Resumen del libro "La guerra contra Occidente", de Douglas Murray (2022)
Resumen original y actualizado en:
https://evpitasociologia.blogspot.com/2023/08/la-guerra-contra-occidente-de-douglas.html
Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación y licenciado en Derecho y Sociología.
Sociología, guerra cultural, cancelación, cultura, colonialismo, racismo, blanquitud
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Ficha técnica:
Título: "La guerra contra Occidente"
Subtítulo: Cómo resistir en la era de la sinrazón
Título en inglés: The War on the West. How to Prevail in the Age of Unrason
Autor: Douglas Murray
Edición en inglés: 2022
Edición en español: Ediciones Península, Edicions 62, Barcelona
Número de páginas: 403
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Biografía del autor Douglas Murray (hasta 2022)
Douglas Murray es un periodista y autor británico que trabaja para medios como The Spectator, The Sunday Times o The Wall Street Journal. Es además un destacado conferenciante y ha sido invitado a ponencias en Westminster, el Parlamento Europeo y la Casa Blanca. Es autor de La extraña muerte de Europa y La masa enfurecida (Península), libro del año para The Times y The Sunday Times. Ambos fueron éxitos de ventas en el Reino Unido y se han traducido a más de veinte idiomas.
Ver resumen de "La masa enfurecida" (2020) en:
https://evpitasociologia.blogspot.com/2021/01/la-masa-enfurecida-de-douglas-murray.html
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Texto de la contraportada
"Hoy en día, parece que celebrar las contribuciones de otras culturas es algo perfectamente aceptable, mientras que hablar de sus defectos y crímenes es un acto de odio. Por el contrario, uno puede flagelarse por las atrocidades presentes y pasadas de su propio pueblo, pero alabar sus contribuciones y épocas de gloria es reaccionario y colonialista.
En La Guerra de Occidente, Murray describe cómo las personas bienintencionadas se dejan engañar por una retórica antioccidental hipócrita e incoherente. Si los actos de xenofobia y discriminación son condenados en Europa y Estados Unidos ¿por qué no denunciar el racismo genocida que tiene lugar hoy en Oriente Medio y Asia? No son solo los académicos deshonestos quienes se benefician de ese fraude intelectual, sino también las tiranías, felices de que el mundo desvíe la mirada de sus propios actos.
Tras el éxito de La masa enfurecida, un libro que ahondaba en las perversas políticas de identidad, Douglas Murray centra ahora su atención en la guerra cultural y aboga por una idea que, de tan obvia, algunos parecen ignorar, para que los ideales y valores de Occidente sobrevivan, primero hay que defenderlos".
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ÍNDICE
Introducción
1. Raza
Interludio: China
2. Historia
Interludio: Reparaciones
3. Religión
Interludio: Gratitud
4. Cultura
Conclusión
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RESUMEN
El autor Douglas Murray se queja de que los activistas antirracistas y guardianes de la corrección política (pensamiento woke) están exagerando hasta el ridículo sus ataques a la "blanquitud", la guerra cultural y el "supremacismo blanco", así como al pasado colonial y esclavista de los países europeos, sobre todo Estados Unidos e Inglaterra. Ve detrás un ataque en toda regla a los héroes de la libertad en Occidente, como Wiston Churchill, o filósofos ilustrados como Hume o Locke al desprestigiarlos injustamente y obligar a tapar sus estatuas. Si tus héroes resultan ser unos blancos supremacistas, taimados colonialistas o esclavistas, eso daña la imagen que tienen sus propios ciudadanos de Occidente y les causa desmoralización o tristeza. Teme que se esté desmantelando la civilización occidental, no por una cuestión de "justicia" sino de "venganza". Por el contrario, Murray aboga a que las instituciones planten cara a estas campañas antioccidentales (culpa a la izquierda) y defiendan a sus héroes que lucharon por la libertad y los derechos de los que Occidente disfruta y otros países ni sueñan.
El autor recuerda que Gran Bretaña se destacó entre otras naciones o imperios porque a principios del siglo XIX prohibió la esclavitud y dedicó un tercio de su armada a interceptar barcos negreros en el Atlántico y liberar a cientos de miles de esclavos. [nota del lector: de paso estrangulaba la economía colonial de sus rivales Estados Unidos, España y Portugal]. Añade que Gran Bretaña pagó cuantiosas indemnizaciones a los dueños de las plantaciones cuando tuvieron que liberar a sus esclavos por orden legal. Por todos estos méritos, le duele ahora que los "wokes" remuevan la herida de un pasado colonial esclavista en el Reino Unido, que fue pionero en prohibir la esclavitud, y no mencionen a otros imperios igual o peor de brutales que tardaron más en abolirla.
Otra de sus quejas es que la izquierda "woke" ha caído en el juego de la extrema derecha al hacer distinciones por raza, aunque sea para ayudar a gente de otras etnias a subir en su escalafón social. El hecho de considerar que hay "diversidad de razas" justifica el hacer distinciones por raza, que es exactamente lo mismo que predican los racistas, quienes sostienen que hay diferencias entre razas y hay que poner a cada una donde le corresponde. Es decir, el autor se queja de que se están tomando decisiones en base a criterios de raza o por el color de la piel, aunque sea para favorecer a cierta minoría, sin tener en cuenta la meritocracia, que es un valor de hondas raíces democráticas.
Al leer el libro, se deduce que los ataques se centran en el "racismo institucional" que impide la subida en el ascensor social a determinadas minorías en una sociedad mayoritariamente "blanca" y ese "racismo institucional" no permite que opere el talento ni la meritocracia (lastrada por la desigualdad, porque no es lo mismo un estudiante de Yale o Harvard que creció en una barriada marginal o un guetto del Bronx que un hijo de un supermillonario). Algunos incluso proponen que se realice un sorteo de las plazas de universidades de la Yvi League para que accedan estudiantes de minorías étnicas con peores notas para corregir la desigualdad de partida que supuso el "racismo institucional". Hay una queja de que la enseñanza de la literatura o la política está llena de obras de "hombres blancos muertos" que ignora la realidad de otras culturas como la oriental o la africana.
Indica que la Teoría Crítica de la Raza (TCR) fue forjándose durante décadas en seminarios, trabajos y publicaciones académicas por parte de profesores como bell hooks (en minúsculas), Derrick Bell, Kimberlé Crenshaw, quienes crearon un grupo de activistas que lo interpretaron todo a través del prisma de la raza. Declararon que la raza era un factor decisivo en la contratación de profesores de la Ivy League y que esa era la clave para entender la sociedad en general. Y la Universidad volvió a racializarse, dice el autor, justo cuando ya se empezaban a contratar profesores afroamericanos. Decían que los avances en las leyes de derechos civiles y de antidiscriminación eran ilusorios y un espejismo porque los blancos seguían haciendo todo lo posible por tener el control. A ellos se sumaron los "interseccionalistas" que intentaban unir a todos los sectores oprimidos (mujeres, afroamericanos, minorías). Algunas publicaciones ni se molestaban en aportar datos sino que sostenían argumentos por el valor de su "experiencia vivida". La TCR estaba formada por activistas revolucionarios obsesionados por la raza, dice el autor, y cuestionaba la Ilustración, el orden liberal, la teoría de la igualdad, el razonamiento jurídico, el racionalismo ilustrado y los principios neutrales del derecho constitucional. Definían, como Foucault, el racismo como la suma de "prejuicios y poder". Según esta doctrina, solo los blancos eran racistas porque tenían el poder y aquellos afroamericanos que habían interiorizado la "blanquitud".
Entre los libros más conocidos están "Fragilidad blanca", de Robin DiAngelo (2018), que añadía que los blancos sin poder que no les gustaba que les llamasen racistas también lo eran (una triquiñuela típica de la caza de brujas medieval). Negarlo era tener "ceguera racial" y si se hacían las víctimas, derramaban "lágrimas de blanca". El prologuista del libro, Dyson, decía que el pecado original de Estados Unidos era el racismo pese a que su Constitución declaraba que todos los hombres eran iguales pero en realidad, dice la autora, masacraron a los indígenas, les robaron sus tierras y esclavizaron a millones de africanos. Murray cree que los medios académicos se inventaron que las relaciones raciales eran peores de lo que eran. Cree que poco a poco se está "demonizando" a las personas blancas por su "privilegio" y "beneficio" blanco e incluso se anima a ser un "traidor blanco" para lograr el "abolicionismo blanco" y el desmantelamiento de las instituciones y la blancura. En algunos colegios, se animó a los estudiantes a hacer de "opresores" y a otros ser oprimidos y sentir su "grado de dependencia, resentimiento y superioridad moral." Añadían que la objetividad, el individualismo y el miedo al conflicto abierto eran rasgos del supremacismo blanco.
Profesores que lo pusieron en duda estas doctrinas antirracistas fueron amonestados por "acoso" a estudiantes vulnerables a los que crearon una disonancia y, tras otras incidencias, fueron suspendidos de empleo y despedidos. Otros alumnos deben superar exámenes sobre "sesgos implícitos" y se han purgado lecturas obligatorias como La letra escarlata, El señor de las moscas y Matar a un ruiseñor. A cambio, ha entrado el libro de Ibram X. Kendi "Marcados al nacer: la historia definitiva de las ideas racistas en Estados Unidos".
Incluso el FBI ha montado talleres de "interseccionalidad" entre sus empleados y forma a otros que han sido socializados para ejercer roles de opresión. En otras instituciones, los trabajadores son reeducados para renunciar a su "cultura masculina blanca" o sus "privilegios de hombre blanco", y se les pidió que escribiesen cartas de disculpa a mujeres de color imaginarias. Algunos directivos de multinacionales han sido amonestados o invitados a revisar sus privilegios de hombre blanco por haber cuestionado el "sesgo inconsciente" y mostrar tan poca sensibilidad, según relata Douglas Murray.
La situación racial en EE.UU. se agravó en mayo de 2020 con la muerte o asesinato del afroamericano desarmado George Floyd a manos de un policía blanco, al que se le atribuyó un móvil racista y evidenciaba una injusticia sistemática. Hubo protestas y disturbios que enturbiaron la situación racial y surgió el movimiento Black Lives Matter (BLM) respaldados por los Antifa para protestar contra el racismo sistémico y el supremacismo blanco pero Murray sostiene que el "debate estaba sesgado en relación con la realidad" ya que, según las encuestas, morían al año asesinados más polícías blancos a manos de delincuentes afroamericanos que peatones desarmados a manos de policías blancos (diez). Pero ya era tarde, políticos blancos y privilegiados comenzaron a arrodillarse y dijeron que había que "educarse" porque guardar silencio ante el racismo equivalía a algún tipo de violencia. Murray dice que a día de hoy no hay pruebas de que el asesinato de Floyd fuese por motivos racistas.
En esos años surgieron varios libros como "Bebé antirracista", de Ibram X. Kendi, quien dice que el bebé racista no nace sino que se hace y que debe esforzarse desde la cuna porque la equidad se convierta en una realidad. Dice que los bebés blancos tienen un fuerte sesgo hacia la "blanquitud". Kendi ya había publicado en 2019 otro libro, "Cómo ser antirracista", donde relata un microrracismo de una profesora hacia una niña afroamericana en clase y que él define como "abuso racial". Murray le critica que su definición de qué es ser antirracista es básicamente ser como el propio Kendi, el cual define el racismo como "un matrimonio entre políticas e ideas racistas que produce y normaliza las desigualdades raciales". Más tarde, Kendi escribió "Cómo ser una familia antirracista", 25 cuentos para leer a los niños.
En el Reino Unido, otros autores se sienten mortificados por la "culpabilidad blanca" o la "vergüenza blanca" cuando sus interlocutores blancos intentan cambiar de tema en un acto social de Navidad.
En cuanto a la retirada de estatuas, hay varios casos como la de Colón, el descubridor acusado de genocida de indígenas del Nuevo Mundo (los conquistadores fueron brutales pero la mayoría de las muertes las causaron las enfermedades europeas), la de Thomas Jefferson (uno de los fundadores de la constitución de Estados Unidos que tenía una plantación de esclavos e hijos con esclavas) o la de Churchill (el líder británico que luchó contra Hitler; le achacan que en algunos textos expresase palabras de supremacismo blanco e imperialista). Los defensores solo aciertan a decir que eran "hombres de su tiempo" y que la visión con ojos actuales está descontextualizada. A otros famosos les acusan de tener parientes lejanos que se lucraron con el tráfico de esclavos. Al autor le llama la atención que a Karl Marx (elaborador de utopías socialistas que, a lo largo de un siglo, generaron la muerte de cien millones de personas, dice el autor) nadie le tosa pese a que en ciertas cartas privadas se cebe con diversas minorías raciales. Por eso, cree que detrás de estas críticas al pensamiento occidental ("donde mejor se vive actualmente") está la larga sombra de una ideología de izquierdas. Y añade que la ideología antirracista intenta imponer un credo o una religión de fe en una batalla que nunca vas a ganar porque aunque logres la credencial de antirracista, nunca serás lo bastante antirracista para los "wokes", porque están rompiendo las reglas que ellos mismos crean.
Douglas es especialmente crítico con autores antirracismo como
Uno se pregunta porque las instituciones claudican tan pronto cuando una minoría exige la cancelación de un autor sospechoso de colonialismo o racismo y la razón podía ser que las universidades o administraciones intentan hacer que sus contenidos sean asequibles y universales a todas las culturas, sin predominio de ninguna. O sea, piden eliminar el "eurocentrismo" de los programas educativos, el considerar que solo han escrito grandes obras literarias y científicas los anglosajones, los latino-europeos, eslavos y otras minorías que vivieron en Europa. La idea es añadir en los programas de estudio a autores africanos, afroamericanos, árabes o asiáticos y diversificar el alcance cultural. Pero la forma de lograrlo hundiendo la reputación de los autores occidentales con argumentos ridículos o exagerados que exhiben algunos ignorantes y desinformados es lo que más indigna al autor, que ve cómo nadie sale a defenderlos cuando habría muchos argumentos a su favor.
[Nota del lector: de la lectura del libro, se deduce que Inglaterra (el Imperio Británico) y Estados Unidos sufren ahora en sus carnes lo que, desde hace siglos, tuvieron que pasar imperios colonialistas como España y Portugal, acribillados por sus rivales europeos que los desprestigiaron con una leyenda negra en sus colonias de América y Oriente, y que suelen omitir en sus furibundos ataques que España fue el primer país del mundo que dictó leyes de protección a los indígenas ya en el siglo XVI y permitió que críticos como Bartolomé de las Casas alertase de los abusos y crímenes contra los nativos. No obstante, hay que tener en cuenta que los propios británicos o estadounidenses están siendo críticos con su pasado colonial o esclavista y son sensibles respecto a la diversidad de sus naciones].
El autor pone ejemplos de cómo las instituciones se han plegado a la Teoría Crítica del Racismo (TCR) y han cancelado a autores y artistas que, en siglos anteriores, habían mostrado escenas de esclavismo que lo mismo podrían interpretarse como laudatorias o burlonas que como una denuncia social. Pone como ejemplo un pintor que decoró el restaurante de la Tate Gallery de Londres en 1927 y que en su pintura mural puso unas figuras diminutas de una mujer arrastrando a un niño esclavo. A nadie le indignó el detalle hasta que alguien lo descubrió 80 años después y reprochó que el museo permitiese que la gente comiese delante de aquella escena que celebraba el esclavismo. El restaurante fue clausurado pero Douglas Murray reprocha a la dirección del museo que pudo haber defendido mejor al pintor, que resultó que era un héroe británico de la libertad que murió en combate luchando contra los nazis y comandando un tanque en el Desembarco de Normandía en 1944. Se han dado otros casos de filósofos o escritores de hace cuatro siglos que fueron cancelados porque tenían antepasados vinculados al esclavismo o habían invertido en empresas de tráfico de esclavos. Algunas veces se ha demostrado que las críticas eran erróneas y que precisamente la persona denigrada había sido defensora de la libertad y un pionero del antirracismo, lo que obligó a pedir disculpas a la entidad que lo había cancelado.
El autor dice que estos ataques que desprestigian a los héroes, artistas y filósofos de Occidente podrían repelerse fácilmente porque muchos los lanzan gente que es completamente ignorante de los hechos y en otros casos, es fácil demostrar la superioridad de la técnica de Occidente respecto a otras culturas. Y recuerda que Occidente es la única cultura permisiva que tiene curiosidad por conocer y comprender otras culturas mientras que las demás viven encerradas en sí mismas y son intolerantes con los extraños. Y además, Occidente es la única cultura que tolera la crítica a su propia cultura porque permite el debate porque es bueno y constructivo para progresar, y ese es uno de sus grandes valores.
El autor insiste en que mientras los críticos reprochan a Occidente su esclavismo en América, nadie se rasga las vestiduras por el brutal esclavismo en la África árabe y Oriente Medio, que esclavizó a 11 millones de personas durante varios siglos y donde además, no se permitía procrear a los esclavos, por lo que murieron sin descendencia mientras que en América los occidentales fueron más humanitarios.[nota del lector: pero este es el viejo argumento del "y tú más" que también se le achaca a los historiadores hispanos cuando replican que el general Custer y otros cometieron un genocidio mayor contra los indios en la expansión al Oeste que Colón y los conquistadores españoles Cortés y Pizarro].
Los críticos también hablan de la "apropiación cultural" de los blancos que consiste en inspirarse en el arte y las melodías de otras culturas para copiarlas, adaptarlas a la cultura occidental y lucrarse. Los críticos dicen que esas creaciones generadas en las culturas nativas deberían beneficiar solo a los auténticos nativos que las comprenden porque si son explotadas comercialmente por manos ajenas degeneran en objeto de burla o mofa por parte de la blanquitud o los supremacistas blancos (como ir disfrazado de indio en Halloween). El autor replica a quienes critican esta "apropiación cultural" que la cultura occidental destaca precisamente por interesarse en conocer el arte de otras culturas como la japonesa, africana o la oriental y asimilar lo mejor de ellas a la cultura occidental, lo que se traduce en nuevas y potentes composiciones culturales o musicales, o en avances científicos como el descifrado de los jeroglíficos egipcios. [nota del lector: sin embargo, un músico occidental que se "inspire" en una música o melodía nativa seguramente "monetizará" su versión y ganará millones de dólares gracias a que tiene una ventajosa posición y dominio en el mercado musical occidental sin importarle que el humilde creador nativo se quede sin nada ni nadie le reconozca su talento porque ese creador local de la periferia es alguien insignificante para la industria musical global. Y es ahí donde aflora la sensación de robo cultural por la cultura dominante. En sus disertaciones, apenas menciona a la cultura latina, que también es occidental].
Douglas Murray pone el ejemplo de los despidos de "blancos" en las orquestas sinfónicas porque estas quieren tener mayor diversidad racial. Eso supone que músicos con 30 años de servicio podrían ser despedidos para incorporar a intérpretes de otras razas minoritarias, quizás sin la misma calidad, solo porque hay que cumplir unas cuotas, lo que le parece injusto y desproporcionado porque a fin de cuentas a él lo despiden exclusivamente por el color de su piel blanca. Recuerda que se puede dar la paradoja de que despidan a un músico asiático para poner a otro afroamericano. Y se pregunta que si las orquestas de cámara no tienen a músicos afroamericanos a lo mejor es porque estos están triunfando en el rock y la música popular. Lo ideal sería crear programas en las escuelas de mayoría afroamericana para captar a alumnos de música clásica para que se formen como profesionales pero es más barato despedir a blancos de las orquestas sinfónicas, reflexiona Murray.