lunes, 24 de julio de 2023

"Industria e Imperio", de Eric Hobsbawm (1968)

 Resumen del libro "Industria e Imperio", de Eric Hobsbawm (1968)

 Resumen original y actualizado del libro en:

https://evpitasociologia.blogspot.com/2023/07/industria-e-imperio-de-eric-hobsbawm.html

Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación, licenciado en Derecho y Sociología.

Sociología, industrialización, capitalismo, Reino Unido, Imperio Británico, Historia de Gran Bretaña,  economía, Revolución Industrial

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Ficha técnica

Título: "Industria e Imperio"

Subtítulo: Historia de Gran Bretaña desde 1750 hasta nuestros días.

Título original en inglés: Industry and Empire. From 1750 to the Present Day

Autor: Eric Hobsbawm

Capítulo 16: C.J. Wrigley, escrito en 1999

Primera edición en inglés: 1968

Edición en español: 2001, 2016, 2023, 

Edición de 2023: Editorial Crítica, E. Planeta, Barcelona 

Número de páginas: 368

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Biografía del autor Eric Hobsbawm (1917-2012)

Eric Hobsbawm está considerado uno de los grandes historiadores de siglo XX. Nació en Alejandría en 1917, creció en Viena y Berlín durante los años 30 y después de mudarse a Londres, estudió Historia en Cambridge. A partir de 1947 impartió clases durante muchos años en el Birkbeck College, en la Universidad de Londres, donde se convirtió en profesor emérito de Historia Social y Económica, además de ser profesor visitante en varias universidades de todo el mundo. Obtuvo 17 doctorados honoris causa y otros muchos premios y distinciones. Entre sus numerosos libros, publicados por Crítica, destaca la serie sobre el "largo" siglo XIX, formada por La era de la revolución (1789-1848) (1997), La era del capital (1848-1875) (1998), la Era del Imperio (1875-1914) (1998) e Historia del siglo XX (1998), que ha sido traducida a muchos idiomas y aclamada por Nial Ferguson como "el mejor punto de partida para cualquiera que desee comenzar a estudiar historia contemporánea". Hobsbawm también escribió sobre otros muchos temas, incluyendo la memoria en Años interesantes. Una vida en el siglo XX (2003). Poco antes de su muerte, en octubre de 2012, terminó una colección de ensayos sobre cultura, Un tiempo de ruptura (2013), y también dejó instrucciones para la publicación de futuras colecciones: ¡Viva la revolución! (2018), editado por Leslie Bethell donde reúne sus escritos sobre América del Sur y América Latina, y Sobre el nacionalismo (2021) con la edición e introducción de Donald Sassoon.

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Texto de la contraportada

"Este libro analiza 250 años de historia económica y social de Gran Bretaña: el origen de la Revolución Industrial, su papel pionero en la economía mundial, los industriales y los productores de materias primas, las metrópolis y las zonas coloniales o semicoloniales del mundo entero, y su posterior decadencia durante el siglo XX, debida a su temprana eclosión como potencia industrial mundial. Sin embargo, no es posible comprender la historia de Gran Bretaña si no se tiene en cuenta su papel como eje de aquel vasto imperio sobre el que se asentaron sus fortunas durante tanto tiempo, su posterior decadencia ante el empuje de nuevas potencias económicas (Estados Unidos y Japón), o sus actuales relaciones con la UE). Al analizar este complejo entramado de relaciones comerciales y de producción, el profesor Hobsbawm no solo nos ofrece la mejor historia económica y social de Gran Bretaña desde 1750 hasta hoy, sino que nos está explicando toda la historia económica occidental moderna".

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ÍNDICE

Introducción

1. Gran Bretaña en 1750

2. El origen de la Revolución Industrial

3. La revolución industrial, 1780-1840

4. Los resultados humanos de la Revolución Industrial, 1750-1850

5. Agricultura, 1750-1850

6. La segunda fase de la industrialización, 1840-1895

7. Gran Bretaña en la economía mundial

8. Niveles de vida, 1850-1914

9. Los inicios del declive

10. La tierra, 1850-1960

11. Entre las guerras

12. El gobierno y la economía

13. La larga prosperidad

14. La sociedad británica desde 1914

15. La otra Gran Bretaña

16. Un clima económico más riguroso

Conclusión

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RESUMEN

[Nota del lector: a medida que leía la nueva edición del 2023, por los detalles que aún recordaba, me he dado cuenta de que ya había leído el mismo libro hace 20 años o más. Es la prueba de que Hobsbawm escribió un tratado de historia económica que queda grabado en la memoria. La nueva edición incluye un capítulo extra, el 16, sobre la época neoliberal de Thatcher y sus sucesores, pero sin alcanzar ni de lejos el nivel de un auténtico Hobsbawm porque su sustituto relata una sucesión de hechos sin entrar en el análisis profundo que tanto impresiona de Hobsbawm. Algunas de sus ideas resuenan hoy en día en otros libros de economía o del decrecimiento, por ejemplo, los cercamientos, el abaratamiento de productos para mejorar la calidad de vida obrera, etc...]

[nota del lector. la edición del 2023 aún contiene, al menos, media docena de pequeñas erratas en el texto pero podría haber más. Son molestas a la lectura y no se subsanaron]

Industria e Imperio, de Eric Hobsbawm, es un libro mítico que describe la brutalidad con la que arrancó la revolución industrial en Gran Bretaña y narra cómo destruyó al mundo tradicional campesino a partir de 1750 y transformó a los trabajadores rurales en obreros sometidos a un ritmo intensivo de trabajo nunca visto. Hobsbawm aclara que Gran Bretaña ganó mucha ventaja en esa época arcaica de la industrialización respecto a sus grandes rivales que podían hacerle sombra, naciones avanzadas como Francia, Holanda, Bélgica, la Confederación Germánica (liderada por Prusia) o los recién nacidos Estados Unidos. Gran Bretaña era el único país del mundo cuya población ya no era eminentemente agrícola ni este sector el predominante porque Inglaterra, a partir del siglo XVII, tras el declive de España y Portugal, se había convertido en la mayor potencia comercial y naval del mundo, lo que le permitió adueñarse de los mares y forjar un extenso imperio que abarcaba todos los continentes.

 El hecho de ser el primer país que mecanizó el campo, la minería y el textil gracias a las máquinas de vapor y levantó los primeros ferrocarriles convirtió a Gran Bretaña en un caso inédito en la historia mundial y aunque sus rivales quisieron imitarla no fue tan fácil porque sus instituciones de gobierno todavía eran feudales (la Francia revolucionaria de 1789 se convirtió mediante la violencia en un régimen burgués) mientras que Inglaterra ya funcionaba pacíficamente desde la Revolución Gloriosa del siglo XVII como una nación burguesa (lo mismo que sus colonias americanas, luego independizadas en 1776). Básicamente, toda la nación se puso a trabajar de sol a sol seis días a la semana en las industrias. El autor recuerda que muchos países en desarrollo que quisieron industrializarse tuvieron parte del camino recorrido gracias a la evolución progresiva de la industrialización en Gran Bretaña y corrigieron los efectos negativos. El autor añade que la revolución industrial supuso un éxito político para las élites porque no cambió el panorama social (no hubo ninguna revolución como en el Continente en el siglo XIX) y además estas salieron muy enriquecidas. Dice que en 1845, se daba por descartado o conjurado el riesgo de una revolución social en Inglaterra. Todo el mundo en Inglaterra y Escocia estaba muy ocupado en trabajar para no morirse de hambre. Pero ni aún así se evitó la hambruna de la Irlanda rural, que se saldó con un millón de muertes (la séptima parte de la población), y que el autor considera como la mayor catástrofe humanitaria del siglo XIX a nivel mundial. 

La nueva edición en 2023 del libro de Hobsbawm, cuya primera edición data de 1968, cobra interés actual porque muchas narrativas que defienden el decrecionismo culpan a los cerramientos de los montes de bien común en Gran Bretaña que dar el pistoletazo de salida a la expansión sin control del capitalismo tras apropiarse gratis de tierras comunales y poner cercas alrededor para proteger la nueva propiedad privada, arruinando a los campesinos que vivían de esos terrenos y destrozando el medio ambiente. A este respecto, Hobsbawm señala que los cerramientos afectaron sobre todo a tierras de baldío, bosques sin uso y campos infrautilizados para "monetizarlos" [anotación del lector] y los convirtieron en inmensos cultivos superproductivos de cereal y que, al estar concentrados, mejoraron la productividad agrícola. El autor añade que la legalización de esta situación consistió en dar por bueno años después un dominio "de facto" de esas tierras. Otro de sus argumentos es que los cercamientos tuvieron el mismo efecto que si unos terratenientes hubiesen alquilado las tierras para concentrarlas y producir más grano. Añade que los campesinos afectados eran lugareños y asalariados que iban a recoger leña o algunos productos de la tierra gratis para complementar su salario agrícola, que cada vez era más bajo a causa de la mecanización del campo. Recalca que a finales del siglo XVIII, al contrario que el resto de las naciones, los campesinos y el sector agrícola ya no era la principal rama de Gran Bretaña, una nación eminentemente comercial y sus élites, los terratenientes, habían dejado de ser hace tiempo señores feudales para dedicarse al comercio y a las inversiones.

El libro tiene un segundo interés actual que sobrecoge. Hobsbawm narra cómo los pequeños artesanos y jornaleros temporeros, que llevaban una vida relativamente tranquila, tuvieron que competir con las máquinas de hilar o las sembradoras bajando sus salarios, lo que primero les empobreció y luego ampliando su jornada de sol a sol, lo que hizo su vida muy miserable, pues el sustento solo les daba para sobrevivir. Finalmente, perdieron su especialidad y se convirtieron en unos asalariados más en las fábricas en unas condiciones penosas hasta 1845, en las que incluso corrían el riesgo de ser despedidos para ser reemplazados por mujeres y niños, más baratos.

Una de las conclusiones más espectaculares del libro es cómo Gran Bretaña perdió su ventaja de partida al ser pionera en la Revolución Industrial en 1750. Siglo y medio después, el país seguía manteniendo una economía basada en el carbón mientras que sus rivales, Estados Unidos y Alemania, apostaron  a finales del siglo XIX por la electrificación de su industria de forma masiva y adelantaron a Gran Bretaña a principios del siglo XX, que entró en un lento declive hasta 1980.

Los orígenes de la revolución industrial se remontan a 1750 y supuso un "shock" para los agricultores. Desplazados de sus tierras se hacinaron en las ciudades y, por salarios de hambre, trabajaron de sol a sol. Hasta 1840, las condiciones fueron muy malas y la ley del vagabundeo y la ley de pobres obligaron a los jornaleros a trabajar por un plato de comida. El autor dice que los campesinos eran felices con su suerte porque el campo les daba para vivir sin mayor ambición y los propios terratenientes veían justo que el hombre nacido en la tierra de sus padres se ganase dignamente la vida en el campo. Todo esto cambió con la obligación de trabajar y el único lugar que ofrecía trabajo era la industria. Al inicio, los artesanos (textil, herrería...) intentaron competir con las máquinas pero acabaron reducidos a la miseria y engrosaron las filas anónimas del proletariado. 

Otro cambio social que resalta Hobsbawm de la revolución industrial, de ideología burguesa, fue la imposición de horarios en el siglo XVIII y XIX a unos campesinos habituados a trabajar por estaciones, o por la salida y puesta del sol, y que de repente se veían sometidos a los intensos ritmos de la fábrica durante 9 o 10 horas al día seis días a la semana, con horarios ampliados gracias al uso de las lámparas de gas.

La segunda revolución industrial comenzó en 1840 y se extendió a 1890. Su economía se basó en el carbón, acero y el ferrocarril, y los inversores de Gran Bretaña vivieron su edad dorada al ganar más del 7,8 % en sus inversiones en todo el mundo, pues los países que querían instalar una red ferroviaria recurrían a compañías y técnicos británicos. Muchos de esos beneficios (600 millones de libras anuales) se desperdiciaron en construir grandes edificios públicos en pueblos pequeños como Bradford y sus vecinos, copiarles, o en tender nuevas vías ferroviarias que eran inviables o poco rentables. Mientras que conectar Liverpool con Londres o el interior con los puertos era rentable porque permitían llevar mercancías, las demás llevaron a la quiebra a muchas compañías pero, como resalta Hobsbawm, los accionistas ya no perdían todos sus bienes porque se promulgó la ley de las sociedades anónimas.

Hobsbawm resalta que Gran Bretaña vivió de las rentas de su primera revolución industrial, en la que un inventor que jamás hubiese leído a Newton era capaz de inventar una máquina hiladora. Pero ya a partir de 1870, era imposible sumarse a otras tecnologías como el caucho o el petróleo sin tener conocimientos o estudios de ciencias como la química o el electromagnetismo y, en eso, Estados Unidos y Alemania empezaron a ganar ventaja y relegaron a Gran Bretaña a ser una más en la producción de acero, y perder su liderazgo. 

A nivel social, los verdaderos sindicatos, como el cartismo, quedaron aparcados y, según el autor, los obreros se acomodaron y perdieron interés por la política. Y los obreros más pobres estaban desorganizados para resultar peligrosos para la élite, que dio por descartada la revolución social. A ello se suma que los antiguos patrones, que exigían trabajar lo máximo para pagar el salario mínimo, se sintieron más seguros con su torrente de beneficios y una industria ya consolidada. Hubo concesiones y mejores salarios y los obreros mejoraron su condición de vida. Los años 40, 50 y 60 fueron años dorados para Gran Bretaña pero tras la Gran Depresión de 1873 salieron debilitados. Muchas naciones avanzadas optaron por ampliar mercados a través del imperialismo y Gran Bretaña, que ya tenía su propio imperio, lo que hizo fue remarcar sus fronteras frente a otros rivales.

El declive de Gran Bretaña empezó en 1890 porque, según el autor, no quiso seguir el ritmo de innovaciones que hacían a Estados Unidos y a Alemania países superavanzados para la época. El Reino Unido cayó en una autocomplacencia al saberse en la cima mientras que sus rivales soñaban con alcanzar su posición, lo que les estimulaba a innovar más. Según Hobsbawm, Gran Bretaña cometió, al menos, cuatro errores en la segunda fase de la industrialización (a partir de 1870) y se quedó rezagada en la producción de acero. 

En primer lugar, uno de sus errores fue que Gran Bretaña permitió que su población educada en ingeniería fuese ridículamente pequeña (menos de 400 ingenieros nuevos al año) frente a los miles de graduados que salían de las aulas alemanas o americanas (hablamos de 6.000 a 30.000) [nota del lector: fue lo mismo que hizo Corea, aumentar su número de ingenieros]. Gran Bretaña no se tomó en serio la educación técnica de sus élites ni las clases medias y carecía de mandos para aplicar y sacarle provecho a las innovaciones que este mismo país inventaba, como el convertidor Besser de acero. Solo siguió liderando en la industria naval y el armamento. Pero había otras industrias, como el automóvil, que se les estaban escapando.

A ello se suma otro error que fue no ahondar en la dirección empresarial y directiva, en no profesionalizar los cuadros de mando y organización de las empresas para sacarle mayor rendimiento a sus estrategias y producción. Se trataba, en muchos casos, de rentistas de tercera generación que habían heredado las empresas de los pioneros de la era arcaica de la industrialización y estaban satisfechos de cómo funcionaban las cosas y de sus beneficios. Un ejemplo es Engels, el patrocinador de Karl Marx, heredero de una empresa textil inglesa que no solía ir mucho por la fábrica y que se retiró de trabajar a los 49 años con una suculenta renta. Esta clase rentista no tenía el estrés de innovar y, de hecho, en la industria textil hubo pocas innovaciones más. [nota del lector: la decadencia de Gran Bretaña recuerda al ocaso del Imperio Español en el siglo XVII, cuando se quedó atrasado respecto a naciones más dinámicas y competitivas].

 El resultado de apostar por una dirección profesional y de organización de los procesos fraguó en Estados Unidos, donde en 1900, el empresario Ford creó industrias del automóvil que funcionaban a base de ritmos marcados y con una cadena de montaje, lo que dio lugar al fordismo y también al taylorismo (métodos científicos de trabajo ideados por Taylor para elevar la productividad). Esta es la imagen de la fábrica actual y que surgió en Estados Unidos, no en Gran Bretaña.

Otro error fue la dimensión de las empresas británicas, demasiado pequeñas frente a los conglomerados y clusters que estaban surgiendo en Alemania y Estados Unidos. Se trataba de auténticas corporaciones gigantes que fabricaban en masa para vender su producción a la clase obrera y la clase media. Esta producción masiva era inimaginable en Gran Bretaña porque solo fabricaban en serie alimentos, vestido y complementos del hogar para las clases más pobres pero nunca se les habría pasado por la cabeza vender en masa automóviles porque daban por supuesto que solo estaban al alcance de la clase alta y clase media adinerada. Todo lo contrario de la estrategia de Ford, que fue vender coches a sus propios obreros, a los que subió el salario para que tuviesen más poder de compra. Gran Bretaña quedó al margen de esta industria masiva. También dificultó el aumento de la productividad y la eliminación de ineficiencias de la producción el hecho de que fracasasen los acuerdos, por ejemplo, entre carboneras y compañías de ferrocarriles para doblar el tamaño de las vagonetas de mercancías del tren y rebajar los costes. También era difícil montar un cártel de la minería porque había miles de pequeñas empresas que no querían unirse entre sí, lo que sí era más viable en Alemania.  Es en Estados Unidos donde surgen inventos de fabricación masiva y en serie como el revolver Colt o la máquina de coser Singer.

Llegado el año 1900, Gran Bretaña seguía teniendo una formidable flota naval pero se había quedado rezagada en producción de acero y lo más preocupante es que sus empresas no se habían adaptado a las exigencias de una nueva economía basada en la electricidad y el petróleo, como sustitutos del carbón, ni su organización empresarial era eficiente (sus empresas se quedaron obsoletas frente al fordismo) y su población tampoco tenía el nivel educativo lo bastante elevado (ingenieros, químicos) para adaptar sus industrias a los inventos de la industria de masas. En definitiva, la clase obrera mejoró su poder adquisitivo y nivel de vida, nada que ver con la época arcaica, pero el país se convirtió en una nación acomodada de pymes y rentistas, que recogían los frutos de la prosperidad del siglo XIX y las élites no lograron ponerse a la altura del reto que suponía implementar una nueva economía basada en la electricidad, los productos sintéticos y el petróleo, lo que les desbancaría del liderato en el siglo XX, a parte de que no podían competir en población con mercados internos como el de EE.UU.

El libro también recoge otro de los temas que los ensayistas posteriores han analizado: el librecambio solo llegó una vez que los productores internos estuvieron protegidos y tenían su industria consolidada. Hobsbawm cree que cuando Gran Bretaña apostó por el librecambio del comercio internacional (a mediados del siglo XIX) se quedó desprotegida frente a competidores más agresivos como Estados Unidos o Alemania, que sí protegían los mercados de sus industrias clave para ayudarles a crecer.

[nota del lector: en mi opinión, el capítulo más impresionante es el del declive; 20 años después de leer el libro aún me acordaba perfectamente de la clave que dio Hobsbawm para explicar por qué Gran Bretaña perdió el tren de la industrialización al no electrificar sus fábricas]

En la parte final del libro se aborda cómo los países avanzados iniciaron una carrera por tomar materias primas y mercados en el mundo en desarrollo en el siglo XIX, pero los costes de mantener esos imperios eran excesivos, tanto en infraestructuras de explotación como en mantener el orden, a lo que se sumó que dichos países controlados ganaron numerosa población a partir del siglo XX y se volvieron inmanejables. En el caso de Inglaterra, ya había acumulado una colección de "protectorados" (como Egipto) o naciones intervenidas (como Turquía) por el impago de deudas. 

En la parte final, la de enteguerras, Gran Bretaña va perdiendo potencial frente a colosos como Estados Unidos. La población mejora su calidad de vida en los años 50 a 70 pero el estado de bienestar entra en declive en los años 80. Coincide con el ingreso masivo de la mujer en el trabajo.

El capítulo 16, escrito por un colaborador de Hobsbawm, concluye que la promesa de Thatcher y los neoliberales de relanzar la economía y la productividad con sus recetas resulta ser un fiasco y, tras una cadena de privatizaciones, a mediados de los 90 los electores les dan la espalda y retornan los laboristas al gobierno. Pero Gran Bretaña nunca pudo recuperar sus años de gloria porque esa etapa ya había pasado en un mundo dominado por gigantes de la economía como EE.UU. o, ahora, China.

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