domingo, 29 de marzo de 2020

"El delirio del crecimiento", de David Pilling (2019)

Resumen del libro "El delirio del crecimiento", de David Pilling (2019)

Ver el resumen original y actualizado en:


Resumen elaborado por E.V.Pita (2020), doctor en Comunicación, licenciado en Derecho y Sociología

Sociología, crecimiento económico, PIB, índice de felicidad
...............................................................................................................

Ficha técnica

Título: "El delirio del crecimiento"
Subtítulo: La riqueza y el bienestar de las naciones
Título original: "The Growth Delusion"
Autor: David Pilling7
Fecha de publicación: 2019
Editorial en español: Taurus, Penguin Random House Group, Barcelona, 2019
Páginas: 321
...............................................................................................................

Biografía del autor David Pilling (hasta el 2019)

David Pilling ha sido durante 25 años reportero y editor de The Financial Times. De Asia a Estados Unidos y de África a Latinoamérica, ha entrevistado a decenas de líderes mundiales, importantes ejecutivos, artistas y novelistas de todo el mundo. Ha obtenido numerosos galardones, entre otros, por dos años consecutivos (2011 y 2012), el Premio al Mejor Comentarista concedido por la Society of Publishers in Asia y el de Mejor Comentarista Extranjero en el 2011 en los premios británicos Editorial Intelligence Comment Awards.

...............................................................................................................

Texto de la contraportada

Los economistas y su culto al crecimiento se han apoderado de la política. Según su sistema de medida por antonomasia, el producto interior bruto, deberíamos ser más ricos o felices que nunca. David Pilling, uno de los más prestigiosos y premiados periodistas económicos, demuestra la insensatez de nuestra dependencia de ese concepto arbitrario, limitado y engañoso que nos empeñamos en tomar como signo de bienestar.
Muchos de los aspectos clave de nuestro bienestar, desde el aire limpio hasta la estabilidad laboral, están fuera de nuestro alcance de nuestra medida estándar de éxito. Durante demasiado tiempo, la economía se ha basado en un lenguaje que no resuena con la realidad de las personas. Según Pilling, nuestra devoción por el PIB conforma las políticas equivocadas, contribuye a la desconfianza creciente de los ciudadanos y sacude los cimientos de nuestra democracia.
"El delirio del crecimiento" revela las tendencias ocultas de nuestra tradición económica y explora alternativas al PIB, desde medidas de riqueza, igualdad y sostenibilidad hasta el concepto de bienestar subjetivo. Provocador, autorizado y tremendamente revelador, ofrece propuestas ingeniosas e inesperadas sobre cómo lograr responder a las necesidades reales en lugar de perseguir el crecimiento a cualquier precio.
..........................................................................................................................

ÍNDICE

El culto al crecimiento
Primera parte. 
Los problemas del crecimiento
1. El monstruo de Kuznets
2. Las contribuciones del pecado
3. El bueno, el malo y el invisible
4. Un exceso de algo bueno
5. Internet me ha robado el PIB
6. Qué le ocurre al ciudadano de a pie

Segunda parte
El crecimiento y el mundo en desarrollo
7. Elefantes y ruibarbo
8. El arte de crecer
9. Poder negro, poder verde

Tercera parte
Más allá del crecimiento
10. Riqueza
11. Un "Domesday" moderno
12. El señor de la felicidad
13. PIB 2.0
14. La conclusión del crecimiento
...............................................................................................................

RESUMEN

Comentarios iniciales: El crecimiento económico de un país se ha asociado con el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB), el medidor estadístico de todo lo que produce y los ingresos de un país. Se considera que si el PIB crece, el país va bien y mejor que antes y que si cae un semestre entero, el país entra en recesión. El problema es que contaminar un río sube el PIB porque la empresa contaminante crece a costa del medioambiente para ganar mucho dinero (lo que genera ingresos) y también sube porque luego el ayuntamiento tiene que contratar una brigada de limpieza y comprar equipos químicos para sanear el río, lo que también genera riqueza. Es lo que se conoce como "externalidad negativa" (pues genera un daño para todos, para los bienes comunes como el aire o el agua, sin que le suponga un coste para el contaminador). Del mismo modo, si aumenta la delincuencia, el Gobierno tiene que comprar más coches patrulla y más policía, lo que también incrementa el PIB aunque en el país haya mayor inseguridad. Asegura que el espejo del PIB (con el que se mira un país) está roto.

 En el libro, David Pilling explica los puntos débiles y contradicciones del PIB (creado durante la Gran Depresión de la década de 1930 y luego la II Guerra Mundial para que Estados Unidos supiese lo que podía producir) y desgrana varios métodos de medición para corregir el PIB, hacer un balance de los costes ambientales, calcular la riqueza para un país que supone el medioambiente y la naturaleza, y examina otros índices como el de Desarrollo Humano o el Índice de la Felicidad.

Dice que actualmente hay una "edad de la ira" debido a una reacción popular desfavorable y el rechazo a instituciones como el liberalismo. Nadie encuentra una explicación porque los países nunca habían sido tan ricos pero la gente no ve la realidad de su vida reflejada en el relato oficial contado por los economistas. Hay detrás cuestiones de identidad, sensación de impotencia, falta de vivienda asequible, ausencia de comunidad e indignación contra la política monetaria y los crecientes niveles de desigualdad. Pilling señala que ahora las definiciones de "crecimiento" y "economía" ya no encajan con la experiencia vivida por la gente. Pilling intenta explicar dicha "brecha". Además, el crecimiento genera una "carrera armamentística" para ganar más o un "ir más rápido la rueda del hámster de la economía", un impulso que controla nuestras vidas.

Pilling explica el PIB, nacido en la era de la manufactura, es ciega a la moralidad porque mide la producción sin importar si es buena o mala. Le gusta la contaminación, el delito, el huracán Katrina, la escalada armamentísca y la reconstrucción de una ciudad tras un desastre natural o una guerra (pues todo esos son gastos que suben el PIB).  En cambio, no le gustan los trabajos sin remunerar como las labores en el hogar, echarle una mano a un amigo o el voluntariado o el camino que recorre una niña de Etiopía para  buscar agua a un pozo. El problema actual es que el PIB no encaja bien en las economías de servicios, predominantes en los países ricos, ni tampoco mide bien el progreso (un antibiótico vale céntimos pero es muy valioso). Cree que la definición de economía es bastante tosca y "todos percibimos que algo está mal" tras la crisis financiera del 2008. En esa época, bautizada como "La Gran Moderación" el crecimiento se construyó muy rápido  sobre la deuda doméstica y una ingeniería financiera impulsada por "banqueros enloquecidos por los bonus". El crecimiento anterior al 2008 resultó ser una ilusión.

Recalca que el PIB está muy centrado en la manufactura y lo analógico y que el medidor se está volviendo irracional a medida que pasamos a los servicios y lo digital. Pone como ejemplo Japón, considerado un país estancado desde 1990 a pesar de que no era pobre porque el desempleo era muy bajo, los precios eran estables o caían y la calidad de vida mejoraba. Apenas había delincuencia ni droga, la calidad de la comida era muy buena y la esperanza de vida era una de las más longevas. Pero según el PIB, Japón era un fracaso. Dice que lo que realmente importa como el aire limpio, las calles seguras, trabajos estables y mentes sanas se encuentra fuera del campo de visión del PIB.

Otro problema del crecimiento es que requiere una produción y un consumo incesantes, porque si no deseamos más cosas y no somos insaciables, acabará deteniéndose. "En lo más profundo de nuestro corazón sabemos que ese camino conduce a la locura", dice. Eso conlleva un despilfarro por la compra de objetos innecesarios o ridículos, y la fabricación de electrodomésticos con obsolescencia programada o diseñado. Y luego, las rentas medias son una "trampa" y "engañosa" porque el pastel económico de un país no se reparte de forma igual y la media nacional está distorsionada porque incluye a ultrarricos y a superpobres. El autor dice que este dato es importante porque la felicidad no depende de su riqueza absoluta sino de la que tienen comparada con los que le rodean (descubrir que cobras menor salario que tus compañeros iguales te hace muy infeliz y ves una injusticia). El ciudadano, dice el autor, se ha dado cuenta de que las engañosas representaciones de los economistas, sobre todo cuando exigen sacrificios o imponen recortes en colegios y hospitales "en aras del sagrado crecimiento". Un crecimiento sin fin que preocupa a los ecologistas porque podría destruir el planeta como un cáncer.

Por este motivo, varios países han intentado calcular el bienestar, como medida complementaria al crecimiento económico. Se denomina "bienestar subjetivo" a la riqueza, igualdad y sostenibilidad (la felicidad).

El autor dice que el propósito del libro no es guerrear contra el crecimiento si no mostrar lo que está mal en la medición del crecimiento para derribarlo de su pedestal.

El francés Necker redactó el informe Compte rendu au roi (un informe al rey Luis XVI) en 1781 para probar que Francia estaba boyante y podía meterse en la Guerra de la Independiencia de las colonias americanas pero omitió decir que Francia se había endeudado cuando él fue ministro de Finanzas. Petty también hizo una contabilidad nacional en 1652. Los fisiócratas introdujeron el concepto de clases productivas (agrícolas frente artesanos,profesionales, comerciantes y la burocracia real). Adam Smith también insistió en las clases productivas e improductivas (gobierno, armadas). El autor se pregunta si debemos ignorar el gasto público o a los payasos, psicoanalistas y maestros (la URSS no incluyó en su balance a los servicios).

El inventor del PIB fue Simon Kuznets, al que el autor apoda el doctor Frankestein de la economía porque su creación adoptó una vida y dirección propias. El presidente Roosevelt le ordenó en 1933 crear una contabilidad nacional y Kuznets decidió concentrar toda la actividad (la renta nacional) en un único número (que hicieron mediante encuestas y extrapolación de sondeos). Así descubrió que la economía entre 1929 y 1932 se había reducido a la mitad (por el Crack de 1929).
Pero pronto surgieron divergencias: Kutnets buscaba una medida que reflejase el bienestar y excluir las actividades ilegales, las industrias dañinas, la publicidad y el gasto público (gastos en defensa) o incluirlas en un "debe" y un "haber". Fue Keynes el que propuso incluir el gasto público en el PIB (el estímulo fiscal keynesiano), por lo que se le considera el auténtico inventor del PIB. El resultado es que las advertencias de Kutnets sobre el PIB "malo" fueron ignoradas y ahora se piensa que las economías rinden más cuanto más grandes son nuestros bancos, más persuasivos los publicitarios, peor la delincuencia y más cara la sanidad.

En el 2012, dos estadísticos del Reino Unido (Abramsky y Drew) empezaron a contar prostitutas por orden de la Eurostat (la sección estadística de la UE), que quería estandarizar el cálculo de la renta nacional (la actividad económica incluye cualquier transación monetaria y voluntaria). En Colombia, cuentan la producción y venta de droga (el 6 % del PIB en los años 80 y un 1 % en el 2010). En Italia, la economía sumergida disparó un 18 % el PIB en 1987. El autor argumenta que se acepta la venta de tabaco como parte del PIB aunque tiene un coste oculto (enfermedades, costes sanitarios).

El autor también analiza los sobreprecios en la sanidad por fármacos y pruebas con facturas infladas (que también inflan un 17 % el PIB en EE.UU frente al 11 % de Francia). Pilling dice que el lobby farmacéutico gasta tres veces más dinero que el armamentísco en influir en políticas de Washintong. A pesar del gasto, la esperanza de vida en EE.UU. no es la más alta del mundo (es Japón, con la mitad del gasto). La única de aumentar el gasto público sanitario es hacerlo más ineficiente (sueldos muy altos, fármacos muy caros,...). Es decir, la contabilidad nacional está sesgada hacia el sector privado (más caro) y se puede mejorar el sector sanitario público sin que el PIB crezca nada.
En Japón, se subió el PIB a costa de hacer que las mujeres abandonasen las tareas del hogar (que no computan en la contabilidad nacional) para aceptar trabajos precarios mal pagados, por lo que se les obligó a hacer un trabajo extra.

 Por su parte, Landefeld intentó contabilizar el trabajo doméstico aplicando las tarifas por hora de un limpiador (supondría un 26 % más de la economía de Estados Unidos). En Inglaterra, lo calcularon por coste de servicio (hacer comida al precio de menú de bar barato, coladas a precio de lavandería), cuidado de niños a precio de una nanny, llevar al colegio a los niños a coste de desplazamiento en bus... (supondría aumentar un 45 % el PIB del EE.UU.). El autor dice que estos estudios descubrieron que la producción doméstica disminuye la desigualdad.

El autor también estudia el PIB islandés, inflado antes de la crisis del 2008 por servicios financieros tóxicos, que también contribuían al crecimiento (bajo los pilares de desregulación, liberalización y privatización). Pilling describe esta "creación de riqueza" bancaria: "se intercambiaban pedazos de papel entre ellos, los prestaban de forma temeraria y luego se pagaban inmensos bonus a sí mismos". Triunfó la "financiarización", donde los mercados anónimos sustituyeron a la relación entre prestamista y prestatario. Se trataba de papeles que no añadían nada a la economía real. En el PIB, asignar capital de manera incorrecta se mide igual que de forma correcta.

El autor también examina la economía digital: alquileres de apartamentos en Airbnb, comprar vuelos baratos en Skyskanner, oír jazz en Spotify, vas en Uber al aeropuerto... Pilling dice que la economía digital ha desdibujado la distinción entre trabajo, ocio y tareas domésticas, cambiando el llamado "límite de producción" entre las actividades que contamos y las que no. El PIB se enfrenta a un problema de falta de encaje porque fue diseñado en su origen para contabilizar bienes manufacturados tangibles, que pierden relevancia en la economía moderna, en palabras de Will Page (de Spotify). La economía digital elimina los costes de transacción (lo que haría un empleado y ahora haces tú mismo) y sustituirlos por la comodidad (que no se mide). Aunque la economía se contraiga, todo el mundo está mejor porque la tecnología destruye lo que no se necesitaba. El autor replica al ejecutivo de Spotify que los empleos destruídos (como el de recepcionista de embarque en el aeropuerto) "ahora han sido externalizados en ti" pero ya no computan en la economía. Se supone que todos estos ahorros llenan los bolsillos de dinero extra a alguien que aumentará su consumo y hará crecer la economía.

Otro factor a tener en cuenta en la economía digital (la llamada "economía participativa") es que los precios de las telecomunicaciones se han desplomado (y los ordenadores son más baratos y mejores que hace 3 años, aunque este progreso no se mide en el PIB por lo que se sobreestima la inflación y se subestima el tamaño real de la economía) y las webs son gratis aunque pagas viendo publicidad o pagas dando tus datos. Esto significa que hay un "excedente del consumidor" (Marshall): lo que pagas por una cosa y lo que realmente vale (el iPhone vale mucho más). Sin embargo, el sector de telecomunicaciones solo representa el 4 % del PIB de EE.UU. desde hace 25 años, cuando se cree que tiene que ser mayor. Si se pagase a alguien 22 dólares a la hora por el tiempo que pasa en Facebook, se aumentaría un 0.4 % el PIB (que sería el excedente del consumidor, o tiempo extra que ha ganado gracias a la digitalización) pero algunos discrepan: si nadie paga a alguien por ver gatos en la vida real, por qué se iba a pagar por ver vídeos de gatos en You Tube.

Otra cuestión que aborda es la innovación: la lavadora fue revolucionaria porque permitió que la mujer fuese a trabajar fuera de casa y los aviones ahorraron mucho tiempo en viajar (pero desde hace 50 años no se vuela más rápido). Hay un estancamiento en la innovación y en la productividad. También hay que tener en cuenta la calidad (no se puede comparar el tren bala japonés con el lento Amtrak americano).

Otra crítica al PIB es que se concibió para los Estados-nación y resulta que ahora el mundo está globalizado [nota del lector: o lo estaba, a causa de la pandemia del coronavirus en el 2020], las multinacionales como Apple tributan en países con fiscalidad baja, por lo que la idea de producción doméstica carece de sentido.

Otro problema es el declive de la clase trabajadora blanca americana y la caída de su esperanza de vida (muertes por desesperación). Aunque la economía de EE.UU. se triplicó por tres desde 1970, pero en el 2008 los ciudadanos no universitarios (y, por tanto, con ingresos bajos)perdían quince años de esperanza de vida porque los sueldos se habían estancado a partir de 1970 (los sindicatos habían perdido poder de negociación).

En los siguientes capítulos aborda la cuestión del medioambiente: cuánto se debe valorar la naturaleza (se hacen cálculos, como estimar un hermoso prado o un humedal con el cereal que se podría cultivar, un bosque con los árboles a talar...) y las cifras son muy bajas (unos 7 billones de dólares, una cifra ridícula).

También se ha intentado calcular el índice de Desarrollo Humano teniendo en cuenta la esperanza de vida, la salud y la educación. Parece diseñado para que los primeros de la tabla sean los países escandinavos (sistema mixto socialista y de libre mercado).
Otro índice para sustituir al PIB ha sido el Índice de Felicidad. Lo propuso Buthán pero la idea de felicidad es demasiado tradicional (vivir en el pueblo con las vacas haciendo vida contemplativa y sin televisión no excita a las generaciones más jóvenes, que prefieren la ciudad). El índice de felicidad se calcula mediante encuestas pero estas son muy burdas: el encuestado debe indicar si es "poco feliz", "feliz" o "muy feliz". Al ser tan estrecho, el abanico, en EE.UU. no ha aumentado la felicidad en 40 años.

El autor también distingue el concepto de la felicidad de Bentham (utilitarista, del siglo XVIII), que básicamente consiste en cuestiones objetivas como tener techo, dinero, etc... que se pueden medir pero no recogen otros factores como la vida social o la amistad.



                                 

No hay comentarios:

Publicar un comentario