampliamente, pero los individuos que las componen, no. Añade que la evolución humana ha sido reciente, copiosa y regional. Muchos genes se han visto favorecidos por la selección natural por la presión evolutiva reciente (un 8 % entre los últimos 30.000 y 5.000 años). Considera cambio genético el hecho de cambiar la edad reproductiva del primer hijo o la edad de la menopausia (algo que se observa en las sociedades actuales modernas). Algunos expertos concluyen que "estamos evolucionando y nuestra naturaleza es dinámica, no estática".

La raza africana sería la subsahariana, la asiática oriental serían chinos, japoneses y coreanos, y los caucásicos (europeos, pueblos de Oriente Próximo y del subcontinente indio). En estas razas, dice el autor, han cambiado los genes como el color de la piel y el metabolismo nutricional, sino también aspectos de la función cerebral (de maneras que aún no se comprenden bien). En las razas mixtas (como los afroamericanos) se cuelan un 20 % de genes europeos.

A nivel científico, el autor dice que es indudable que hay diferencias entre las poblaciones pero son muy sutiles. Lejos de ser distintas, las razas difieren simplemente en la cualidad que los genetistas denominan frecuencia relativa de los alelos (es decir, cuántas veces sale en una misma población un determinado gen o cualidad). "Tales diferencias existen porque, una vez que se hubieron distribuido por todo el globo, las diversas poblaciones fueron en gran parte independientes unas de otras, y por ello siguieron sendas evolutivas diferentes. En contra tiene a pensadores de izquierda que ven la raza como un constructo social, no una realidad biológica y se oponen "rabiosamente" a cualquier discusión de base biológica de la raza. "Sus ideas son honorables pero sus tácticas no tanto", dice. Lamenta que cualquiera que saque el tema sea tachado de "racista cientifico" y demonizado como racista, por lo que la izquierda académica ha eliminado del debate casi toda discusión sobre la diferenciación acádemica. El autor aclara que aunque haya distintas razas ninguna es superior a otra y que si esto se midiese en términos de éxito evolutivo, lo sería la etnia han, que tiene 1.000 millones o más de miembros solo en China. El autor ha recibido muchas críticas de genetistas académicos.

El autor también recalca que la evolución darwiniana no terminó en la prehistoria en África sino que los humanos que salieron de África también evolucionaron en dos ramas diferenciadas: Por un lado, los que hace 50.000 años salieron de África y se dirigieron al norte (y regresaron al huir de las glaciaciones), al Cáucaso, la India y Oriente Próximo se tornaron blancos (que era el ADN original, luego oscurecido para hacer frente al clima tropical africano). Y por otro lado, hubo otra división, los asiáticos orientales (en concreto, la etnia han, la más numerosa del mundo) adquirieron otros atributos (pelo lacio y grueso, ojos rasgados, rostro redondeado, etc...). Por su parte, los aborígenes de Australia se quedaron "congelados" en el tiempo de hace 46.000 años, en pleno Neolítico, y se adaptaron a un entorno hostil.

Otro de los puntos en los que incide el autor es la influencia de la cultura. Cree que juega un papel fundamental en la historia de las civilizaciones y moldea el carácter o virtudes como el ahorro. Señala que, aunque a nivel individual, un individuo se parece a otro, las sociedades no se parecen en nada (China, Occidente o África). Unas culturas aún no han salido del tribalismo (caso de África o los países árabes) y otros son grandes estados modernos (siendo China la primera que creó uno). A ello se suma que la cultura define a una población (Nota del lector: por ejemplo, los protestantes aman el trabajo duro, la frugalidad y las innovaciones, los mediterráneos apuestan por el ocio, la buena comida y la salud, los chinos por el trabajo y el esfuerzo, razón por la que triunfan fuera de sus países sin que los lugareños sean capaces de imitarlos; si solo fuese un hábito cultural, los inmigrantes se adaptarían a la nueva cultura y serían menos trabajadores). A ello se suma que algunas organizaciones gubernamentales son disfuncionales, caso de los gobiernos autoritarios que frenan la innovación, pero también cree que si los habitantes aceptan esos gobiernos fuertes es porque han heredado el gen de obediencia a la autoridad (ya que los rebeldes y pendencieros fueron eliminados o murieron sin dejar descendientes generación tras generación hasta que quedó una población homogénea, pacífica y genéticamente dócil que no cuestiona la autoridad).

Uno de los ejemplos más impresionantes del libro se refiere al experimento realizado por genetistas rusos que seleccionaron zorros agresivos, dóciles e indiferentes al hombre. Pasadas 25 generaciones y 40 años de experimentos, los zorros dóciles se asomaban en sus jaulas para que los investigadores les diesen caricias mientras que los agresivos les intentaban morder. El grupo de control, los zorros sin ningún caracter especial, seguían teniendo la misma naturaleza de siempre. El autor sugiere que si es posible domesticar a una población de zorros, los gobiernos antiguos también podrían haber hecho lo mismo con las poblaciones de agricultores a lo largo de generaciones, hasta labrar su carácter dócil. Por ejemplo, con leyes que castigaban la rebeldía y premiaban la obediencia al gobernante. Todo desobediente que se salía de la norma, era marginado y perdía la oportunidad de propagar su herencia genética. De esta forma, la población agrícola se curtió en determinados caracteres pasados 2.000 años.
Posteriormente, habla del gen MAO-A, que influye en la agresividad y que varía sustancialmente entre las razas y las etnias, lo que sugiere que este gen ha sido sometido a presión evolutiva.

Viene a decir que la historia de las Civilizaciones es un darwinismo social aplicado en estado puro. En Europa, en la Edad Media no cuajó un estado fuerte y, prácticamente, cada uno hizo lo que quiso, pese a las protestas del Papado, que tampoco tenía una fuerza aplastante. Nadie podía dominar al resto. De esta forma, surgieron las universidades medievales independientes sin que nadie pudiese controlarlas totalmente, lo que favoreció la innovación. En el 1500, Europa ya era la ùnica potencia mundial, destacando los ingleses, que tenían un alto índice de alfabetismo para la época y pronto contaron con un Parlamento. Las otras naciones europeas pronto les imitaron, el autor dice que es porque tenían la misma base genética y entendían estos progresos, mientras que Oriente Próximo, África y China se estancaron y renunciaron al progreso para eludir la "intoxicación" occidental. En el fondo, viene a decir que en cada civilización hay un acervo genético común (heredado y que evolucionó generación tras generación) que permite a los habitantes sobrevivir en ese ambiente. Resumiendo este argumento, en China, la población obedece a un Estado fuerte, burocrático y autoritario (que funciona como una máquina bien engrasada desde hace 2.200 años); en Europa y Estados Unidos, sus habitantes compiten por ser el más innovador; y en África, cada familia gobernante ayuda a sus parientes, amigos y vecinos de su tribu (porque la selección natural favoreció a quienes mantenían fuertes lazos familiares y la fidelidad a los más allegados para sobrevivir).

Una de las tesis del autor es que los genes de los supervivientes de cada raza (que solían ser los más ricos) se transmitieron a otras clases sociales más bajas, de forma que poco a poco toda la población se homegeneizó y adquirió las virtudes de las élites que triunfaron en un entorno difícil. Cuenta que la "presión malthusiana" barrió a las familias más pobres (a lo largo de generaciones, los más pobres murieron o no pudieron transmitir sus genes) mientras que los ricos conseguían superar las hambrunas y transmitir sus genes a sus descendientes. Continúa diciendo que algunos de los hijos de los más ricos perdieron su posición social, de forma que los mismos genes de supervivencia se transmitieron a las clases medias y poco a poco a sus miembros adquirieron una predisposición a favor del ahorro, la frugalidad y el trabajo duro. Esto lo ilustra también con una supuesta tradición judía azkenasí (los judíos asentados en Europa y EE.UU.) en la que los comerciantes ricos casaban a sus hijas con los estudiantes más sobresalientes para ser rabinos, a fin de que sus nietos fuesen altamente inteligentes (pero el autor se pregunta si esto no será un mito, ya que la tendencia natural de un comerciante rico es casar a su hija con el hijo de otro comerciante rico como él y no con un estudiante listo pero muy pobre).

[nota del lector: a nivel general, el autor presupone que los ricos sobreviven más que los pobres por que tienen unas cualidades genéticas excelentes que les permiten superar las hambrunas o los momentos de escasez pero también podría ser que se debe a cuestión de simple suerte, como el hecho de heredar una enorme fortuna desde la cuna  (una trampa genética) o que súbítamente un vago haya ganado la lotería sin que nada tuviesen que ver otras cualidades genéticas como el amor por el trabajo duro, el emprendimiento o la virtud del ahorro. Y, por otra parte, Wade no parece tener en cuenta que los pobres pueden ser genéticamente más aptos para sobrevivir a graves hambrunas, habilidad labrada generación tras generación para superar duras penalidades. En todo caso, el autor sí dice que tras una hambruna, sobreviven madres fuertes y esos genes los transmiten a la siguiente generación].

Lo que viene a decir es que algunos pueblos triunfaron porque se propagaron los genes de la personalidad pacífica, el trabajo duro, la docilidad, la obediencia, etc... y tuvieron más éxito que otros más agresivos y violentos, en perpetua guerra y acosados por el hambre, que a día de hoy siguen siendo estados fallidos, sobre todo en la tribal África. (se entiende mejor si ahora se pretende que Estados Unidos se convierta en una federación de tribus, nadie entendería ni sabría cómo hacer eso, ya que el "software" genético de la población está programado para actuar en grandes unidades colaborativas). Lo mismo ocurrió con Europa, que favoreció la inventiva, la discusión y el debate, el cuestionamiento de la autoridad en favor de la razón, unas cualidades que le permitieron progresar más rápido que otros pueblos. El autor pone como prueba que cuando Inglaterra lanzó la Revolución Industrial todos los países europeos se aprestaron a copiarla mientras que en China y el Imperio Otomano no entendían la utilidad de algunos avances técnicos ni sabían cómo copiarlos. Un ejemplo es la invención del telescopio, rápidamente copiado por Galileo, que inmediatamente descubrió cuatro lunas de Júpiter, y por otros científicos. Los jesuitas lo exhibieron como gran novedad ante el emperador chino pero sus sabios solo lo usaron para los cálculos de las festividades y no vieron qué podía tener de utilidad práctica aquel juguete. En el caso del imperio otomano, le dieron un uso militar pero no vieron mayor utilidad, además de prohibir publicar libros impresos, ya fuese de Ciencia o de cualquier otra cosa, lo que le costó un retraso tecnológico de dos siglos.

Wade también examina el papel de las religiones. Sostiene que en el acervo genético hay genes que contribuyen al sentimiento de colaboración, identificación y unidad de la tribu extensa, lo que hace que muchos pueblos estén unidos por una religión y una cultura común. En el caso del judaísmo, el autor relata en este libro un dato sorprendente: dice que, tras la demolición del templo de Salomón en Jerusalén por los romanos, la religión judía tuvo que reinventarse y ordenó a los practicantes aprender a leer y recitar la Torah. Dado que muchos agricultores pobres no podían permitirse el lujo de dar una educación a sus hijos, se permitió que la gente del campo profesase una religión judía "light" que eximía de alfabetizarse y que proponía un Dios solar que nacía en otoño y renacía en primavera, un nuevo concepto del que se encargó de divulgar Pablo de Tarso, uno de los primeros fundadores del cristianismo. Según el autor, el ala alfabetizada evolucionó hacia genes más inteligentes, ya que su nuevo modo de vida dependía de ello (cálculo, aritmética...) y no de oficios manuales. La prueba, dice el autor, es que los judíos que quedaron en territorio del Imperio Otomano fueron relegados a oficios como carnicero y, siglos después, dan un CI más bajo que los residentes en Europa, dedicados a labores de finanzas y contabilidad.


Recalca que el cambio cultural es más rápido que el genético hasta el punto de convertir culturalmente, en un par de generaciones, a naciones agresivas y militaristas en países pacíficos y defensores de los derechos humanos. Aunque Wade supone que la población de dichos países sigue conservando genéticamente esa agresividad que les permitió sobrevivir en el pasado. [Nota del lector: también podemos suponer que ese fuerte militarismo les condujo a brutales guerras donde los más agresivos y violentos murieron en encarnizadas batallas que se libraron de forma industrial (y donde la fuerza física del soldado ya no era decisiva) y, por ello, solo volvieron a casa los soldados más prudentes que se quedaron a cubierto o que tuvieron más suerte en el campo de batalla. De esta forma, el 50 o 70 % de la población con genes más violentos desapareció en esas guerras y el gen se diluyó en las siguientes generaciones].

En la segunda parte del libro, el autor plantea la cuestión de si el comportamiento social humano, y por lo tanto, la naturaleza de las sociedades humanas, ha experimentado un cambio evolutivo en el pasado reciente. En su opinión, "existe al menos una hipótesis plausible de que la selección natural no ha ignorado modelar el comportamiento social de una especie muy social. Si las sociedades humanas han continuado evolucionando a lo largo de los últimos miles de años, un proceso de este tipo iluminaría de manera considerable muchos aspectos de la historia y del mundo moderno". Cree que ayudaría a explicar por qué hay instituciones, que bajo gruesas capas de cultura descansan sobre el comportamiento social humano, que tienden a diferir de una sociedad a otra en pautas a largo plazo.

Cree pausible que un pequeño componente evolutivo ha contribuido a la rica diversidad de las sociedades humanas y ve probable esa alternativa. Sin embargo, el autor lamenta que el dogma dominante en las ciencias sociales sostiene desde hace décadas que todas las diferencias de las sociedades humanas son puramente culturales y cualquier cuestionamiento de esta hipótesis genera agitación. Añade que, en el caso del genoma, "es evidente que estamos abriendo un archivo de datos completamente nuevo acerca de la historia humana".

Termina el libro examinando por qué las sociedades humanas no han podido ser modeladas totalmente por la cultura sino que hay que dejar un margen a la genética. Por ejemplo, no explica de manera satisfactoria, dice el autor, por que las diferencias entre las sociedades humanas se hayan tan profundamente arraigadas como parece ser el caso. Argumenta que si las diferencias entre una sociedad tribal  y un estado moderno fueran puramente culturales, será fácil modernizar una sociedad tribal importando las instituciones occidentales (pone como ejemplo Haití, Irak, Afganistán). Añade que no se puede asumir la tesis cultural de que la mente es una hoja en blanco que nace desprovista de comportamientos innatos. Les reprocha que piensen que la importancia del comportamiento social sea demasiado trivial para que haya sido modelada por la selección natural.

Recalca su tesis de que hay un componente genético del comportamiento social humano, tan crítico para la supervivencia humana, sujeto a cambio evolutivo y que ha evolucionado en el tiempo. La evolución en el comportamiento social ha avanzado de manera independiente en las cinco razas principales y en las demás, y que las leves diferencias evolutivas en el comportamiento social están en la base de diferencias en instituciones sociales prevalentes entre las principales poblaciones humanas.

Aporta como pruebas que las estructuras sociales de los primates, incluidos los humanos, se basan en comportamientos modelados genéticamente. Heredaron la misma plantilla. Además, estos comportamientos sociales genéticamente modelados apuntalan las instituciones alrededor de las cuales están construidas las sociedades humanas. En tercer lugar, la evolución del comportamiento social ha continuado durante los últimos 50.000 años y a lo largo del periodo histórico (falta la prueba que identifique los genes que modelan los circuitos neuronales del comportamiento social y la demostración de que han estado sometidos a selección natural en cada raza). Añade que en las diversas poblaciones actuales puede observarse que el comportamiento social ha evolucionado (pone como ejemplo los 600 años anteriores a la Revolución Industrial inglesa, cuando la población se volvió menos violenta, más alfabetizada y ahorrativa; lo mismo ocurrió con los agricultores asiáticos o con los judíos). Añade que las diferencias significativas son las que hay entre las sociedades humanas, no entre sus miembros individuales. Leves variaciones apenas perceptibles se combinan para crear sociedades muy diferentes.



CRÍTICAS DE WADE A OTROS AUTORES

Críticas a Jared Diamond y "Armas, gérmenes y acero" en el libro "Una herencia incómoda", de Nicholas Wade (2015)

El autor Nicholas Wade, en "Una herencia incómoda" critica a Diamond y lo libro ´"Armas, gérmenes y acero" en las páginas 235 a 237. Se refiere a la explicación del auge de Occidente como una cuestión geográfica, defendida por el geógrafo Diamond. Argumenta dicho autor que Occidente es más poderoso que otros simplemente porque tuvo una ventaja inicial al gozar de condiciones naturales más favorables para la agricultura. La naturaleza de la propia gente o de sus sociedades no tiene nada que ver con ello, en su opinión. Toda la historia humana estuvo determinada por características geográficas como las especies de plantas y animales de que se disponía para su domesticación o las epidemias endémicas en una población pero no en otra. Asegura que Diamond hace afirmaciones "extravagantes" y los lectores de este popular libro pasan por alto una pista sobre la naturaleza del texto: está guiado por la ideología, no por la ciencia. Asegura el crítico que los "bonitos" razonamientos de Diamond acerca de la disponibilidad de especies domésticas o de la difusión de enfermedades "no son evaluaciones desapasionadas de los hechos sino que están enjaezadas al caballo galopante del determinismo geográfico de Diamond, que a su vez está concebido para apartar al lector de la idea de que los genes y la evolución pudieron haber desempeñado algún papel en la historia humana reciente". Añade que "sin duda la geografía y el clima han sido importantes, pero no en la medida abrumadora que Diamond sugiere". Y recuerda que Europa y Asia Oriental, altamente urbanizadas, casualmente están en la misma latitud pero fueron impulsadas en líneas diferentes.

Wade ve lagunas serias en dicho libro. Una es la suposición antievolutiva de que sólo importa la geografía, no los genes. Recalca que el determinismo geográfico es tan absurdo como el determinismo genético, puesto que la evolución tiene que ver con la interacción entre ambos.
Además, Wade reprocha a Diamond que no tuviese en cuenta el auge de la ciencia moderna, la Revolución industrial y las instituciones económicas gracias a las que los europeos escaparon de la trampa malthusiana. Pone como ejemplo que los aborígenes de Australia seguían en el neolítico cuando llegaron los europeos con sus instituciones y convirtieron el continente en un país de economía productiva. Por eso, Wade dice que está claro que el ambiente no es lo único que influye.

Wade reprocha que Diamond diga que "la selección natural que promueve genes para la inteligencia ha sido probablemente más despiadada en Nueva Guinea que en sociedades más densamente pobladas y políticamente complejas... En capacidad mental, los neoguineanos son probablemente superiores, desde el punto de vista genético, a los occidentales". Pero Wade replica: "no hay prueba alguna de que esta improbable conjetura sea cierta".

También califica de "extraña" la afirmación de Diamond de que es más probable que la inteligencia se vea favorecida en sociedades de la Edad de Piedra que en las modernas. Wade replica que en las sociedades modernas la demanda de inteligencia es mayor y que los asiáticos orientales y los europeos tienen puntuaciones más altas de CI que los que viven en tribus o son cazadores-recolectores.

Críticas a David S. Landes y "La riqueza y la pobreza de las naciones" en el libro "Una herencia incómoda", de Nicholas Wade (2015)

El autor Nicholas Wade, en "Una herencia incómoda" critica a David S. Landes y su "La riqueza y la pobreza de las naciones". Señala que el historiador examina todos los factores posibles para explicar el auge de Occidente y el estancamiento de China, y llega a la conclusión de que, en esencia, la respuesta reside en la naturaleza de la gente. Landes atribuye el factor decisivo a la cultura, pero describe la cultura de tal manera que implícitamente se refiere a la raza. "Si hemos aprendido algo de la historia del desarrollo económico, es que la cultura supone toda la diferencia", escribe Landes. "Lo demuestra la empresa de las minorías expatriadas: los chinos en Asia Oriental y Sudoriental, los indios en África Oriental, los judíos y calvinistas en gran parte de Europa, y así sucesivamente. Pero la cultura, en el sentido de los valores internos y las actitudes que guían a una población, atemoriza a los estudiosos. Tiene un olor sulfúrico de raza y herencia, un aire de inmutabilidad", añade Landes. Y Wade le replica que Landes sugiere que la cultura de cada raza ha supuesto la diferencia en el desarrollo económico. El autor Wade concluye que las intensas presiones para la supervivencia ha obligado a europeos y chinos a adaptarse y añade que las instituciones que caracterizan a una sociedad son una mezcla de comportamientos determinados culturalmente e influidos genéticamente. Señala que el cambio cultural es muy rápido, como se demostró con Alemania y Japón, sociedades altamente militarizadas que, tras una brutal guerra, se convirtieron en países pacíficos, un cambio cultural demasiado rápido para ser genético. Landes cree que, además de la cultura, hay un componente genético que influye en el éxito, por ejemplo, de los chinos. Sospecha que el auge de China y el de Occidente son acontecimientos no solo de la historia sino también de la evolución humana.

Críticas a Daron Acemoglu y James A. Robinson y "¿Por qué fracasan los países?"  en el libro "Una herencia incómoda", de Nicholas Wade (2015).

El autor Nicholas Wade, en "Una herencia incómoda" critica al economista Acemoglu y al científico político Robinson. Estos concuerdan con Francis Fukuyama al considerar que las instituciones son fundamentales para comprender cómo funcionan las sociedades humanas. Y llegan a esta conclusión por una ruta independiente. Fukuyama identifica el papel de las instituciones en gran medida mediante patrones históricos: Acemoglu y Robinson ponen énfasis en el análisis político y económico. Aseguran que la mayor parte de la desigualdad entre los países del mundo ha surgido desde la Revolución Industrial, antes de cuya época el nivel de vida era casi uniforme, salvo para el exclusivo club de la élite que dirigía cada país. Según ellos, una lista de los 30 países más ricos del mundo incluiría ahora la Gran Bretaña y los países que iniciaron la Revolución industrial. Si nos remontásemos un siglo atrás, la lista sería parecida, salvo Singapur y Corea, nuevos miembros del club. Su tesis es que hay instituciones malas e instituciones buenas o, como ellos las denominan, extractivas e inclusivas. En las primeras, una pequeña élite extorsiona a sus súbditos y se opone al cambio tecnológico porque desorganiza el orden político y económico. Mediante su avaricia, la élite empobrece a todos los demás e impide el progreso, por lo que caen en un círculo vicioso. En cambio, las instituciones buenas permiten el imperio de la ley y los derechos de propiedad compensan el esfuerzo. No hay sector bastante poderoso para bloquear el cambio económico. Un círculo virtuoso entre política y economía mantiene una prosperidad creciente. Al comparar Inglaterra y Etiopía, vemos que Inglaterra es un país parlamentario desde 1688 que se hizo rico y que Etiopía fue absolutista durante varios siglos más y siguió pobre. Admiten que los países absolutistas pueden generar riqueza temporalmente transfiriendo mano de obra de la agricultura a la industria (URSS, China). Si las instituciones inclusivas son la única cosa que importa a la hora de conseguir la prosperidad, de ahí se sigue que la ayuda exterior es inútil a menos que empiece con la reforma institucional, por lo que son necesarias para romper el ciclo de la pobreza.

Para Wade la tesis de Acemoglu y Robinson parece "razonablemente satisfactoria" pero los autores tienen gran dificultad a la hora de explicar cómo surgen las instituciones buenas o, cómo pueden establecerse en un país que no las tiene. "La respuesta honesta, desde luego, es que no hay una fórmula para construir dichas instituciones". Wade replica que no tienen ninguna fórmula que ofrecer porque creen que las instituciones buenas han surgido por casualidad, como rizos aleatorios en las mareas inexplicables de la historia. Argumentan que las instituciones cambian por la "deriva institucional", como si fuese un proceso aleatorio genético o por coyunturas críticas. Pero Wave replica: "¿La suerte es una explicación? ¿Y no la divina providencia o algún signo del Zodíaco? Los autores se ven impelidos a alcanzar estas explicaciones nada satisfactorias porque han descartado la posibilidad obvia de que las variaciones en el comportamiento humano sean la causa de las buenas o malas instituciones. Así se ven obligados a dar de nuevo explicaciones que no lo son, como la suerte o la senda contingente de la historia".

Wade añade que la riqueza de las sociedades humanas no ha seguido alguna senda aleatoria a lo largo del último milenio, sino que más bien, como Acemoglu y Robinson observan, una parte del mundo se ha hecho, de manera uniforme y constante, cada vez más rica a lo largo de los últimos 300 años. Esto no es un accidente, ni suerte, y disponemos de una explicación razonable en términos de la evolución humana", dice Wade. La explicación es que ha habido un cambio evolutivo en el comportamiento social humano que ha facilitado la nueva estructura social, postribal, sobre la que se basan las sociedades e instituciones favorables. Y añade que "los países pobres son los que no se han librado totalmente del tribalismo y del trabajo bajo instituciones extractivas que reflejam su limitado radio de confianza. Añade que, al igual que la invasión de los agricultores de tierras de cazadores-recolectores hace 10.000 años, "ahora nos encontramos en un nuevo proceso de transición en el que las poblaciones han salido ya de las fuerzas modeladoras de la agricultura malthusiana y otras se encuentran en el ajetreo del proceso mesoindustrial".

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