Resumen del libro "La trampa de la diversidad", de Daniel Bernabé (2018)
Resumen original y actualizado en el siguiente link:https://evpitasociologia.blogspot.com/2018/12/la-trampa-de-la-diversidad-de-daniel.html
Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación y licenciado en Derecho y Sociología
Sociología, diversidad, género, pensamiento político, neoliberalismo, estructura social, clases
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Título: "La trampa de la diversidad"
Subtítulo: Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora
Publicación en español: Ediciones Akal, SA, colección A Fondo, Madrid, 2018
Páginas: 249 páginas
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Biografía del autor Daniel Bernabé (hasta 2018)
Daniel Bernabé (Madrid, 1980) es diplomático en Trabajo Social, aunque desde hace unos años trabaja lo más cerca que puede, o le dejan, en el mundo de la literatura y el periodismo. Ha sido librero casi diez años en Madrid, pero actualmente escribe para la revista La Marea, donde tiene una columna semanal y realiza reportajes, crónicas y entrevistas. Se deja caer también por medios como Público, CTXT o El Salto. Ha hecho radio en El Estado Mental y publicado dos libros de relatos, De derrotas y victorias, y Trayecto en noche cerrada.
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Texto de la contraportada
"Llegaron a España las guerras culturales, conflictos en torno a derechos civiles y representación de colectivos que situaban lo problemático no en lo económico o lo laboral y mucho menos en lo estructural, sino en campos meramente simbólicos. El matrimonio homosexual, la memoria histórica, el lenguaje de género o la educación para la ciudadanía empezaron a copar portadas de los medios y a crear polémica.
¿Estamos afirmando que los ejemplos mencionados carecen de importancia? En absoluto. Es importante que un grupo social pueda tener los mismos derechos civiles que el resto o reconocer desde las instituciones nuestra historia y la dignidad de los republicanos olvidados. Lo que decimos es que estos conflictos culturales tenían un valor simbólico en tanto que permitían a un gobierno que hacía políticas de derechas en lo económico validad frente a sus votantes su carácter progresista al embarcarse en estas cuestiones".
"Extraña paradoja la que plantea este libro: ¿son los sistemas de privilegios, opresiones y revisiones una forma efectiva de enfrentarse a la desigualdad?; ¿dónde quedó, entonces, el conflicto capital-trabajo? Sin embargo, debemos dar una respuesta urgente a estas preguntas, si no queremos que la fuerza de lo colectivo se acabe diluyendo en el irremediable individualismo de lo identitario.
En un mundo donde lo ideológico se ha convertido en una coartada para afirmar nuestra personalidad aislada, el activismo se esfuerza en buscar las palabras adecuadas para marcar la diversidad, creando un entorno respetuoso con nuestras diferencias mientras el sistema nos arroja por la borda de la Historia. Ya no se busca un gran relato que una a personas diferentes en un objetivo común, sino exagerar nuestras especificaciones para colmar una angustia de un presente sin identidad de clase.
Ha llegado el momento de tener unas palabras con la trampa de la diversidad...."
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ÍNDICE
1. Las antorchas de la libertad
La segunda venida de Frida Kahlo
Theresa May, el gigante y los extraterrestres
2. Las ruinas de la modernidad
La modernidad. Una nueva esperanza
La modernidad. Auge y caída.
Posmodernismo. El gran arrepentimiento
Posmodernismo. La gran deconstrucción
3. Robots, mascotas y mendigos
De la revolución hippie al sentimiento del individualismo
El regreso del capitalismo salvaje
Un logro apócrifo: los años de Clinton y Blair
4. El mercado de la diversidad
Diversidad competitiva. Yo soy más especial que tú
5. La trampa de la diversidad
Políticamente correctos. La trampa de la diversidad en el socioliberalismo
Un lío con mucha gente. El mercado de la diversidad en el activismo
La diversidad como coartada, necesidad y producto
Un laberinto inacabable. La trampa de la diversidad en el activismo
6. Ultraderecha
La ultraderecha favorecida por la diversidad como trampa
La ultraderecha favorecida por la diversidad como mercado
7. Atenea destronada
¿Qué es la cultura?
Cultura como arma política
Multiculturalismo
8. Jóvenes papas, viejos comunistas
Desactivando la trampa
La muerte y la palabra
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RESUMEN
Comentarios iniciales: Estas ideas fueron sugeridas en los años 90 por el sociólogo británico Anthony Giddens que señalaba que, a mayores de la tradicional izquierda y derecha (esencialmente patriarcales, que solo funcionaban para un modelo de sociedad industrial de obra de mano masculina), había surgido una Tercera Vía (Giddens), que tenía en cuenta la irrupción masiva de la mano de obra femenina en los años 70 en el mercado laboral. Los discursos de derecha e izquierda, patriarcales, se habían quedado obsoletos e incapaces de funcionar en la nueva sociedad postindustrial, marcada por el sector servicios y con un alto componente femenino. La solución del autor es recuperar la acción colectiva y de grupo y sacar las luchas de la diversidad de su tendencia a la atomización, fraccionamiento y el individualismo. Recalca que las políticas de diversidad resultan inoperantes para resolver conflictos intergrupales, cada vez más habituales en un escenario de escasez y ultracompetitividad.
El autor Bernabé establece la tesis de que la unificación identitaria de toda la sociedad en torno al concepto de clase media provocó una ansiedad por diferenciarse en los individuos, una búsqueda de su identidad perdida, una necesidad de ser alguien en la competición de especificidades. Las reivindicaciones de izquierdas de los trabajadores, dentro de una lógica de clases, fueron sustituidas y fragmentadas por la diversidad (de género, de preferencia sexual, religiosa, étnica y racial...). Considera que, esencialmente, el movimiento de izquierdas cayó en una "trampa" al permitir disgregarse en una diversidad de corrientes, cada una con sus intereses. Dichos intereses y valores coinciden con los de la clase media.
El autor señala que la política se ha convertido en objeto de consumo y explica cómo el espíritu de época de la posmodernidad "fue el sustrato perfecto para mutilar la naturaleza emancipadora de la izquierda". Además, recalca que el proyecto neoliberal, hostil a la mayoría de la sociedad, logró hacerse pasar por algo benéfico para todos (casi revolucionario y liberador). También aborda la sociedad poscrisis en el mundo occidental en el que estudia el impacto de las políticas norteamericanas desde la reacción neoliberal (a finales de los 70) y la globalización capitalista (en los 80). Resalta que la diversidad se ha convertido en un mercado competitivo al servicio del neoliberalismo y ese mercado ha afectado a la política de izquierda de forma institucional como activista (la gente anónima que monta eventos).
Sostiene que lo que hizo el neoliberalismo (a partir de Thatcher) fue defender el individualismo y romper la unidad de acción colectiva, según explica el autor. No es lo mismo negociar un convenio con un grupo obrero unido que con individuos, cada uno con sus peculiaridades (religiosas, feministas, gays, étnicas...), por lo que cada uno reclama sus propios derechos, de forma que es difícil que se pongan de acuerdo en líneas comunes de acción porque cada uno defiende sus propios intereses [nota del lector: la línea común de acción a todas estas corrientes es exigir una política de tolerancia, aunque ni tan siquiera eso porque ninguna parte debe ofender la sensibilidad de la otra, lo que se llama corrección política].
Según el autor, al disgregarse las fuerzas de izquierda en una miríada de diversidades y salir triunfante el egoísmo individual, perdieron fuerza las políticas colectivas y de interés general. A todo ello se une que, a partir de los años 80, los sindicatos comenzaron a decaer, por lo que el aglutinador de la clase social y laboral fue reemplazado por corrientes diversas que defendían intereses individuales. Así un trabajador cayó en la "seducción identitaria" y ya no tenía conciencia de clase sino que se veía así mismo como feminista, si era mujer, del colectivo LTB, en función de sus elecciones sexuales, del movimiento negro si era afroamericano, musulmán, judío ortodoxo o ultracristiano, según su adscripción religiosa o étnica, o activista antiglobalización en vez de político de izquierdas, veganos y antisespecistas (defienden a los seres no humanos, o sea, el resto de los animales que también son seres sintientes), o los antinatalistas (no quieren procrear para no arruinar el planeta), o los revisionistas (personas aisladas que reclaman privilegios o reciben opresiones)... La clase obrera se diversificó y atomizó en muchos intereses dispersos y perdió conciencia de sí misma.
Según el autor, la política ultraderecha también hizo distinciones pero en vez de diversificar como la izquierda (que transformó la diversidad en un producto identitario), lo que hizo fue construir un grupo: el honrado trabajador varón, blanco y nacional ya no lucha contra las empresas que hacen despidos masivos para contratar a personal precario y barato sino contra el inmigrante que viene a quitarle el trabajo. La familia se contrapone a las feministas, gays, etc... Los ultras y nuevos reaccionarios aprovecharon, dice el autor, los diferentes estilos de vida, aficiones y tendencias para colar su mensaje, para normalizar (sus conflictos llegaron a los videojuegos, el medievalismo, feminismo, animalismo, así como las teorías de la conspiración, machismo, tradicionalismo).
El autor lo resume en esta frase: "Hoy, multinacionales de la distribución que sobreexplotan a sus trabajadores tienen en sus comedores menús respetuosos con las prohibiciones religiosas alimentarias. Poderosas marcas cuya ropa es fabricada en Bangladés en régimen de semiesclavitud celebran las diferencias raciales en su publicidad. A la par que la brecha salarial de género permanece en la llamada Europa de los derechos, se celebra el aumento de ejecutivas en los consejos de administración.", etc... y concluye, citando a Eagleton: "La sociedad capitalista relega a sectores enteros de su ciudadanía al vertedero, pero muestra una delicadeza exquisita para no ofender sus convicciones".
El autor insiste en que su libro no es una lucha contra la pluralidad de las sociedades ni la diversidad, ni contra los colectivos de minorías y mujeres por sus derechos civiles pero su libro sí desvela una transformación de la identidad en un producto aspiracional que compite en un mercado.
Afirma que en el siglo XXI, el discurso del político es un cascarón vacío para portar una serie de valores que coincidieran con los apreciados en sociedad, o sea, los de la clase media (su ideología ha colonizado a toda la sociedad, no solo es la hegemónica sino también la única percibida). Todos quieren ser clase media, los trabajadores y los ricos, y el neoliberalismo los acoge. A través del mercado de la diversidad se crean una serie de identidades individualistas y competitivas "que impiden nuestra acción colectiva y nuestra percepción como clase trabajadora para sí misma".
Además, los políticos dulcificaron su discurso y aunque asumían programas económicos neoliberales lo maquillaban con adjetivos como obvio, esperable, único sensato y posible, así como investigación y desarrollo, nuevas tecnologías y economía verde. Y, por arte de magia, del consenso del Estado de Bienestar se pasó al consenso del neoliberalismo (la aspiración de todos a tener presencia en la clase media).
A esto se sumaron lo "políticamente correcto" y la "representación simbólica" (una política de derechas luce una pulsera con la imagen de la comunista Frida Khalo, a la que ahora se vincula al feminismo). A pesar de los derechos legales y formales, sigue habiendo clasismo, según el autor, pero se disimula con lo "políticamente correcto" (si ahora no se puede decir "niger" (negrata) pero sí vagabundo sin especificar su raza, desaparece por arte de magia el conflicto racial y el debate se centra solo en lo económico).
El autor dice que las políticas simbólicas o representativas funcionaron en los años 70 (porque nombraban a los demás como querían ser nombrados y se les otorgaban los mismos derechos) pero luego hubo una sobreexplotación y se divorciaron de las políticas materiales y cambió la mentalidad hacia el individualismo. "El resultado es que el racismo, la homofobia y el machismo se están constituyendo como parte de la identidad general del que quiere ser diferente, no correcto, rebelde y no pertenece a ninguno de estos grupos". Advierte que la izquierda debería recordar que "no se trata de pensar como hablamos sino de hablar como pensamos".
Recalca que hasta el irrupción de la nueva ultraderecha en el escenario poscrisis, la diversidad era un consenso social, un valor positivo (un grupo multicultural alegre). En cambio, lo homogéneo, en sociedad y política, nos retrotraía a la oscuridad de la peor cara de la modernidad (que pretendía imponer un sistema cerrado, uniforme y acabado, provocando graves afrentas a los derechos humanos).
El autor da una clave interesante: manifestaciones como la del 15-M buscaban reconocimiento y redistribución. Ya que el neoliberalismo imposibilita la apropiación de la propiedad privada, actuó frontalmente contra las políticas materiales de redistribución pero reconoció las políticas de diversidad (excluyó la vertiente de desigualdad y lo desvió hacia lo específico e individual, y tuvo un compromiso simbólico y cultural hacia lo aspiracional, como un producto de mercado).
El autor dice que la preeminencia del individualismo es visible en los gimnasios (el culturismo, el fitness) y en Internet a través del "tecnooptimismo". También analiza el fenómeno de los youtubers como ejemplo de "ascenso social" y emprendimiento juvenil pero es una cultura basura (autorreferencial y cerrada, replicando sus propios esquemas). También señala que el activismo de la diversidad derivó en un producto de negocio que compite en el mercado (tiendas veganas que ofrecen experiencias y servicios pero no dejan de ser tiendas).
Modernidad y posmodernidad
Un capítulo interesante es en el que aborda la modernidad, que asocia a la Ilustración, la capacidad de cambiar la historia y fomentar el progreso, frente a la posmodernidad, que asocia al cinismo y el neoliberalismo. Indica que la posmodernidad rompió la noción de historicidad, de granuevo relato, de horizonte y dejo
Una de sus tesis es que el neoliberalismo no defiende el libre mercado sino la supremacía de la élite que perdió sus privilegios tras las dos guerras mundiales. Aunque la dicha élite, acostumbrada a gobernar el mundo, tuvo que claudicar en 1945, enseguida se reorganizó para tomar el poder en las siguientes décadas. Su influencia se deja notar en el Mount Pelerin, Suiza, donde desde los años 50 se organizar cumbres de economistas neoliberales como Hayek o Friedman, y cuyo testigo recogieron Reagan y Thatcher. Pero el autor recalca que la agenda oculta del neoliberalismo no es económica (ya que esa doctrina atribuye el mérito a sus políticas económicas si hay crecimiento y culpa al gobierno si algo va mal) sino política (recortes del estado de Bienestar y gasto solo para seguridad policial y defensa ). Poco a poco se han ido anulando muchos derechos obtenidos con las revoluciones y el Estado de Bienestar, dice el autor.
Sobre la clase media, dice que es una ficción útil para la estabilidad y control social y que la alta tecnología como bien popular de consumo o el acceso a las redes sociales a partir del 2008 ha permitido al obrero mantener la ilusión de que pertenece a la clase media. Lo destacable es que la clase trabajadora como tal ha desaparecido del mapa de la representación.
El autor comenta que la modernidad trajo la conciencia de que el ser humano tenía capacidad de cambiar la historia para su beneficio mediante la razón (el progreso) pero la posmodernidad rompió la noción de historicidad dejando a la izquierda desmarcada. Según dice, el proyecto del neoliberalismo destruyó la acción colectiva y fomentó el individualismo de una clase media que ha colonizado culturalmente a toda la sociedad. El resultado, según el autor, es que "hemos retrocedido a un tiempo premoderno donde las personas compiten en un mercado de especificidades para sentirse, más que realizadas, representadas".
El resultado es que este mercado de la diversidad ha ocupado el mundo del trabajo. De ahí surgen programas competitivos como Operación Triunfo, La Voz o Masterchef.
Entre las nuevas "tribus empresariales" se encuentran, casi como una burla, los becarios ambiciosos, gerentes millenials, gurús de la administración o conferenciantes principiantes. La categoría de trabajador (en Fiverr) desaparece a nivel de contrato y se convierte en una unidad de producción independiente que además compite con otros para lo cual él mismo se autoexplota (trabajas 12 horas porque eres un emprendedor y no un vulgar trabajador).
También menciona el estudio Vals que califica a los consumidores en innovadores, pensadores, creyentes, triunfadores, luchadores, experimentadores, creadores y supervivientes.
Indica que el modernismo revolucionario fue la respuesta de la clase trabajadora a través de la ideología socialista (lo que dio lugar al electoralismo y el Estado de Bienestar, de forma que los ricos desaparecían de la escena para visibilizar a la clase media. Dice que la prensa rosa daba una visión amable y cosmopolita de la riqueza pero, según el autor, mientras la clase media caía en una especie de sueño narcoléptico "la burguesía conspiraba en secreto con sus "thinks tanks", sus grupos de presión, sus académicos para tener todos los resortes de poder bajo su mando".
El autor concluye que "no necesitamos más victimización, agitación de la condición de ofendidos, ni deconstrucción de opresiones". Lo que propone es "análisis sobre la explotación y las discriminaciones, medirlas, comprobar sus relaciones con el ámbito real". Dice que cualquier reinvidicación de la diversidad debe tener objetivos materiales y hacia cuestiones económicas.
Respecto a la trampa de la diversidad dice que la diversidad puede implicar desigualdad e individualismo (coartada para hacer éticamente aceptable un sistema injusto de oportunidades y formentar la ideología que nos deja solos ante la estructura económica apartandonos de la acción colectiva. Y añade que la diversidad también es una cuestión de clase (la diversidad entre quien se ve obligado a emigrar en patera y quien no).
(en elaboración)
El autor Bernabé establece la tesis de que la unificación identitaria de toda la sociedad en torno al concepto de clase media provocó una ansiedad por diferenciarse en los individuos, una búsqueda de su identidad perdida, una necesidad de ser alguien en la competición de especificidades. Las reivindicaciones de izquierdas de los trabajadores, dentro de una lógica de clases, fueron sustituidas y fragmentadas por la diversidad (de género, de preferencia sexual, religiosa, étnica y racial...). Considera que, esencialmente, el movimiento de izquierdas cayó en una "trampa" al permitir disgregarse en una diversidad de corrientes, cada una con sus intereses. Dichos intereses y valores coinciden con los de la clase media.
El autor señala que la política se ha convertido en objeto de consumo y explica cómo el espíritu de época de la posmodernidad "fue el sustrato perfecto para mutilar la naturaleza emancipadora de la izquierda". Además, recalca que el proyecto neoliberal, hostil a la mayoría de la sociedad, logró hacerse pasar por algo benéfico para todos (casi revolucionario y liberador). También aborda la sociedad poscrisis en el mundo occidental en el que estudia el impacto de las políticas norteamericanas desde la reacción neoliberal (a finales de los 70) y la globalización capitalista (en los 80). Resalta que la diversidad se ha convertido en un mercado competitivo al servicio del neoliberalismo y ese mercado ha afectado a la política de izquierda de forma institucional como activista (la gente anónima que monta eventos).
Sostiene que lo que hizo el neoliberalismo (a partir de Thatcher) fue defender el individualismo y romper la unidad de acción colectiva, según explica el autor. No es lo mismo negociar un convenio con un grupo obrero unido que con individuos, cada uno con sus peculiaridades (religiosas, feministas, gays, étnicas...), por lo que cada uno reclama sus propios derechos, de forma que es difícil que se pongan de acuerdo en líneas comunes de acción porque cada uno defiende sus propios intereses [nota del lector: la línea común de acción a todas estas corrientes es exigir una política de tolerancia, aunque ni tan siquiera eso porque ninguna parte debe ofender la sensibilidad de la otra, lo que se llama corrección política].
Según el autor, al disgregarse las fuerzas de izquierda en una miríada de diversidades y salir triunfante el egoísmo individual, perdieron fuerza las políticas colectivas y de interés general. A todo ello se une que, a partir de los años 80, los sindicatos comenzaron a decaer, por lo que el aglutinador de la clase social y laboral fue reemplazado por corrientes diversas que defendían intereses individuales. Así un trabajador cayó en la "seducción identitaria" y ya no tenía conciencia de clase sino que se veía así mismo como feminista, si era mujer, del colectivo LTB, en función de sus elecciones sexuales, del movimiento negro si era afroamericano, musulmán, judío ortodoxo o ultracristiano, según su adscripción religiosa o étnica, o activista antiglobalización en vez de político de izquierdas, veganos y antisespecistas (defienden a los seres no humanos, o sea, el resto de los animales que también son seres sintientes), o los antinatalistas (no quieren procrear para no arruinar el planeta), o los revisionistas (personas aisladas que reclaman privilegios o reciben opresiones)... La clase obrera se diversificó y atomizó en muchos intereses dispersos y perdió conciencia de sí misma.
Según el autor, la política ultraderecha también hizo distinciones pero en vez de diversificar como la izquierda (que transformó la diversidad en un producto identitario), lo que hizo fue construir un grupo: el honrado trabajador varón, blanco y nacional ya no lucha contra las empresas que hacen despidos masivos para contratar a personal precario y barato sino contra el inmigrante que viene a quitarle el trabajo. La familia se contrapone a las feministas, gays, etc... Los ultras y nuevos reaccionarios aprovecharon, dice el autor, los diferentes estilos de vida, aficiones y tendencias para colar su mensaje, para normalizar (sus conflictos llegaron a los videojuegos, el medievalismo, feminismo, animalismo, así como las teorías de la conspiración, machismo, tradicionalismo).
El autor lo resume en esta frase: "Hoy, multinacionales de la distribución que sobreexplotan a sus trabajadores tienen en sus comedores menús respetuosos con las prohibiciones religiosas alimentarias. Poderosas marcas cuya ropa es fabricada en Bangladés en régimen de semiesclavitud celebran las diferencias raciales en su publicidad. A la par que la brecha salarial de género permanece en la llamada Europa de los derechos, se celebra el aumento de ejecutivas en los consejos de administración.", etc... y concluye, citando a Eagleton: "La sociedad capitalista relega a sectores enteros de su ciudadanía al vertedero, pero muestra una delicadeza exquisita para no ofender sus convicciones".
El autor insiste en que su libro no es una lucha contra la pluralidad de las sociedades ni la diversidad, ni contra los colectivos de minorías y mujeres por sus derechos civiles pero su libro sí desvela una transformación de la identidad en un producto aspiracional que compite en un mercado.
Afirma que en el siglo XXI, el discurso del político es un cascarón vacío para portar una serie de valores que coincidieran con los apreciados en sociedad, o sea, los de la clase media (su ideología ha colonizado a toda la sociedad, no solo es la hegemónica sino también la única percibida). Todos quieren ser clase media, los trabajadores y los ricos, y el neoliberalismo los acoge. A través del mercado de la diversidad se crean una serie de identidades individualistas y competitivas "que impiden nuestra acción colectiva y nuestra percepción como clase trabajadora para sí misma".
Además, los políticos dulcificaron su discurso y aunque asumían programas económicos neoliberales lo maquillaban con adjetivos como obvio, esperable, único sensato y posible, así como investigación y desarrollo, nuevas tecnologías y economía verde. Y, por arte de magia, del consenso del Estado de Bienestar se pasó al consenso del neoliberalismo (la aspiración de todos a tener presencia en la clase media).
A esto se sumaron lo "políticamente correcto" y la "representación simbólica" (una política de derechas luce una pulsera con la imagen de la comunista Frida Khalo, a la que ahora se vincula al feminismo). A pesar de los derechos legales y formales, sigue habiendo clasismo, según el autor, pero se disimula con lo "políticamente correcto" (si ahora no se puede decir "niger" (negrata) pero sí vagabundo sin especificar su raza, desaparece por arte de magia el conflicto racial y el debate se centra solo en lo económico).
El autor dice que las políticas simbólicas o representativas funcionaron en los años 70 (porque nombraban a los demás como querían ser nombrados y se les otorgaban los mismos derechos) pero luego hubo una sobreexplotación y se divorciaron de las políticas materiales y cambió la mentalidad hacia el individualismo. "El resultado es que el racismo, la homofobia y el machismo se están constituyendo como parte de la identidad general del que quiere ser diferente, no correcto, rebelde y no pertenece a ninguno de estos grupos". Advierte que la izquierda debería recordar que "no se trata de pensar como hablamos sino de hablar como pensamos".
Recalca que hasta el irrupción de la nueva ultraderecha en el escenario poscrisis, la diversidad era un consenso social, un valor positivo (un grupo multicultural alegre). En cambio, lo homogéneo, en sociedad y política, nos retrotraía a la oscuridad de la peor cara de la modernidad (que pretendía imponer un sistema cerrado, uniforme y acabado, provocando graves afrentas a los derechos humanos).
El autor da una clave interesante: manifestaciones como la del 15-M buscaban reconocimiento y redistribución. Ya que el neoliberalismo imposibilita la apropiación de la propiedad privada, actuó frontalmente contra las políticas materiales de redistribución pero reconoció las políticas de diversidad (excluyó la vertiente de desigualdad y lo desvió hacia lo específico e individual, y tuvo un compromiso simbólico y cultural hacia lo aspiracional, como un producto de mercado).
El autor dice que la preeminencia del individualismo es visible en los gimnasios (el culturismo, el fitness) y en Internet a través del "tecnooptimismo". También analiza el fenómeno de los youtubers como ejemplo de "ascenso social" y emprendimiento juvenil pero es una cultura basura (autorreferencial y cerrada, replicando sus propios esquemas). También señala que el activismo de la diversidad derivó en un producto de negocio que compite en el mercado (tiendas veganas que ofrecen experiencias y servicios pero no dejan de ser tiendas).
Modernidad y posmodernidad
Un capítulo interesante es en el que aborda la modernidad, que asocia a la Ilustración, la capacidad de cambiar la historia y fomentar el progreso, frente a la posmodernidad, que asocia al cinismo y el neoliberalismo. Indica que la posmodernidad rompió la noción de historicidad, de granuevo relato, de horizonte y dejo
Una de sus tesis es que el neoliberalismo no defiende el libre mercado sino la supremacía de la élite que perdió sus privilegios tras las dos guerras mundiales. Aunque la dicha élite, acostumbrada a gobernar el mundo, tuvo que claudicar en 1945, enseguida se reorganizó para tomar el poder en las siguientes décadas. Su influencia se deja notar en el Mount Pelerin, Suiza, donde desde los años 50 se organizar cumbres de economistas neoliberales como Hayek o Friedman, y cuyo testigo recogieron Reagan y Thatcher. Pero el autor recalca que la agenda oculta del neoliberalismo no es económica (ya que esa doctrina atribuye el mérito a sus políticas económicas si hay crecimiento y culpa al gobierno si algo va mal) sino política (recortes del estado de Bienestar y gasto solo para seguridad policial y defensa ). Poco a poco se han ido anulando muchos derechos obtenidos con las revoluciones y el Estado de Bienestar, dice el autor.
Sobre la clase media, dice que es una ficción útil para la estabilidad y control social y que la alta tecnología como bien popular de consumo o el acceso a las redes sociales a partir del 2008 ha permitido al obrero mantener la ilusión de que pertenece a la clase media. Lo destacable es que la clase trabajadora como tal ha desaparecido del mapa de la representación.
El autor comenta que la modernidad trajo la conciencia de que el ser humano tenía capacidad de cambiar la historia para su beneficio mediante la razón (el progreso) pero la posmodernidad rompió la noción de historicidad dejando a la izquierda desmarcada. Según dice, el proyecto del neoliberalismo destruyó la acción colectiva y fomentó el individualismo de una clase media que ha colonizado culturalmente a toda la sociedad. El resultado, según el autor, es que "hemos retrocedido a un tiempo premoderno donde las personas compiten en un mercado de especificidades para sentirse, más que realizadas, representadas".
El resultado es que este mercado de la diversidad ha ocupado el mundo del trabajo. De ahí surgen programas competitivos como Operación Triunfo, La Voz o Masterchef.
Entre las nuevas "tribus empresariales" se encuentran, casi como una burla, los becarios ambiciosos, gerentes millenials, gurús de la administración o conferenciantes principiantes. La categoría de trabajador (en Fiverr) desaparece a nivel de contrato y se convierte en una unidad de producción independiente que además compite con otros para lo cual él mismo se autoexplota (trabajas 12 horas porque eres un emprendedor y no un vulgar trabajador).
También menciona el estudio Vals que califica a los consumidores en innovadores, pensadores, creyentes, triunfadores, luchadores, experimentadores, creadores y supervivientes.
Indica que el modernismo revolucionario fue la respuesta de la clase trabajadora a través de la ideología socialista (lo que dio lugar al electoralismo y el Estado de Bienestar, de forma que los ricos desaparecían de la escena para visibilizar a la clase media. Dice que la prensa rosa daba una visión amable y cosmopolita de la riqueza pero, según el autor, mientras la clase media caía en una especie de sueño narcoléptico "la burguesía conspiraba en secreto con sus "thinks tanks", sus grupos de presión, sus académicos para tener todos los resortes de poder bajo su mando".
El autor concluye que "no necesitamos más victimización, agitación de la condición de ofendidos, ni deconstrucción de opresiones". Lo que propone es "análisis sobre la explotación y las discriminaciones, medirlas, comprobar sus relaciones con el ámbito real". Dice que cualquier reinvidicación de la diversidad debe tener objetivos materiales y hacia cuestiones económicas.
Respecto a la trampa de la diversidad dice que la diversidad puede implicar desigualdad e individualismo (coartada para hacer éticamente aceptable un sistema injusto de oportunidades y formentar la ideología que nos deja solos ante la estructura económica apartandonos de la acción colectiva. Y añade que la diversidad también es una cuestión de clase (la diversidad entre quien se ve obligado a emigrar en patera y quien no).
(en elaboración)