Resumen de "La utopía de las normas", de David Graeber (2015)
Referencia APA: Graeber, David (2015): La utopía de las normas. De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia. Barcelona: Editorial Ariel.
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Sociología, economía, burocracia
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Título: "La utopía de las normas"
Subtítulo: "De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia"
Título en inglés: "The Utopia of Rules. On Technology, Stupidity, and the Secret Joys of Bureaucracy"
Editorial en inglés: Melville House, 2015
Editorial en español: Ariel (Planeta), Barcelona, 2015
Número de páginas: 223
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Biografía del autor ( hasta 2015)
David Graeber es doctor en Antropología y profesor del Goldsmith College de Londres. Tiene un largo historial de activismo y compromiso político y es conocido mundialmente por su libro En deuda y por ser uno de los líderes intelectuales del movimiento Occupy Wall Street. Colabora habitualmente en medios como The Nation, Mute, The New Left Review y Harper's. En 2006, la London School of Economics le reconoció como "un destacado antropólogo que ha transformado radicalmente el estudio de la cultura".
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Texto de la solapa
"¿Cuál es el origen de ese afán por regular, imponer normas y burocratizar todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida? Y lo más importante ¿hasta qué punto nos arruina la existencia toda esa cantidad de formularios, procedimientos y documentación? No sólo en lo público, también en el trabajo y en la vida privada.
Para responder a estas preguntas, David Graeber, uno de los pensadores más provocadores e influyentes del momento, pone el foco sobre las distintas formas en que la burocracia se inmiscuye en nuestro día a día y revela hasta qué punto llega a determinar nuestras vidas. Un interminable y abominable papeleo que anula la creatividad y consume gran parte del tiempo.
El avance tecnológico, la gran promesa del capitalismo, se ha descubierto como otro mecanismo más de control, mucho más poderoso, al que sin embargo nos hemos doblegado sin oponer resistencia, seducidos por sus encantos.
Navegando desde el influjo de la economía liberal de la segunda mitad del siglo XX hasta el significado oculto tras personajes como James Bond, Sherlock Holmes o Batman, este libro es un notable trabajo de teoría social en la tradición de autores como Foucault, Marcuse o el mismo Marx, si bien la presencia en su análisis de la cultura popular y su accesabilidad lo acercan también a las obras de Zizek.
Un libro imprescindible para los tiempos que vivimos, que nos arma de argumentos en el debate presente sobre el cambio de modelo y que nos enseña el camino hacia un mundo mejor y más justo".
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ÍNDICE
Introducción; La Era de Hierro del Liberalismo y la era de la burocratización total
1. Zonas muertas de la imaginación: un ensayo sobre la estupidez estructural
2. De coches voladores y el índice de declive de ganancias
3. La utopía de las normas, o por qué en realidad, después de todo, amamos la burocracia.
Apéndice: De Batman y el problema del poder constituyente
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Resumen
El autor retoma la tradición de Max Weber, estudioso de la burocracia, y de J.K, Galbraith, estudioso de los grandes conglomerados o multinacionales y del complejo político-militar (La sociedad opulenta) que obligó al Estado a gastar mucho dinero en grandes proyectos militares como la carrera espacial o Internet (la red Arpanet). Los hombres de gris se erigieron en directivos de grandes corporaciones donde era posible hacer carrera toda la vida, nada que ver con las grandes empresas actuales (donde "queman" a sus directivos y ponen a otros, y donde un empleado no puede esperar que su empleo dure toda la vida).
Graeber dice que la ley de hierro del liberalismo "dicta que toda reforma del mercado, toda iniciativa del gobierno dirigida a reducir trámites burocráticos e impulsar las fuerzas del mercado tendrá, como efecto final, el aumento del número total de regulaciones, la cantidad total de papeleo y la cantidad total de burócratas que emplea el gobierno".
David Graeber sostiene que el grado de burocratización ha aumentado en el mundo en vez de disminuir tras las protestas de los años 60 contra esa complicidad que había en las corporaciones por mantener todo como estaba, sobre todo los puestos de trabajo en detrimento de la eficacia. A partir de los años 80 nos encontramos con gobiernos que apuestan por la "desregulación" para ser más eficaces pero que, en realidad, han generado más normas para todo. La banca de tamaño medio se ha convertido en gigantescas corporaciones de alcance global que rinden cuentas al accionista y no a los burócratas y que, por tanto, no le importa despedir a miles de empleados (pues la conservación de los empleos ya no es ningún objetivo "per se").
La globalización también ha jugado un papel importante en la burocratización del mundo porque prometió un libre comercio donde mandan los mercados, algo que a todo el mundo le parecía bien, y de repente, se topan con toda una serie de organismos burocráticos (FMI, Banco Mundial,...) que acompañan todo el proceso y que exigen recortes salariales o el desmantelamiento del estado del Bienestar, algo que nadie había pedido. Por otra parte, estas grandes corporaciones (FMI, Banco Mundial) han permanecido ahí desde los años 40, tras la posguerra, y han creado una extensa red o malla para controlar el mundo.
Toda esta liberalización estaría destinada a generar deuda y transferir dinero de los contribuyentes (que antes recibían gratis los servicios) a los bancos. Y pone como ejemplo la exigencia de "credenciales" para trabajar: títulos de licenciado, másteres, diplomas que hay que comprar, que son el "abracadabra" de la profesión, que antes se adquiría con la práctica. Por ejemplo, llama la atención con lo que ha pasado con los títulos educativos, como los másteres. Ya no basta con estudiar una carrera para encontrar trabajo, ahora hay que pagarse o pedir un crédito para hacer un máster y otros estudios de postgrado.
El autor, en calidad de antropólogo, recuerda los estudios realizados con los mapuches, una tribu que fue colonizada por los franceses. Estos usaban el francés para dar órdenes y el mapuche para sus conversaciones privadas y de buen rollo.
El escritor se pregunta porqué en el 2015 no hemos visto coches voladores por las calles, bases lunares o cañones de rayos láser, algo que se daba por hecho en los años 50 del siglo XX. No acertó en la predicción ni la película Regreso al futuro. Sostiene que, por alguna extraña razón, el progreso acelerado de los años 50 se estancó en los 80 y 90 y lo más que tenemos ahora son microondas, tablets y teléfonos inteligentes. Le parece decepcionante e indaga en las causas de esta ralentización del progreso.
David Graeber dice [en las páginas 115-121] que la carrera espacial contribuyó a dar la sensación de que se trataba de una época de rápidos avances y la percepción popular predominante durante la década de los 60 era que el ritmo de cambio tecnológico se estaba acelerando de maneras incontrolabres y aterradoras. "Eso se puede ver en el rompedor libro superventas El shock del futuro, de Alvin Toffler, como una especie de luz roja de alerta de esta línea de pensamiento. Con una mirada retrospectiva, se trata de un libro fascinante y revelador".
Graeber recuerda que el sociólogo industrial Toffler argumentaba que casi todos los problemas sociales de los años 60 podían remontarse al acelerado ritmo de cambio tecnológico. A medida que un torrente continuo de nuevos descubrimientos científicos transformaba día a día las bases mismas de nuestra existencia cotidiana, escribía Toffler, los estadounidenses quedaban a la deriva, sin una idea clara de lo que suponía que debía ser la vida cotidiana: en el tema familiar, la píldora, la fertilización "in vitro", bebés probeta y la donación dejaría obsoleta la maternidad. Los humanos no estaban psicológicamente preparados para el cambio, el llamado "impulso acelerador", que comenzó en 1850: todo estaba cambiando y lo hacía a un ritmo exponencial. La solución era crear un control democrático (Graeber lo interpreta como "control burocrático") que evaluaran las tecnologías y prohibieran las tendentes a la excesiva disrupción social y guiar el desarrollo en direcciones que aseguraran la armonía. Graeber dice que en 1972 se creó la Oficina de Evaluación Tecnológica (OTA) pero fue suprimida por el congresista republicano Newt Gingrich (un protector de Toffler) en 1995.
Graeber dice que Toffler escribió el libro en 1970, casualmente cuando decrecía el avance científico: empezaron a publicarse menos artículos científicos, libros y patentes, lo mismo pasó en otros campos, que se ralentizaron. Por ejemplo, el récord de velocidad de los aviones (Concorde) y cohetes (Apollo XI). "El que Toffler estuviese equivocado no tuvo efectos negativos en su carrera. Los profetas carismáticos rara vez sufren mucho cuando sus profecías fracasan", dice Graeber.
El autor señala que el argumento de El Shock del Futuro "es la esencia misma del pensamiento conservador. El progreso siempre se ha presentado como un problema a resolver". Compara a Toffler con Comte (s. XIX), el fundador de la sociología (para adaptar el orden social a las nuevas tecnologías). Toffler compartía la sensación de que la tecnología estaba llevando a los humanos al borde de una gran ruptura histórica, "el mismo miedo a la fractura social y, en realidad, la misma obsesión con la necesidad de conservar el sagrado papel de la maternidad".
También arremete contra George Gilder ("Riqueza y pobreza", 1981), quien propuso la economía de la oferta porque aseguraría que las inversiones se dedicarían a cosas útiles como la informática o la medicina y no a despilfarrarlo en la carrera espacial. Graeber dice que estos "excéntricos personajes" pusieron de relieve el temor de que los patrones de desarrollo tecnológico llevaran a una subversión social, la necesidad de guiar el desarrollo tecnológico en direcciones que no desafiaran las estructuras de autoridad existentes y que, en realidad, en las altas esferas del poder ya llevaban tiempo pensando en lo mismo.
Respecto a la Tercera Ola, David Graeber dice que tomó el título de otro autor: "La tercera revolución tecnológica" de Mandel (este decía que implicaría la desaparición del capitalismo y Toffler que duraría siempre).
Las tesis de Graeber sobre esta ralentización es que "parece haberse dado un profundo desplazamiento, que comenzó en la década de los setenta, de una inversión en tecnologías asociadas a la posibilidad de futuros alternativos, a otra inversión en tecnologías que promovieran la disciplina laboral y el control social". Aquí considera que entran en juego las nuevas tecnologías de la información aplicadas al trabajo.
Sostiene que los grandes estados de los años 30 a 50, como Estados Unidos o su rival la URSS, invirtieron inmensos recursos en la carrera espacial (que concluyó con la llegada a la Luna en 1969, por lo que se cambiaron las prioridades). Señala que la URSS estuvo gobernada por burócratas que planificaban la economía pero que estos también tuvieron grandes sueños "cósmicos" aunque muchos se quedaron en el cajón de los bocetos (cosechas de bacterias comestibles en lagos y océanos o poner paneles solares en órbita para generar electricidad y enviarla a la Tierra).
Interpreta que la federación de Star Trek no está basada en un sistema democrático sino en otro burocrático-militar (que recuerda al régimen comunista de la URSS en plan "soft-power")
Graeber dice que una vez que el Estado abandonó la carrera tecnológica, el capitalismo pudo invertir su dinero en proyectos más útiles (como habían hecho los Bell Labs) pero como los impuestos a las empresas desaparecieron en la era Reagan, por lo que los ejecutivos destinaron el dinero dedicado a la investigación o a subir salarios a pagar más dividendos a sus accionistas. El Estado no abandonó del todo la investigación militar, tanto en misiles, a robótica o Internet. Pero las fábricas robotizadas que se soñaban en los 50, ni rastro. A lo mucho se inventaron los drones, que no son más que maquetas de aviones dirigidas por control remoto (se mofa Graeber). A día de hoy seguimos sin la cura del cáncer ni del catarro pero sí hay mucho Prozac.
El autor dice que los ordenadores no nos liberaron sino que ha permitido una financialización del capital que ha llevado más y más a una situación de deuda desesperada de los trabajadores mientras se creaban condiciones laborales más "flexibles" que destruían la seguridad laboral y aumentaban las horas de las jornadas. La deslocalización de los trabajos fabriles acabó con los sindicatos. La sospecha de Graeber es que las reformas neoliberales de los años 80 y 90 lo único que han conseguido es hundir la demanda (salarios más bajos y más paro es igual a menos consumo) y ralentizar el crecimiento económico, a la vez que despilfarró los recursos públicos al privatizarlos (más policía y servicios de seguridad privados que, según Graeber, son excesivos o innecesarios).
Una posibilidad, dice Graeber, es que esos campos de la ciencia y la tecnología que sí recibieron inversiones a gran escala pero no han dado los descubrimientos originalmente esperados.
La idea es que el Estado en los años 60 abandonó la carrera espacial para centrarse en objetivos relacionados con el control social: tecnología militar, médica y de la información. Pero incluso así, los resultados son decepcionantes en el 2015 (sigue sin haber las armas láser y sigue el AK-47 e Internet no deja de ser una biblioteca, correo y catálogo de compras ultrarrápidos). Ni un solo robot que piense. Y todo ello a pesar de millonarias inversiones estatales en tecnología e investigación básica. La teoría de Graeber es que ese dinero se está metiendo en "gestión y burocracia", comités que evalúan a qué proyectos se van a conceder los proyectos, que suelen recaer en temas "seguros", por lo que quedan excluidos las ideas innovadoras o rupturistas (y esto se ve en las becas de las universidades, por ejemplo), a pesar de que se vende que se está fomentando la "imaginación" pero lo que hay detrás es una "timorata burocracia". Los profesores dedican cada vez más tiempo a rellenar informes burocráticos en vez de investigar y dar clases. Esto no tiene nada que ver con el siglo XIX, lleno de avances rupturistas: teléfono, radio, mecánica cuántica... La época de estancamiento empieza en 1945, con el triunfo de la burocracia estadounidense poco amiga de cualquier idea que tenga implicaciones revolucionarias (según Graeber).
La síntesis del autor es que vivimos en una sociedad profundamente burocrática, que los ordenadores han agravado (en vez de liberarnos del trabajo, nos han metido más horas de jornada). Todo el mundo pierde horas rellenando formularios (para pedir plaza para el hijo en la escuela, metiendo claves en el teléfono para gestionar cuentas bancarias, y hacer tareas propias de agencias de viajes y brokers...).
Dice que una vez derrotado el socialismo burocrático y llegado el triunfo del libre mercado, nos encontramos con más burocracia (la ley de hierro de la burocracia del sociólogo Max Weber, en el que la burocracia tiende a perpetuarse y extenderse), la creatividad se pone al servicio de la administración en vez de ser al revés.
Graeber critica el capitalismo, considerado como progresista, porque haberse convertido en una máquina burocrática que anula ideas rupturistas. Rechaza los tres mantras del capitalismo: que ha impulsado un rápido desarrollo científico y tecnológico, que la riqueza generada para unos pocos acaba distribuyéndose a los demás y que hace un mundo más seguro y democrático. Para el autor, en el siglo XXI no se cumple ninguna de estas premisas. Por eso, sus partidarios han acabado por decir que es el único sistema posible. Sigue habiendo iPhones... pero Graeber advierte que el gran avance innovador no lo vamos a ver con el capitalismo corporativo y burocrático. El autor propugna por una sociedad altamente tecnológica y robotizada pero que sea más igualitaria y redistributiva que la actual.
En posteriores capítulos estudia el funcionamiento de las oficinas de correos nacidas en los ejércitos y dirigidas por grandes Estados, lo mismo que Internet. Pero una vez que estos inventos acaban en manos de la gente común surgen cosas como las cartas de amor, etc... totalmente alejados de su propósito inicial. Graeber dice que las tecnologías poéticas (aquellos grandes proyectos que permiten cumplir sueños como llevar un hombre a la Luna) son "burocracia buena" y a todos les gusta esa aplicación de la racionalidad. Sin embargo, dice el autor, la racionalidad implica una mecánica lógica que excluye las conclusiones ilógicas (porque son incorrectas). En el último capítulo, Graeber advierte de la introducción de reglas en los juegos de rol como Dungeons & Dragons (que los jugadores aceptan pensando que podrán ignorarlas cuando quieran) porque anulan la libertad.
Dice que el Estado no es único sino que está dividido en soberanía, administración y política.
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