viernes, 24 de mayo de 2019

"Las consecuencias económicas de la paz", de John M. Keynes (1920)

Resumen del libro "Las consecuencias económicas de la paz", de John M. Keynes (1920)


Resumen original y actualizado en el siguiente link:
https://evpitasociologia.blogspot.com/2019/05/las-consecuencias-economicas-de-la-paz.html

Resumen elaborado por E. V. Pita, doctor en Comunicación, licenciado en Sociología y Derecho

Sociología, economía internacional, historia económica, geopolítica

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Ficha técnica

Título: "As consecuencias económicas da paz"

Título original en inglés: "The Economic Consequences of the Peace"

Fecha de publicación: Nueva York, 1920

Autor: John Maynard Keynes

Publicación en gallego: Universidad de Santiago y Fundación BBVA, 2015,

Número de páginas: 248

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Texto de la contraportada

Traducción

"Al final de la Primera Guerra Mundial, los países vencedores, desigualmente afectados por la devastación bélica, dirigieron reclamaciones indemnizatorias contra Alemania, lo cual no era raro pues la avidez expansionista y belicismo del Reich fue determinante en la provocación del conflicto.

Pero, además de las indemnizaciones, en cantidades valoradas con absoluto exceso, el Tratado de Versalles de 1919 imponía duras limitaciones a la reconstrucción de la economía alemana, arrebatándole yacimientos, recursos, instalaciones productivas, medios de transporte e instrumentos jurídicos y políticos, que elevaban de raíz la reconstrucción del país.

John Maynard Keynes, que formaba parte del grupo de asesores del gobierno británico en las negociaciones de la Conferencia de Paz de París, advirtió a sus representantes gubernamentales de que tan excesivo comportamiento, además de romper el futuro económico de Alemania, tendría graves consecuencias para el futuro de Europa en su conjunto. Las consecuencias económicas de la paz, publicado en el mismo  año de la firma del Tratado de Versalles y que constituyó un clamoroso éxito editorial y pronto publicado a once idiomas, contenía la exposición de sus argumentos al respecto.

No se trata de un ensayo académico de lecciones de economía sino, más bien, de un alegato al sentido común, en el que se mezcla la pasión, la erudición, la crítica, la política y, sobre todo, la economía real. Keynes refleja, con elegancia, dominio de la lengua y dotes para la descripción, su malestar y preocupación sobre las duras y, en algún caso también, ambiguas disposiciones económicas del Tratado, que acabarían, según él, desmantelando la economía de Alemania y, en última instancia, socavando las perspectivas de la paz y la reconciliación.

Cuando el III Reich invade Polonia el 1 de septiembre de 1939, el valor profético de la obra de Keynes adquiere toda su trágica dimensión".

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ÍNDICE

Prólogo por Jaime  García-Lombardero y Viñas.

Las consecuencias económicas de la paz

1. Introducción

2. Europa antes de la guerra

Población

Organización

La psicología de la sociedad

La relación del Viejo Mundo con el Nuevo

3. La conferencia

4. El Tratado

5. Reparaciones

Compromisos adquiridos antes de las negociaciones de la paz

La Conferencia y las condiciones del Tratado

Capacidad de Alemania para pagar

La comisión de reparaciones

Las contrapropuestas alemanas

6. Europa después del Tratado

7. Los remedios

La revisión del Tratado

El arreglo de las deudas entre los aliados

Un préstamo internacional

Las relaciones de Europa Central con Rusia

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RESUMEN

Se cumple este año un siglo de la firma del acuerdo de paz del Tratado de Versalles, que selló mal las tensiones de la Primera Guerra Mundial entre los aliados (Francia, Inglaterra, Bélgica, Estados Unidos e Italia) y Alemania y que sentó las bases para un nuevo enfrentamiento una generación después. El Tratado de Versalles exigía fabulosas indemnizaciones a Alemania por los daños causados en sus ataques a los aliados. Fue una paz a la "cartaginesa", como señala Keynes, en referencia al tratado de paz que impusieron los romanos a los cartagineses para hundirlo comercialmente, lo que desembocó en una nueva guerra púnica.

Comentarios iniciales: La Primera Guerra Mundial supuso una enorme masacre que acabó casi en tablas y desgastó a toda Europa. Alemania, la principal potencia industrial de Europa, tuvo que pedir la paz a los aliados (Inglaterra, Francia, Italia, Benelux y Estados Unidos) a finales de 1918 al verse atrapada en una maniobra ofensiva mal calculada y para replegar a su Ejército al interior para evitar una revolución social (espartaquista) como en Rusia en 1917. El kayser Guillermo II aceptó los catorce puntos del presidente de Estados Unidos para parar la guerra mediante un armisticio e iniciar la ronda de negociaciones.

Keynes recuerda que en la sociedad prebélica de 1913, Europa ya vivía en decadencia mientras que el espíritu capitalista seguía como motor en Estados Unidos. Recuerda que alguien dijo que en Europa sobraban cien millones de bocas a las que alimentar porque la agricultura no daba para todos. Criticaba el sistema social donde el pastel se reparte desigualmente entre las élites, que se llevaban el mayor trozo, y el populacho, cuya población se había multiplicado por encima de los límites de subsistencia ya que mayoritariamente seguía siendo agrícola. A ello se unía la corruptela de los políticos que, tras la guerra y el regreso de la paz seguían con sus prácticas de saqueo, y se afanaban en mantener el status-quo en todos los países. Por tanto, cualquier conferencia de paz o tratado solo iba a seguir manteniendo el status-quo existente.

Francia era las más interesada en hundir económicamente a Alemania porque lo tenía al otro lado de la frontera. Lo ideal para París era convertir a su poderoso vecino industrial en un pintoresco país pastoril lleno de praderas donde pastasen las ovejas. Por eso, el presidente Clemenceau presionó para imponer draconianas condiciones en los tratados que no les parecieron justas a los derrotados. Alemania sufría pérdidas territoriales en la Lorena y Alsacia, Alta Silesia, el estrecho de Danzing en Polonia, parte de Chequia y debía devolver las tierras ganadas a los bolcheviques tras la firma de la paz en Brest-Litotwsky en 1917. También perdía sus colonias en África y el Pacífico. A todo ello se suma, la imposición de cuantiosas indemnizaciones de guerra y la intervención de sus minas de carbón en el Rhur e hierro, que eran la base industrial de Alemania. También perdía su mercado tradicional en Centroeuropa porque su aliado, el Imperio Austrohúngaro, se troceó en diversos países (Austria, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Checoslovaquia, Serbia...) y los hundió económicamente conformando un paupérrimo patio trasero. Además, Alemania perdía toda su flota y Ejército y solo quedaba con efectivos suficientes para mantener el control interno del país y evitar una revolución. Las enormes indemnizaciones de guerra, entre ellas al país neutral Bélgica y los pueblos franceses ocupados, hundieron a Alemania, disparó la hiperinflación y generaron protestas que fueron oportunistamente aprovechadas por Hitler y los nazis en la década de 1920.

Desde el punto de vista geopolítico, el mapa europeo posterior a 1918 era un puzzle salteado de estados pequeños e inestables y supuso la desaparición de cuatro imperios: el Reich alemán (que se transformó en la República de Weimar y perdió sus colonias en África, como Namibia, y el Pacífico), el imperio Austrohúngaro de los Habsburgo (dividido en una miríada de pequeños países), el Imperio Otomano (reducido a Anatolia y Constantinopla, y la liberación de Arabia, Egipto, Siria y Palestina, algunos de ellos protectorados británicos, franceses y rusos) y el Imperio Ruso (reconvertido en la URSS y sus repúblicas satélite).

Keynes, economista y diplomático, llegó con la delegación británica a París en 1919. Había grandes expectativas de cerrar un buen acuerdo de la mano del presidente Wilson. Pero Keynes prontó caló a los principales protagonistas:  Wilson parecía ser el alma mater de la paz pero estaba totalmente desorientado y parecía un aldeano retraído y perdido en medio de las intrigas europeas. A su lado, el primer ministro británico Lloyd George tenía puestos los cinco sentidos juzgando carácteres, penetrando en lo que pensaba cada uno o casi sondeando telepáticamente a cada interlocutor. Mientras Wilson paseaba como un ciego por las Conferencias, el presidente francés Clemenceau  y sus astutos consejeros movían hábilmente los hilos para infligir el mayor castigo posible a Alemania y anularla como potencia rival durante las próximas generaciones. Según Keynes, los franceses retorcían el lenguaje para que, a ojos de Wilson, pareciese un tratado justo, moral y correcto pero cada frase llevaba trampa, estaba finamente atado en los detalles y lleno de cláusulas ambiguas para hundir más a Alemania. A efectos prácticos, el tratado concluía con una frase ambigua que venía a decir que la comisión de paz podría exigir nuevas condiciones a mayores de las firmadas, lo que que creaba dudas sobre el propio tratado.

En el caso de Clemenceau, Keynes da de él da una descripción espeluznante. Lo describe de tal forma que a un lector de nuestros días le recordaría a un siniestro oficial de La Estrella de la Muerte (de la saga Star Wars). Keynes se para a describir sus guantes y frías manos, así como su personalidad engreída y soberbia. Clemenceau había vivido la guerra con Prusia de 1873 que derrotó a Napoléon III, le exigió el pago de una cuantiosa indemnización y tenía en la cabeza la revancha. Su obsesión era destruir económicamente a Alemania. Retrataba perfectamente a los militares franceses que enviaban fríamente oleadas de millones de franceses a morir en las trincheras para ganar un kilómetro de tierra. Keynes repara en que Clemenceau es un político profesional que cuenta con asesores que le están trayendo continuamente noticias de todo lo que se mueve en los salones de la Conferencia de Paz. Es un político curtido al que no se le escapa detalle pues tiene oídos en todas partes y un equipo de habilidosos consejeros que se dedican a conspirar y tramar cláusulas ventajosas para Francia, por no decir abusivas.

Otra de las grandes descripciones de Keynes es la del presidente Wilson, el artífice de la paz pero que en París aparece como un pobre predicador presbiteriano al que nadie le hace caso. A todo ello, se suma que Wilson no acudió con consejeros y fue sin preparar un plan de paz por lo que no tenía un guion. Lo dejó todo a la improvisación y la providencia. Por eso, solo se fijaba en las grandes frases del tratado pero no en las consecuencias ocultas que habían introducido los franceses. 

Keynes recoge por ejemplo que los colonos alemanes en África perdían todas sus tierras y tenían que sufragar gastos de mantenimiento. Además, analizó la produccion de carbón de Alemania antes de la guerra y después (120 millones de toneladas y 90 respectivamente). Francia y Bélgica se llevaban parte de la producción de carbón (además de explotar los yacimientos del Ruhr). Según los cálculos de Keynes, Alemania solo podrían producir para consumo interno 60 millones y no era suficiente. Sus aliados, sobre todo Austria, quedarían descolgados y arruinados. Keynes consideraba que Alemania no podría sostener su industria y que las condiciones de los aliados eran abusivas (precisamente, esa era la intención de Francia, de alejar el problema de Alemania durante varias generaciones). 

Para Keynes, las cláusulas del Tratado eran humillantes para una Alemania que tenía atadas las manos para relanzar su industria (justo lo que quería Francia). Acusó a Wilson de ser un pobre ingenuo al que le habían colado, bajo la apariencia de hermosas frases sobre la paz, unas abusivas cláusulas que volverían nuevamente inestable a Europa con una Alemania llena de tensiones. 

La clave de Keynes está en la población: Alemania era un gigante de 60 a 80 millones de habitantes (frente a los 40 o 50 de Francia), por lo que si se presionaba la caldera, podía estallar. Vio la importancia del potencial de crecimiento de la población en Alemania ligado a problemas económicos para generar un gran conflicto.

En la segunda parte del libro, Keynes calcula la indemnización que Alemania tenía que pagar realmente a cada país: aquí se incluyen los daños materiales por bombardeos (edificios, barcos, fábricas y fincas), pensiones a heridos y a viudas de caídos en combate, así como 1.000 millones de libras a entregar antes de 1921. Keynes critica a los políticos británicos porque, en período electoral, pasaron de un mensaje conciliador y solidario a otro donde se prometía a los electores exprimir hasta el último marco disponible a la potencia perdedora. Algunos candidatos exaltados incluso pedían colgar al kayser. Los políticos franceses y británicos aseguraban que Alemania tenía una enorme riqueza y que se la iba a transferir de inmediato a la población de los aliados. Pronto llovería dinero. Keynes dice que esto no era cierto: Alemania no podía hacer más esfuerzos económicos.

Por un lado, el kayser solo tenía 100 millones de libras en oro en su banco central y ya había entregado 50 a Estados Unidos e Inglaterra para comprar alimentos y provisiones. Keynes advirtió que era mala idea que Alemania entregase su oro del banco porque es con lo que respaldaba el marco y podría devaluarlo si no tenía oro con que garantizar su valor (lo que así ocurrió unos años después al desatarse una hiperinflación galopante del marco). Y señala Keynes: si Alemania pierde su comercio con el resto del mundo occidental (salvo con América del Sur), ¿con quién van a comerciar unos con otros? ¿de dónde va a salir el dinero para pagar las indemnizaciones?

Por otro, Alemania tenía sus principales mercados en el sur y este de Europa (los Balcanes, Rumanía, Bulgaria, Turquía) pero estos estarían condenados a la pobreza porque Alemania ni siquiera les podría exportar carbón, que iba destinado a los aliados. No había de dónde sacar más dinero.

En cuanto a los valores en Bolsa de Alemania y otros bonos, no ascendían a más de 100 millones de libras y el resto Alemania ya lo había vendido meses antes de que Estados Unidos se uniese a la guerra.

Keynes calcula que el coste máximo de la indemnización por daños sería de 5.000 millones de libras (500 para Bélgica, 800 para Francia, 500 para Inglaterra en cuanto a inmuebles dañados; a ello se suman otras cantidades por la guerra submarina) y otros 3.000 por pensiones y viudez. Cree que los 8.000 millones de libras es una cifra más que aceptable pero el propio tratado no la fija. Considera que hubiera sido más adecuado establecer una cifra y luego distribuirla justamente entre todos los países dañados y no esperar a que cada perjudicado enviase sus reclamaciones.

Por otra parta, había que descontar los 2.000 barcos que Alemania entregó inmediatamente a Inglaterra como indemnización de guerra.

Sobre la forma de pago de Alemania, tenía que poner 1.000 millones de libras en 1921 y luego ir pagando en función de sus posibilidades entorno a 100 o 160 millones al año. El problema es que los intereses iban generando una bola de nieve de forma que en 1936 ya tendría que estar pagando el doble de lo adeudado. Keynes calcula el pago de la deuda para 50 años. [Nota del lector: la canciller Ángela Merkel pagó la última deuda de la Primera Guerra Mundial en el siglo XXI]

La conclusión de Keynes es que el tratado era tan injusto que Alemania quedaría aplastada por la deuda y que no podría crecer económicamente (justamente lo que pretendían los francesas), por lo que también se dificultaría el abono de indemnizaciones a los aliados. Además, prevé que el hundimiento del valor del marco (al quedarse Alemania sin reservas de oro) arruinaría a todos y al comercio internacional.

En concreto, Keynes calcula que Alemania no podrá pagar más de 2.000 millones de libras de las 8.000 que tendría que abonar.

Keynes también advierte del proceso hiperinflacionario que se está gestando en Europa. Recuerda que el marco vale 8 veces menos que en 1913 en el mercado interior y, 16, en el extranjero. Lo mismo ocurre con otras monedas en Francia e Italia debido a que se pusieron en circulación muchos billetes.

Alemania exporta productos por valor de 504 millones de libras e importa por 538. Con el Tratado, su producción no aumentaría. Sus principales proveedores son el Imperio Británico (98 millones) y Estados Unidos (85) y Rusia (71) mientras que sus mejores clientes son Imperio Británico (91 millones) y Austria-Hungría (55) y Rusia (44).

Por otra parte, Keynes advierte de que los países aliados están endeudados con Estados Unidos (prestó 1.890 millones de libras). Francia le debe 550 a EE.UU y otros 508 al Reino Unido, e Italia 325 y 467. Por su parte, el Reino Unido debe 842 a Estados Unidos (aunque eran préstamos que luego entregaba a los aliados). La idea de Keynes es que EE.UU. condone la deuda a sus aliados o que la cancelen entre ellos para que estos puedan empezar de cero económicamente. Veía injusto que Italia tenga que pagar una deuda de 827 millones mientras que los países perdedores, como Austria o Checoslovaquia, no paguen nada por estar en quiebra. [nota del lector: al final, EE.UU. exigió hasta el último centavo a sus aliados]. La propuesta de Keynes es que EE.UU. les vuelva a conceder créditos a la reconstrucción a estos países.

Otra de las propuestas de Keynes es convertir a Europa en un espacio libre de aduanas y eliminar las fronteras a las mercancías. La razón es que antes había cuatro imperios fronterizos y ahora hay 20 países, lo que estancará la economía, ya que cada nación mirará para su propio interés, por lo que no se fomentará el librecambio. Propone una zona de libre comercio entre Europa central y del Este, Siberia, Turquía, Reino Unido, Egito e India, que haría tanto bien a la prosperidad mundial como la propia Sociedad de Naciones.

 El autor también es partidario de que Alemania asuma la iniciativa comercial con el Este de Europa y Rusia para crear allí un mercado porque, de lo contrario, competirá con el Reino Unido en América. Ve importante que Alemania recupere pronto su producción para pagar su deuda, tener a sus trabajadores bien alimentados para que sean productivos y generar riqueza en los países vecinos, actualmente hundidos en la miseria. De lo contrario, advierte que podría haber guerras civiles y revoluciones.

En cuanto a las relaciones de Rusia con Alemania, Keynes examina la posibilidad de que ambos países creen un bloque militar común. Ve difícil que el gobierno burgués alemán se entienda con Lenin pero cabe otra posibilidad: que la reacción triunfe en Rusia y en Alemania. En concreto, advierte que un gobierno reaccionario en Brandemburgo crearía un poderoso núcleo militar en el corazón de Europa con nuevas aspiraciones imperiales y unas aspiraciones "napoleónicas" que resurgirían cual ave Fénix [nota del lector: dio en el clavo, Hitler encabezó años después ese gobierno reaccionario y militarizado, como previó Keynes]. Recuerda que Alemania aceptó las condiciones del armisticio porque quería conservar íntegro su territorio de 1870.

Respecto a Rusia (controlada por los bolcheviques) descarta el bloqueo económico porque es el gran exportador de cereales para Europa, que necesita alimentos urgentemente.

El libro finaliza con algunas propuestas: reformar el Tratado para hacerlo más benigno y proclive al librecambio para fomentar el comercio internacional entre las naciones, sustituir a la Comisión de Reparaciones por la Sociedad de Nacionales para verificar que los pagos de indemnizaciones se cumplen (aconseja 50 millones al año para dejar que Alemania se recupere).

También se muestra crítico con los actuales gobernantes de los aliados y el dinero que recibirán en préstamos e indemnizaciones: Polonia se lo gastará en ejercer el papel de policía que le encomendó Francia entre sus vecinos, las élites de Rumanía se repartirán el botín, Italia lo gastará en luchas con Yugoslavia... Cree que el único que hará algo productivo con los préstamos será Alemania, que invertirá en su industria y en recuperar su antigua prosperidad material. Por eso, proponía que los aliados le diesen abundantes créditos a Alemania durante cinco o diez años, así como barcos, materias primas y alimentos y le abriesen sus mercados para hacerla la mayor nación industrial del mundo y que así pudiese devolver todas las indemnizaciones de guerra. Otra idea era exigir el pago en oro aprovechando la devaluación de las monedas. Tampoco descarta grandes avances y progresos que eleven el nivel de vida en los siguientes años.

Lo que parece claro, dice Keynes, es que nadie tenía un conocimiento exacto de la capacidad de pago de Alemania durante muchos años pero los políticos "mentían" y decían a sus electores que podía llegar a pagar 10.000 millones de libras.

El párrafo más tétrico de Keynes es uno al final del libro que dice: "Si creemos que todos los aliados son ángeles puros y los enemigos hijos del demonio, si ansiamos año tras año ver a Alemania empobrecida y a sus hijos morir de hambre y enfermedad, rodeada de enemigos, si rechazamos las proposiciones que ayuden a Alemania a recuperar una parte de su antigua prosperidad material y de hallar medios de vida para la población industrial de sus ciudades, si esa es la manera adoptada por las democracias de Europa Occidental y respaldada financieramente por Estados Unidos, entonces ¡que el Cielo nos salve a todos! Si aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de Europa central, no dudo en predecir que no ha de tardar la venganza. No habrá nada que pueda retrasar por mucho tiempo la guerra civil, la última, entre las fuerzas de la reacción y las convulsiones desesperadas de la revolución, ante cuyos horrores parecerán insignificantes los de la última guerra alemana y que destruirá, cualquiera que fuese el vencedor, la civilización y el progreso de nuestra generación".

El autor concluye con pesimismo que el Tratado de Versalles no incluye ninguna disposición para lograr la rehabilitación económica de Europa: nada para colocar a los imperios centrales, derrotados, entre los vecinos, nada para darles estabilidad a los nuevos Estados de Europa, nada para levantar a Rusia. Tampoco promovió ninguna forma de solidaridad económica entre los propios aliados. En París no se logró ningún arreglo para restaurar la desorganizada Hacienda de Francia e Italia ni para hacer concordar los sistemas del Viejo y el Nuevo Mundo.

Añade que el Consejo de los Cuatro no prestó atención a estos problemas por estar preocupado por otros: Clemenceau, con ahogar económicamente a su enemigo Alemania; Lloyd George, con hacer algo y llevar para casa algo que durase una semana; el presidente Wilson con no hacer nada que no fuese justo y correcto. A Keynes le parece un "hecho sorprendente" que nadie tratase de la cuestión clave ante sus ojos: una Europa hambrienta y deshecha. Las reparaciones de guerra era su única cuestión económica y la resolvieron como un problema de teología, de política, de táctica electoral, menos resolver el porvenir de los Estados que tenían en sus manos.

 Incluye también una premonición del conde Brockdorff-Rantzau, de la comisión alemana, quien advirtió que Alemania no podría alimentar a toda su población si se les privaba a 15 millones de la navegación (la flota había sido entregada a Inglaterra) y el comercio y auguraba una catástrofe y muertes en masa si retrocedían medio siglo. El Tratado sentenciaría a muerte a millones de alemanes, hombres, mujeres y niños.


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