Resumen del libro "La Era del Consenso", de George Monbiot (2003)
Resumen original y actualizado:https://evpitasociologia.blogspot.com/2017/09/la-era-del-consenso-de-george-monbiot.html
Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación Social y licenciado en Derecho y Sociología
Sociología, globalización, relaciones internacionales, consenso, nuevo orden mundial
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Título: "La Era del Consenso"
Subtítulo: Manifiesto para un nuevo orden mundial
Título en inglés: "The Age of Consent"
Autor: George Monbiot
Fecha de publicación en inglés: Londres, 2003
Edición en español: Editorial Anagrama SA, Barcelona, 2003
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Biografía oficial del autor George Monbiot (hasta 2004)
George Monbiot es columnista de The Guardian y autor de Poisoned Arrows, No Man's Land y en especial de Captive State, muy alabada por Noam Chosmky, entre otros, que tuvo una enorme repercusión. Ha sido profesor visitante o becario en las universidades de Oxford, Bristol, Keel y East London, en temas que van de la filosofía a la ciencia medioambiental. En 1995, Nelson Mandela le entregó el Premio Global 500 de las Naciones Unidas por acciones destacadas en el campo medioambiental. También ha ganado el Lloyds National Screenwriting Prize y un Premio Sony por sus emisiones radiofónicas.
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Texto de la contraportada
"Nuestra tarea, ciertamente, no es arrojar la globalización por la borda, sino aprehenderla y utilizarla como vehículo para la primera revolución democrática mundial, afirma George Monbiot en este ensayo-manifiesto: "un libro extremadamente importante" (según dice Michael Meacher, The Guardian)
En todo el planeta, los ricos se hacen más ricos, mientras que los pobres se ven abrumados por las deudas y el desastre. El mundo no es gobernado por su pueblo sino por un puñado de ejecutivos no electos e infraelectos, que toman decisiones de las que dependemos todos en relación con la guerra, la paz, la deuda, el desarrollo y la balanza comercial. Sin democracia a nivel mundial, los demás carecemos de medios para influir en esos hombres y quedamos limitados a denunciar el abuso y lanzarnos contra los frentes policiales que defienden sus reuniones y sus decisiones. ¿Tiene que ser así?
George Monbiot no solo sabe que las cosas deben cambiar, sino también que pueden cambiar. Inspirándose en décadas de pensamiento relativo a la organización y la administración política, fiscal y comercial del mundo, este autor ha desarrollado un conjunto coherente de propuestas, todas ellas propias, que intentan nada menos que una revolución a la manera de gobernar el mundo. Si estas propuestas llegan a hacerse populares, nunca más se podrá decir a los críticos del orden mundial actual: "Sabemos qué es lo que no queréis, pero no qué queréis".
Ferozmente polémico y, sin embargo, persuasivo, lo que Georges Monbiot ofrece en La Era del Consenso es una perspectiva autenticamente global, un sentido de la historia, una defensa de la democracia y una comprensión del poder y de cómo debe ser arrebatado a quienes no son dignos de retenerlo. Las ingeniosas soluciones que sugiere para algunos de los problemas más apremiantes del planeta lo señalan tal vez como el utopista más realista de nuestro tiempo y como hombre de pasión contagiosa y con ideas, como seguramente muchos convendrán, cada vez más irresistibles.
Michael Prowse, del Literary Review, reseña que "el problema no es la globalización per se, sino su naturaleza desigual: el hecho de que se aplique al terreno económico pero no al político... George Monbiot argumenta que la política se puede globalizar de una forma creíble tan solo de un modo: mediante la creación de un parlamento mundial cuyos poderes estén por encima de las naciones y de los organismos internacionales".
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ÍNDICE
Prólogo: Propuestas repulsivas
1. La mutación
2. El sistema menos malo
3. Una revolución democrática global
4. Nosotros los pueblos
5. Algo se mueve
6. La nivelación
7. La naturaleza contingente del poder
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RESUMEN
El libro plantea cuatro proyectos:
1) un parlamento mundial democráticamente elegido,
2) una Asamblea General de Naciones Unidas democratizada, que capte los poderes de que está hoy revestido el Consejo de Seguridad,
3) una Unión Internacional de Compensación, que enjugue automáticamente los déficits comerciales e impida la acumulación de deudas,
4) y una Organización del Comercio Justo, que limite a los ricos a la vez que emancipe a los pobres.
1) un parlamento mundial democráticamente elegido,
2) una Asamblea General de Naciones Unidas democratizada, que capte los poderes de que está hoy revestido el Consejo de Seguridad,
3) una Unión Internacional de Compensación, que enjugue automáticamente los déficits comerciales e impida la acumulación de deudas,
4) y una Organización del Comercio Justo, que limite a los ricos a la vez que emancipe a los pobres.
El autor pide al lector que no rechace estas propuestas mientras no tenga otras con las cuales reemplazarlas.
Monbiot señala que, tras la globalización, es difícil buscar soluciones globales porque cada Estado es soberano y solo aporta soluciones locales. Muchos de los problemas globales se resolverán con la fuerza bruta de los poderosos. Está a favor de instituciones internacionales nuevas y de un sistema político global que pida cuentas al poder.
Sostiene que los activistas deben aprovechar el poder de la globalización y eliminar las actuales instituciones y reemplazarlas por las nuestras. Menciona a la ONU (pensada para traer la paz y controlada por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial), el Banco Mundial y el FMI (iban a ayudar a reconstruir las economías pero solo persiguen políticas que beneficien a la economía de USA y los especuladores financieros), la Organización Mundial del Comercio (OMC) (la más democrática pero las decisiones se cuecen en la Sala Verde y el mundo rico se protege mientras que los pobres deben abrir sus economías). El autor señala que quien acepte esta distribución de poder no se presente como un demócrata o tiene que reconocer forzosamente la necesidad de un cambio radical.
El autor habla de una "dictadura de intereses establecidos" junto a la corrupción y el desgobierno, "así como la desigualdad y la destructividad" de un sistema económico que, para su supervivencia, depende de la salida que se dé a la deuda interminable, la materialización de la prosperidad que el mundo rico promete a perpetuidad al mundo pobre fracasa también a perpetuidad".
Añade que las instituciones que se han fundado para salvar a las generaciones futuras del azote de la guerra [nota del lector: se sobreentiende que también del hambre] han fracasado.
Añade que la globalización no es el problema. "El problema está en la liberalización de la globalización que sean capaces de negociar tanto los agentes económicos como los Estados nación. Nuestra tarea no es arrojar la globalización por la borda, sino aprehenderla y utlizarla como vehículo para la primera revolución democrática mundial".
En el segundo capítulo, el autor examina tres modelos de soluciones políticas para la globalización: comunismo, anarquismo (fundamentalismo de mercado y radicalismo de izquierdas) y democracia, concluyendo que la democracia es el menos malo.
Respecto al comunismo del siglo XXI, señala que los modernos autores alegan que el programa político marxista era bueno pero que dictadores totalitarios como Stalin o Mao se apoderaron de él, masacraron a sus pueblos y arruinaron el ideal socialista (dice que en Cuba se apostó por algo más comedido). Monbiot replica que la idea original ya era mala por sí misma y que los grandes líderes se limitaron a seguir el manual de instrucciones. Cuenta que el libro El Manifiesto Comunista de Marx y Engels, escrito a mediados del siglo XIX, puso los pilares de un Estado totalitario que eliminase o tratase como parias a los que no fuesen trabajadores, y eso incluía a los agricultores, los burgueses, los mendigos, etc... La sociedad real no coincidía con el libro y que ajustarla requería eliminar de la ecuación al personal sobrante. El autor, en tono irónico, dice que él mismo leyó el Manifiesto y que acto seguido le hirvió la sangre y le entraron unas enormes ganas de salir a pegar tiros a los burgueses opresores, y que como a él, le pasa a casi cualquiera que lea el libro, lo que da una idea de su contenido. Dice que el marxismo nació como una doctrina muy cerrada que ya se veía que no iba a traer nada bueno puesto que, al estilo platónico, Marx asignaba la dirección de esa nueva sociedad a unos políticos-filósofo guardianes del legado. Su punto débil era que nadie vigilaba a los vigilantes y el resultado fue una élite que tenía a su disposición un Estado que controlaba la vida de millones de ciudadanos a los que les decía que debían vestir, leer, comer, etc...
En cuanto al anarquismo, esta corriente ideológica es de dos tipos. El de derechas, es el fundamentalismo de mercado que no quiere que el Estado se entrometa en sus asuntos y quiere que les deje vía libre para hacer sus negocios. El de izquierdas, aboga por la eliminación del Estado como opresor de las libertades pero se preocupa, al menos, por reducir las desigualdades y hacer justicia social. El problema es llevarlo a la práctica porque si una comunidad decide vivir sin Estado siempre se arriesga a ser atacada por el vecino de al lado, que puede ser un país con un Estado militarizado y hambriento de nuevos recursos naturales. Por eso, tendría que ser un cambio global para que todos fuesen anarquistas. Y ni siquiera eso garantiza el éxito ya que el Estado también es útil al cumplir un papel de control de los más poderosos sobre los débiles. Pone como ejemplo de vida anarquista la de las tribus africanas armadas hasta los dientes que carecían de Estado pero eso no impedía atacar a pueblos vecinos si veían síntomas de debilidad y masacrar a su población. Una comunidad anarquista tendría que eliminar todas las armas y cualquier cosa que se pudiese convertir en algo peligroso. Aunque no lo dice, Monbiot viene a indicar que un mundo anarquista sería un completo caos al estilo hobbesiano, donde el hombre es un lobo para otros hombres. Incluso si hubiese reglas que todos los anarquistas acataran para convivir, esta total libertad siempre podría ser aprovechada por los más fuertes para hacer lo que quisieran y aplastar a los más débiles (y añade que, casualmente, es en lo que se basa la libre competencia y la libertad de mercado).
Finalmente, solo ve como solución la democracia en el sentido de que impone un contrapoder al poder, aunque solo sea porque los ciudadanos pueden ir a las elecciones a votar cada cuatro años y echar a un gobernante si abusa o lo hace mal. Los programas políticos más extremos desaparecerían de la agenda pública y se tendería a agradar a la mayoría y respetar a las minorías. Por otra parte, el Estado puede limitar el abuso de superioridad de los más fuertes sobre los débiles en aras de cierta justicia social. Por eso, y con todos sus defectos, el autor considera que la democracia es el sistema político menos malo y que todavía tiene un gran potencial de desarrollo en temas como la globalización.
La idea del libro es que hay que montar una especie de Estado mundial democrático (posiblemente dirigido mediante asamblea general y consorcios formados por oenegés) que resuelva los grandes problemas del mundo (calentamiento, abusos financieros, poder de las multinacionales, pobreza) y, a la vez, eliminar lo que es el Estado-nación por ser obsoleto y por tratarse de un foco continuo de tensiones y guerras. En un único estado global no habría guerras entre estados [nota del lector: pero no excluye que hubiese guerras entre facciones rivales que luchan entre sí para apoderarse del superpoder global].
Una vía rápida para crear ese superEstado global sería reformar las instituciones internacionales ya existentes pero estas, dice el autor, dejan bastante que desear, tanto en calidad democrática como en los fines para los que fueron diseñadas y los intereses a los que sirven.
El autor estudia cómo está organizado el sistema mundial actual y su grado de democracia. Por un lado, la ONU está dominada por los ganadores de la Segunda Guerra Mundial (Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido), los cuales tienen derecho de veto para paralizar cualquier iniciativa con la idea de enfriar los conflictos entre los viejos aliados. Algunas veces, superpotencias como Estados Unidos ignoran los informes de la ONU y emprenden guerras en el extranjero (Irak) sin contar con la bendición del Consejo de Naciones Unidas. Por otro lado, el voto de las naciones, según Monbiot, no está bien ponderado ya que una isla diminuta del Pacífico puede tener un voto lo mismo que la India, con mil millones de habitantes. Propone pulir un poco los sistema de votación para que países como China tengan más votos, en razón a su población, pero que también se les limite por su grado de democracia (a más autocracia, menos votos).
En su ensayo, Monbiot explica que cambiar el orden mundial para hacer una especie de democracia globalizada es muy difícil debido a cómo está formado actualmente el sistema internacional financiero (FMI, Banco Mundial) y bajo el dominio del dólar y de la única superpotencia global.
El autor señala que los libros de Stiglitz dividieron la historia en una época "antes y otra después de Stiglitz" en el sentido de que el autor destapó la verdad sobre el FMI y el Banco Mundial como dos entidades internacionales que en vez de ayudar a los países pobres con préstamos se dedicaban a servir a los intereses de los países ricos y a hundir a los pobres, incluso a aquellos que seguían fielmente las directrices y recetas (apertura del comercio exterior, privatización) que les marcaban ambos organismos internacionales. Monbiot recuerda que estas entidades surgieron de la Segunda Guerra Mundial y que había alternativas mejores pero se eligió esta porque daba más ventajas comerciales a los ganadores de la guerra y también a los especuladores financieros. Los países de Asia que se enriquecieron desobedeciendo las recetas del FMI lo pasaron bastante mal en los 90 con la llamada crisis asiática con un fuerte castigo de los especuladores.
El autor recuerda que para que un país pueda salir de la pobreza debe haber un comercio justo en el que pueda obtener divisas y no endeudarse demasiado, justo lo que le pasó a los países pobres en los años 60 y 70. Recordó que la moneda más fuerte es el dólar y mientras siga así no hay posibilidades de cambiar el orden mundial dominado por la única superpotencia a la que nadie se atreve a contradecir abiertamente. Para cambiar el orden mundial, el autor cree que una premisa básica es sustituir el dolar por otra moneda mundial como el euro o el yuan pero también es cierto es que Sadam Hussein, el dictador de Irak, se le ocurrió cobrar el petróleo en euros en vez de dólares en el año 2000 y, casualmente, poco después lo defenestraron.