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domingo, 11 de octubre de 2020

"La tiranía del mérito", de Michael J. Sandel (2020)

 Resumen del libro "La tiranía del mérito", de Michael J. Sandel (2020)

Resumen original y actualizado en:

https://evpitasociologia.blogspot.com/2020/10/la-tirania-del-merito-de-michael-j.html

Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación, licenciado en Sociología y Derecho

Socilología, estructura social, desigualdad, meritocracia, ascenso social, estatus, capitalismo

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500 RESÚMENES DE LIBROS  DE ECONOMÍA Y SOCIOLOGÍA

"DE ADAM SMITH A LA INFLACIÓN EN POSTPANDEMIA (1776-2023)"

por E.V.Pita (2023)

Link al compendio de resúmenes:

Descargar en PDF en este enlace:
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Ficha técnica

Título: "La tiranía del mérito"

Subtítulo: ¿Qué ha sido del bien común?

Título en inglés: "The Tiranny of Merit: What's Become of the Common Good?"

Autor: Michael J. Sandel 

Fecha de publicación en inglés: 2020

Editorial en español: Penguin Random House Grupo Editorial, 2020, Barcelona

Páginas: 364

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Biografía oficial de Michael J. Sandel (hasta 2020)

(Minneapolis, 1953) ocupa la cátedra Anne T. y Robert M. Bass de Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard, y es uno de los autores de referencia en el ámbito de la filosofía política. El curso sobre justicia que imparte allí desde hace dos décadas es el más popular de la universidad. Es premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, y autor de numerosas obras. 

En Debate ha publicado Justicia, ¿hacemos que lo que debemos?, Lo que el dinero no puede comprar, Los límites morales del mercado y Filosofía pública. Ensayos sobre moral en política y La tiranía del mérito.

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Texto de la contraportada

"Las sociedades occidentales padecen dos males relacionados: la desigualdad económica y la polarización política. 

En el marasmo resultante parece que hemos perdido de vista la noción clave del bien común. En esta obra fundamental, Michael J. Sandel se plantea cómo recuperarla.

Cuando solo hay ganadores o perdedores y la movilidad social se ha atascado, resulta inevitable la combinación de ira y frustración que alimenta la polarización y la protesta populista, además de reducir la confianza en las instituciones y en nuestros conciudadanos. Y así no podemos hacer frente moralmente a los retos actuales.

Michael J. Sandel, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales y uno de los filósofos más prestigiosos de nuestra época, sostiene que para superar las crisis que asedian nuestras sociedades hemos de repensar las ideas de éxito y fracaso que han acompañado la globalización y el aumento de la desigualdad. La meritocracia genera una complacencia nociva entre los ganadores e impone una sentencia muy dura a los perdedores. Sandel defiende otra manera de pensar el éxito, más atenta al papel de la suerte, más acorde con una ética de la humildad y la solidaridad y más reivindicativa de la dignidad del trabajo. Con esos mimbres morales, La tiranía del mérito presenta una visión esperanzadora de una nueva política centrada por fin en el bien común".

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ÍNDICE

Introducción. Conseguir entrar

1. Ganadores y perdedores

2. "Grande por bueno": breve historia moral del mérito

3. La retórica del ascenso

4. Credencialismo: el último de los prejuicios aceptables.

5. La ética del éxito

6. La máquina clasificadora

7. Reconocer el trabajo

Conclusión: El mérito y el bien común

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RESUMEN

Comentarios: El libro de Sandel sigue la estela de los publicados en los últimos años (como Happycracia) donde van desmontando ladrillo a ladrillo otro de los mitos del credo neoliberal: la meritocracia. Todo el mundo estará de acuerdo en que una sociedad que premie el talento es buena pero ¿qué pasa con el 99 %  restante de perdedores o fracasados?  Los obreros sin título universitario, los que quedaron desempleados al no saberse adaptar a la globalización, etc..

El autor pone en duda el sistema meritocrático según el cual cada uno tiene lo que se merece por el gran esfuerzo que ha hecho en su vida y carrera. Sandel explica que aparentemente la meritocracia funciona cuando un humilde afroamericano que se cría en un ghetto llega a ser una superestrella de béisbol. Dice que es un error pensar eso porque entonces la única esperanza para los más humildes para triunfar es convertirse en superestrellas del deporte. En cambio, quienes heredan una fortuna de sus padres, ya empiezan a subir a escasos metros de la cima. Y eso lleva a pensar a quienes llegan arriba que se merecen lo que tienen y que quienes se quedan por el camino son unos perdedores. El autor dice que Trump se dio cuenta de eso, de que hay muchos perdedores que no han llegado a estudiar en la Universidad y que están resentidos porque los de arriba (la élite, la casta en España) los mira por encima del hombro y los considera unos fracasados que no se esforzaron bastante para triunfar. 

La teoría de Sandel es que Trump empatizó con los fracasados, no solo con los obreros desempleados del cinturón de óxido que fueron víctimas de la globalización sino también quienes no llegaron a entrar en la Universidad o son trabajadores que colgaron los estudios. Su rival es la élite, esos doctores de Harvard o esos brokers con título en prestigiosas universidades que dictaminan desde su púlpito. Haciendo un repaso a la composición del Congreso de EE.UU., la mayoría son titulados universitarios, muchos procedentes de la llamada Ivy League (Harvard, Yale, Princeton, Berkeley y Stanford). 

Sandel señala que este credo de la meritocracia no es algo antiguo sino que surgió con el individualismo neoliberal en los años 80 del siglo XX y, al contrario que en otras sociedades anteriores más preocupadas por el bien común, se impone la creencia de que hay que competir para triunfar y que la gente te va a medir por el dinero que ganas. Ese lema de "si quieres, tú puedes" lo han coreado emocionados muchos presidentes, incluido Clinton y Obama, y proclamaron la idea de que en el país de las oportunidasdes con el esfuerzo y el sudor se llega a todos los sitios y se gana dinero, lo cual resulta ser engañoso y la gente ya se ha dado cuenta, explica el autor. Los "yuppies" de Wall Street sería el mejor ejemplo de llegar a la cumbre con un máster bajo el brazo y que no dudan en proclamar que su riqueza se la merecen por su trabajo. Es la clave oscura de la meritocracia: sirve para justificar la riqueza de la élite económica y política: están allí porque se lo merecen y no le deben nada a nadie.

[Nota del lector: supongamos que el mayor mérito para ser político o director de un gran banco no fuese tener un título de Harvard si no haber marcado más de cien goles en la Liga de fútbol. Los padres adinerados contratarían a carísimos entrenadores privados para convertir a sus hijos en un émulo de Ronaldo o Messi mientras que los padres humildes animarían a sus hijos a entrenar con los amigos en un callejón del barrio. La composición de ese Congreso ficticio volvería a tener la misma proporción alta de adinerados y baja de humildes, entre los cuales estarían Ronaldo, Messi y alguno más, suponiendo que decidiesen presentarse a la política].

El problema, continúa Sandel, es que no es fácil entrar en la Universidad, sobre todo en las que graduarse equivale a tener trabajo fijo y un salario astronómico. Los estudios universitarios son muy caros, hay exámenes dificilísimos para acceder y los humildes con beca son pocos. La mayoría provienen de familias de clase media-alta o alta, con profesiones liberales, que inculcan desde pequeños el valor del estudio, les pagan clases particulares y hacen actividades extraescolares para mejorar su currículum. Al llegar el día del examen, tienen en su expediente hasta campamentos de ayuda humanitaria en África. La competencia es muy alta y solo unos pocos entran. Y algunos padres que no se fían de las capacidades de sus hijos, sobornan a los profesores o entrenadores de equipos en deportes en los que los candidatos o candidatas no conocen.

El autor dice que es cierto que hasta el más humilde americano, con esfuerzo y tesón, y logrando generosas becas o trabajando en cafeterías, puede llegar a cumplir el sueño de estudiar en la Ivy League y pagarse los estudios carísimos. Pero es uno entre un millón. La inmensa mayoría se queda en la estacada, amargado porque las televisiones lo ven como un fracasado. No tener un título universitario en EE.UU. es síntoma de fracaso y eso aflora en los debates políticos donde unos se reprochan a otros las calificaciones que sacaron. Estamos hablando de un país gobernado por políticos con título universitario y con un congreso con poca gente sin estudios o donde la clase obrera está infrarrepresentada. Es decir, el país es gobernado por la élite, la cual presta gran atención a temas que les interesan como la educación, que es la que les ha llevado hasta allí.

Sandel señala que esta competencia desmedida por entrar en las universidades, incluso haciendo trampas y pagando sobornos, evidencia el problema de la meritocracia. 

De trasfondo, la meritocracia nos conduce a la igualdad de oportunidades. El autor advierte de que no hay que concentrarse exclusivamente en el ascenso social ni tampoco hay que esperar que la igualdad de resultados equivalga a una igualdad de oportunidades. Lo correcto sería, dice el autor, "una amplia igualdad de condiciones que permita que quienes no amasen una gran riqueza o alcancen puestos de prestigio lleven vidas dignas y decentes". O sea que es mejor una igualdad práctica que tener "oportunidades" de prosperar.

El autor advierte que "la convicción meritocrática de que las personas se merecen la riqueza (cualquiera que sea) con la que el mercado premia sus talentos hace de la solidaridad un proyecto casi imposible". El autor dice que los ganadores han de ser humildes y admitir que si están arriba no es porque nos hayamos hecho a nosotros mismos sino por la suerte de que la sociedad premia nuestros talentos particulares. Es una suerte, no es que nos lo merezcamos. La tiranía del mérito puede vencerse con humildad, dice Sandel, y es el paso para hacer una vida pública con menos rencores y más generosidad.

El autor recuerda en el capítulo 7 que el bien común consiste en, por un lado, en maximizar el bienestar de los consumidores, pero por otro consiste en algo a lo que podemos llegar deliberando con nuestros conciudadanos sobre los propósitos y los fines de nuestra comunidad política. La primera es una especie de democracia de mercado privatizado (la "mano invisible" ya se encarga de reordenar todo) y la segunda, una de espacios comunes y de lugares públicos, donde no es exactamente igualitaria ni perfecta.

lunes, 15 de octubre de 2018

"Lo que el dinero no puede comprar", de Michael J. Sandel (2012)

Resumen del libro "Lo que el dinero no puede comprar", de Michael J. Sandel (2012)

Resumen original y actualizado del libro:
https://evpitasociologia.blogspot.com/2018/10/lo-que-el-dinero-no-puede-comprar-de.html

Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación, licenciado en Derecho y Sociología

Sociología, libre mercado, moralidad del mercado, finanzas, neoliberalismo

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Ficha técnica

Título: "Lo que el dinero no puede comprar"

Subtítulo: Los límites morales del mercado

Título en inglés: What Money Can't Buy

Fecha de publicación en inglés: 2012

Publicación en español: Debate Economía, Random House Mondadori, Barcelona 2013

Páginas: 253

Méritos: Sandel obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales

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Biografía oficial del autor Michael J. Sandel (hasta 2012 y una reseña del 2018)

(Minneápolis, 1953) ocupa la cátedra Anne T. y Robert T. Bass de Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard y es uno de los autores de referencia en el ámbito de la filosofía política. El curso sobre la justicia que imparte allí desde hace dos décadas es el más popular de la universidad. Autor de numerosas obras, en castellano, se han publicado El liberalismo y los límites de la justicia (2000), Contra la perfección (2007), Filosofía pública: ensayos sobre moral en política (2008) y Justicia ¿Hacemos lo que debemos? (Debate, 2011). Vive en Brookline, Massachusetts.

Su curso on line sobre Justicia tiene mucho éxito.

Sandel obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2018.
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Texto de la contraportada

"¿Deberíamos pagar a los niños para que lean libros o saquen buenas notas? ¿Deberíamos permitir que las empresas compren el derecho a contaminar el medio ambiente? ¿Es ético pagar a seres humanos para que prueben nuevos medicamentos peligrosos o para que donen sus órganos? ¿O vender la ciudadanía a los inmigrantes que quieran pagar?

En "Lo que el dinero no puede comprar", Michael J. Sandel se plantea una de las grandes cuestiones éticas del nuestro tiempo: ¿qué hay de malo en que todo esté en venta? y ¿cómo podemos impedir que los valores del mercado alcancen esferas de la sociedad donde no deben estar? ¿cuáles son los límites morales del mercado?

En las últimas décadas, los valores del mercado han desplazado a las demás normas en casi todos los ámbitos de la vida cotidiana - medicina, educación, gobierno, leyes, arte, deporte, incluso la vida familiar y las relaciones personales -. Sin darnos cuenta, dice Sandel, hemos pasado de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado. ¿Es eso lo que queremos?

Si en su extraordinaria obra Justicia, Sandel demostró su maestría a la hora de explicar con claridad y rigor las duras cuestiones morales que afrontamos en el día a día, en este nuevo libro promueve una discusión esencial que en esta era dominada por el mercado necesitamos tener: cuál ha de ser su papel en una sociedad democrática y cómo podemos proteger los bienes morales y cívicos que los mercados ignoran y que el dinero no puede comprar".

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ÍNDICE

Introducción: mercados y moralidad

Triunfalismo del mercado. Todo en venta. El papel de los mercados. Nuestra política rencorosa.

1. Cómo librarse de las colas

Aeropuertos, parques de atracciones y carriles especiales. Guardacolas pagados. Revendedores de volantes. Médicos personales. Mercados versus colas. Plazas en el parque Yosemite. Misas papales. Conciertos de Springsteen

2. Incentivos

Dinero por esterilización. El enfoque económico de la vida. Niños a los que se les paga por sacar buenas notas. Sobornos para perder peso. Venta de derechos de inmigración. Mercado de refugiados. Multas de tráfico y viajes sin billete en el metro. Permisos de procreación comercializables. Compensaciones por emisiones de dióxido de carbono. Dinero por matar un rinoceronte en peligro de extinción. Ética y economía.

3. De qué manera los mercados desplazan la moral.

Amigos contratados. Disculpas y brindis nupciales comprados. El argumento contra los regalos. Subastas de admisiones en universidades. Coerción y corrupción. Depósitos de residuos radiactivos. Día de los donativos y retrasos en las guarderías. Sangre a la venta. Economía del amor.

4. Mercados de la vida y de la muerte

El "seguro de los conserjes". Apuestas por la muerte. Apuestas sobre la muerte en Internet. Seguros versus juegos. El mercado de futuros del terrorismo. Las vidas de desconocidos. Bonos de la muerte.

5. Derechos de denominación.

Venta de autógrafos. Bateos patrocinados por compañías. Palcos de lujo. Moneyball. Publicidad en lavabos. Publicidad en libros. Publicidad corporal. Anuncios en lugares públicos. Anuncios en socorristas y senderos en la naturaleza. Coches de policía y tomas de agua. Anuncios en las aulas. Anuncios en las cárceles. La "plaquificación" de la vida cotidiana.

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RESUMEN

Sandel es un filósofo político conocido por reflexionar sobre cuestiones económicas y de justicia.

En este libro, el autor estudia la invasión del mercantilismo (antes reducido al mundo de los negocios) en el ámbito de la esfera privada y pública (familia, maternidad, cultura, medioambiente). Esto genera conflictos con la moral porque cosas que se hacían gratis porque eran públicas (conciertos públicos, medioambiente) o por solidaridad y por las que no se podía cobrar son ahora "facturables" y para las que hay un precio de venta o compra.

El libro arranca con la siguiente frase: "Hay algunas cosas que el dinero no puede comprar, pero en nuestros días no son muchas. Hoy casi todo se pone a la venta".

Cita como ejemplos de lo que se puede comprar:  una celda más cómoda por 82 euros la noche, acceso al carril especial si se conduce solo a 8 dólares la hora, vientres de alquiler de mujeres indias a 6.520 dólares, derecho a emigrar a EE.UU. por 500.000 dólares, derecho a cazar un rinoceronte negro por 150.000 dólares, el número del móvil de su médico de cabecera por 1.500 dólares al año, derecho a emitir a la atmósfera una tonelada de dióxido de carbono por 13 euros,  o la admisión de un hijo en una universidad prestigiosa (si el padre hace una contribución generosa).

Otras formas de ganar dinero son alquilar la frente de su cara para exhibir publicidad comercial por 777 dólares, hacer de cobaya humana para probar la seguridad de un medicamento por 7.500 dólares, ser mercenario y combatir por 250-1.000 dólares al día, hacer cola toda una noche ante del Congreso de EE.UU. para guardar el sitio a un miembro de un lobby que quiere ir a la sesión por 15-20 dólares la hora, leer un libro por dos dólares, perder seis kilos en cuatro meses por 378 dólares, comprar el seguro de vida de una persona enferma.

Por ejemplo, menciona las colas. Hay gente que paga a mendigos para que le guarde el puesto en la cola para entrar en un concierto gratuito. Todo parece correcto desde el punto de vista mercantil pero hay un reproche moral porque se desvirtúa el sentido igualitario de la cola: se atiende por riguroso turno de entrada. Pagar a otros deja en desventaja a los menos pudientes. El autor examina diversas fórmulas, inspiradas en la teoría de las colas.

Otro tema que examina es el "soborno" (incentivos) a los niños para que lean libros o aprueben asignaturas, por no decir la rebaja de peso o dejar de fumar (te pagan por cuidar de tu salud como forma de ahorrarle dinero al servicio público de salud). En estos casos se desvirtúa el objetivo porque el incentivo pretende modificar un hábito (lectura, salud) y hacerlo permanente pero, en la mayoría de los casos, cuando desaparecen los pagos e incentivos, desaparece el buen hábito. En el tema de la lectura, el autor dice que la causa es buena y que también hay otros métodos como convencer al niño de que leer más beneficiará su capacidad comprensiva. En algunos colegios de Estados Unidos, incluso se paga a los alumnos por cada nota, a tantos dólares, por sobresaliente, notable, aprobado. Las notas suben ligeramente y los más aplicados sacan 1.500 dólares al año y los mediocres 40 dólares por semana. Pero la pregunta es si este método es bueno porque la idea de pagar 2 dólares por libro leído ha dado resultados escolares similares (los niños mejoraron su capacidad lectora) y es más barato.

Otro tema espeluznante es un programa público que paga a mujeres drogadictas para que se esterilicen para que no tengan niños que hereden la toxicomanía. El argumento del programa es que los niños luego se convertirán de adultos en excluidos sociales. Aparentemente, se dice que es un acuerdo beneficioso para ambas partes, para la madre, que obtiene un dinero ahora, y para la comunidad, que saldría beneficiada al reducir su población menor de jóvenes drogadictos pero el autor dice que hay un incentivo perverso en privar a una madre enferma de la posibilidad de tener hijos a cambio de un dinero que ella necesita para vivir. El autor cree que no hay libertad de acuerdo comercial cuando una de las partes se ve obliga a aceptar por necesidad una propuesta que parece poco moral.

Algo parecido pasa con la reducción de la natalidad y la política del hijo único en China, la compra de cuotas de la contaminación de CO2 por parte de países ricos (algo que es equiparable a pagar por tirar basura en el Gran Cañón o en paraíso natural, como el Himalaya) y el pago de tarifas por cazar rinocerontes negros en extinción o de la venta de derechos a coleccionistas de trofeos millonarios a disparar a morsas previa compra de las cuotas de caza asignadas a los esquimales para preservar su modo de vida. El autor dice que hay algo de siniestro en estos acuerdos comerciales porque se desvirtúa el bien inicial, que en muchos casos es que todos los habitantes deben cuidar de su planeta (y no el hecho de que porque seas rico te puedes permitir contaminar lo que quieras). En el caso de las morsas, lo que se intentaba preservar era el modo de vida ancestral de los esquimales pero resulta que estos los revenden a cazadores occidentales a cambio de dinero. Hay algo en esa comercialización que es injusto. Lo mismo pasa con la contaminación, donde los más ricos comprarían las cuotas de los pobres y seguirían usando potentes coches (Hummers) contaminantes. Esto lleva al autor a decir que algunos incentivos son contraproducentes y conllevan el efecto contrario al que se pretende (caso de las guarderías; los padres que venían a buscar tarde a sus hijos se sentían culpables; cuando la guardería impuso unas multas, las pagaron de buena gana porque entendieron que la guardería les estaba cobrando una tasa o tarifa).

El autor distigue entre tasa (cobro público), tarifa (cobro privado) o multa (penalización y estigmatización).

En el caso de los bebés chinos, los padres que quieren un segundo hijo tienen que pagar una multa pero los más ricos lo toman como una especie de tarifa pública. El Gobierno chino se dio cuenta y buscó otra forma de estigmatizar a los más ricos que tenían muchos hijos para que la penalización no solo fuera económica y no se tomase como una tasa sino como lo que era, una multa.

Otro tema que plantea es ideas de los economistas para que todos los países contribuyan a acoger a refugiados políticos (pero lo que no quieran tenerlos en su suelo, pueden pagar a países pobres para que acojan a su cuota). O bien, cobrar 50.000 euros a los inmigrantes por vivir en un país o vender la nacionalidad y ciudadanía (a cambio de adquirir una casa de medio millón de dólares).

Los políticos incluso pensaron nuevos métodos de convertir las multas de tráfico por exceso de velocidad en tarifas públicas para circular más rápido. Hubo un candidato de EE.UU. que incluso propuso la "tarifa plana" para aquellos conductores que quisiesen circular más rápido.

Otra cuestión que Sandel aborda es la venta de sangre. Mientras que las donaciones son aceptadas porque se hacen de forma voluntaria y de forma desinteresada para ayudar a la comunidad, en cambio, cobrar por donar sangre está mal visto (al menos en Europa). La razón es que la donación de sangre sería restringida a los pobres que necesitan dinero y que se ven obligados a donar su sangre para ganar algo de dinero.

Lo mismo ocurre con otros servicios a la comunidad, ya sea donar un riñón o dar permiso para instalar una central nuclear cerca del pueblo. Ese es el ejemplo de un pueblo de Suiza donde el Gobierno pidió a sus habitantes que votasen en referéndum a favor de instalar allí un vertedero de residuos nucleares en bien del país. El 51 % votó a favor por hacer un servicio cívico a sus compatriotas. Luego, propusieron el mismo plan pagando un extra mensual a los habitantes (una pequeña cantidad o una cantidad aceptable). El proyecto fue rechazado por gran parte del pueblo, pues los habitantes pensaban que se estaban "vendiendo", que eran unos "mercenarios" o unos ciudadanos que aceptaban "sobornos". Es decir, que la habrían aceptado llevar esa carga (de que su pueblo conviviese con un cementerio nuclear) como deber cívico pero no por cobrar dinero por ello.

Otro ensayo similar fue respecto a la recogida de donativos para una causa noble. Un grupo de voluntarios recogió dinero gratuitamente de forma solidaria. Otros voluntarios cobraron el 1 % de comisión sobre la cantidad recogida o bien un 10 %. Los más eficaces fueron los que hicieron la recogida gratis mientras que los que iban a comisión recaudaron menos donaciones, sobre todo los que solo cobraban el 1 % de comisión. Eso se debe a que quienes recaudaban gratis pensaban que estaban participando en un gran proyecto solidario mientras que los que iban a comisión lo consideraban un trabajo para ganar algo de dinero (eso sí, los que ganaban más, estaban más contentos) y tenían menos motivación solidaria.

La conclusión tanto de la donación de sangre, la recogida de donativos o el pueblo que aceptaba residuos nucleares es que la gente acepta hacerlo gratis o cobrando mucho, pero no por una miserable propina.

El autor también analiza cosas que no se pueden comprar como es ganar el Premio Nobel. Si alguien pagase dinero o fuese al mejor postor, el premio se devaluaría porque es honorífico y reconoce los méritos de una carrera profesional, no está en venta. Pero otra cosa son los "honoris causa", donde se concede tal honor a destacados investigadores pero también a empresarios que hacen jugosas donaciones. Quienes conceden ese galardón se esfuerzan en resaltar el "amor por la filantropía" del donante porque saben que hay algo en todo eso que está mal.

Otro asunto destacable son los llamados seguros de conserjes o del agricultor muerto. Las empresas hacen seguros de vida a sus empleados (incluso los que ya se han marchado ) sin ellos saberlo y  a su muerte cobran 300.000 dólares o más sin que la familia reciba nada. Es una práctica que se generalizó en los años 90 y que mueve un mercado de pólizas de miles de millones. Solo Walmart tiene cientos de miles de empleados asegurados sin su conocimiento, tampoco son parte en las negociaciones ni se benefician en nada. Primero se hizo para los ejecutivos importantes y luego se extendió a trabajadores ordinarios con la excusa de que la empresa necesitaba compensar la formación que había impartido al empleado luego fallecido y que necesita financiar al trabajador nuevo que lo reemplaza.

El autor se pregunta si esto de jugar con la vida del empleado es moralmente aceptable aunque no cree que  las empresas reduzcan la seguridad laboral para cobrar los seguros de vida.
Los seguros de vida también son objeto de apuestas, caso de inversores que compran el seguro de vida de un anciano o un enfermo de sida esperando que se muera pronto. La tensión surge cuando el moribundo recupera milagrosamente la salud y los inversores llaman a su casa a ver si sigue vivo. Recuerda a las apuestas que se hacían en el siglo XVIII y XIX sobre lo que iban a vivir las celebridades,  algo que recuerda las apuestas on line. Son apuestas morbosas que el autor reprocha por su falta de moralidad aunque las celebridades no se vean afectadas. Pero cuando un inversor especulador se decepciona porque tú no te mueres es que hay algo que falla moralmente.

Incluso se planteó usar la eficiencia de los mercados para predecir futuros ataques terroristas mediante apuestas sobre que líder caería primero o donde sería el próximo atentado. Una agencia de inteligencia sostenía que la sabiduria colectiva sabría predecir mejor que nadie los riesgos. Hubo protestas y el plan se canceló.


En los siguientes capítulos aborda la publicidad en el deporte.  Es lo que se denomina derechos de denominación.
Reprocha que los estadios tengan ahora cabinas de lujo los espectadores ricos cuando antes todos estaban mezclados,  los grandes ejecutivos y los mecánicos,  en las mismas gradas. El autor ve cómo desde los años 70 desaparece ese igualitarismo entre los hinchas de un equipo y las élites empiezan a distanciarse haciendo espacios separados de lujo para los ricos. Los clubes, incluso los de las ligas universitarias, lo aceptan porque es una manera de financiarse. La publicidad lo invade todo lo público,  desde los coches de policía hasta las universidades o el metro y los programas escolares a cambio de financiación y finalmente corrompe todo el sistema público al mercantilizar un servicio público. Son ejemplos de cómo los mercados transforman las normas y convierten  a los objetos, personas e instituciones en mercancías en vez de ser gestos de decencia o heroísmo y generosidad originales.

El autor señala que cuando el razonamiento va más allá dela dominio de los bienes materiales tiene que tratar de moralidad pero la expansión de los mercados complica la distinción entre razonamiento mercantil y razonamiento moral y al final falla al intentar explicar el mundo solo basandose en la utilidad o los precios en incentivos, estas teorías y efectos que dejan de tener validez fuera del ámbito del mercado.

Añade que la aparición de los mercados de recuerdos, derechos de denominación y palcos elevados es un reflejo de nuestra sociedad gobernada por el mercado. Menciona un libro llamado Moneyball,  de Michael Lewis, donde relataba la hazaña de un humilde equipo de béisbol que llegó a la final gracias a sus técnicas estadísticas pero a costa de perder espectáculo.

El autor dice que la publicidad ha llegado a invadir la esfera corporal al tatuar anuncios en la frente a personas contratadas o a poner pegatinas e impresiones publicitarias en los huevos  del supermercado o incluso hay marcas de joyería que patrocinan novelas. Incluso una pareja llegó a subastar sin éxito. Cree que hay que distinguir entre aceptar publicidad libremente o bajo coacción  (si se es pobre).

También menciona el proceso de palquificación (poner logotipos de compañías). Cree que el logotipo cambia el significado  de las cosas porque el mercado deja su marca, corrompe la relación entre autor y lector. Añade que cuando vemos cómo los mercados y el intercambio comercial alteran el carácter de los bienes que tocan, tenemos que preguntarnos cual es y cual no es el sitio de los mercados. Y añade que no podemos responder a esta pregunta sin reflexionar sobre el significado y la finalidad de los bienes y sobre los valores que deberían gobernarlos. Teme que los mercados decidan por nosotros porque las tres décadas de la era del Triunfalismo del mercado han coincidido con un tiempo en el que el discurso público ha quedado en gramos parte vaciado de sustancia moral y espiritual. Insiste en que nuestra única esperanza es mantener a los mercados en su sitio mediante la reflexión sobre el significado de los bienes y las prácticas sociales que valoramos.

Y propone preguntarse por el tipo de sociedad en que deseamos vivir. Recalca que el comercialismo afecta a la vida comunitaria. Cuantas más cosas puede comprar el dinero menos son las veces que la gente puede reunirse. Por eso, la gente mira hacia arriba al palco vip de los estadios y los del palco miran a los de abajo. Así va desapareciendo la mezcla de clases. Resalta que en una epoca de creciente desigualdad la mercantilización de todas las cosas implica que la gente adinerada y la de recursos modestos vivan cada vez más separadas. La democracia exige que los ciudadanos compartan algo de vida en común y las distintas clases se encuentren en la vida cotidiana.