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lunes, 10 de junio de 2019

"No Society", de Christophe Guillouy (2018)

Resumen del libro "No society", de Christophe Guillouy (2018)

Resumen original y actualizado en el siguiente link:
https://evpitasociologia.blogspot.com/2019/06/no-society-de-christophe-guillouy-2018.html

Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación y licenciado en Sociología y Derecho

Sociología, clases sociales, estratificación social, desigualdad

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Ficha técnica:

Título: "No Society"

Subtítulo: El fin de la clase media occidental

Título original en francés: "No Society"

Publicado en 2018 (Francia)

Edición en español: Barcelona, 2019, Penguin Random House Grupo Editorial SAU

Número de páginas: 218

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Biografía oficial del autor Christophe Guillouy (hasta el 2019)

Christophe Guillouy (Montreuil, 1964) es un geógrafo que se alejó del mundo universitario para dedicarse a un trabajo de investigación aplicada. Es autor, entre otros, de L'Atlas des nouvelles fractures sociales en France (2004) y La France périphérique (2015), considerados libros de referencia. No Society es su primer libro dedicado a estudiar tendencias mundiales

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Texto de la contraportada

"El polémico ensayo que ha irrumpido con fuerza en el debate internacional.

"There is no society", dijo Margaret Thatcher en 1987. El mensaje caló en las clases dominantes occidentales y se ha producido una secesión entre la gente de arriba -que, abandonando el bien común, sumerge los países occidentales en el caos - y la más desfavorecida. Como resultado, se descompone la sociedad.

Crisis de la representación política, atomización de los movimientos sociales y gentrificación de las ciudades son algunos de los signos del agotamiento de un modelo que ya no construye sociedades. La ola populista que atraviesa el mundo occidental no es más que la parte visible de un "soft power" ejercido por las clases populares que obligará al mundo de los arriba o bien a unirse al movimiento real de la sociedad o bien a desaparecer.

Hace algunos años Christophe Guilluy acuñó el concepto de "Francia periférica", empleado hoy de manera muy generalizada, e hizo hincapié en el peligro del desprecio por parte del mundo mediático a las clases populares, y en la importancia del descontento de estas. Con este libro amplía su reflexión a un ámbito internacional: el Brexit, la elección de Trump o Bolsonaro y el auge de Vox en España dan cuenta del caracter internacional del fenómeno".

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ÍNDICE

Primera parte

Sobre las ruinas de la clase media, ha emergido el mundo de las periferias

1. Ha emergido el mundo de las periferias

2. El tiempo de la salida de la clase media

3. ¿Quién quiere ser deplorable?

Segunda parte

No Society

1. El repliegue de una burguesía asocial

2. El abandono del bien común

3. El caos tranquilo o la sociedad relativa

Tercera parte

El "soft power" de las clases populares

1. Un heartland popular o la inversión de los conceptos de potencia y poder

2. Ni guerra ni paz: la resistencia a la negación de las culturas

Conclusión: ¡Ayudémoslos a volver a la comunidad nacional!

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RESUMEN

La socióloga Saskia Sassen (Premio Príncipe de Asturias) lanzó en los 90 el concepto de ciudad global. París, Tokio, Londres, Nueva York o Barcelona son nodos cosmopolitas que atraen a las élites. Estos espacios urbanos de éxito están conectados con otras metrópolis que funcionan al margen de su periferia, más pobre y donde quedan atrapados los perdedores de la globalización. En la misma línea, Sergio del Molino destapó la crisis de la España vacía y el hundimiento del rural. Ahora, el geógrafo francés Christophe Guilluy, que acuñó la “Francia periférica”, acaba de publicar “No society”, un ensayo que denuncia cómo París se ha convertido en una ciudad global que agrupa a las élites, las cuales gentrifican el centro urbano y desplazan a los más humildes a la periferia.

 Mientras París y las grandes ciudades concentran el empleo y los negocios con otros nodos internacionales y disfrutan de las ventajas de la "globalización feliz", las provincias se hunden en el paro y pierden población. Guilluy concluye que estas ciudades globales aspiran a la autosuficiencia (una especie de ciudades-estado) y se desligan de la periferia marginada. Si los perdedores de la globalización reaccionan con un voto populista, la élite urbana les tilda de brutos, ignorantes, racistas o fascistas, como ocurrió con los votantes del cinturón de óxido de Trump, del Brexit, la ultraderecha europea o los chalecos amarillos, dice el autor.

Dado que la ciudad global atrae a los ganadores y a la clase dominante (los llamados "bobos", de bohemios y burgueses, en francés), estos la conforman a su gusto, lo que hace de efecto llamada a nuevos ricos. La subida del precio del alquiler en los centros urbanos expulsa a los habitantes humildes (la llamada gentrificación), que se deben acomodar en la periferia, así como a los "ghetos" y los "banlieues" y otros territorios disfuncionales. Los pobres se mudan a los barrios más alejados del centro, que se convierte en un distrito "chic" y bohemio solo asequible para personas de alto poder económico, y que suele coincidir con los mismos afortunados que se han enriquecido con la globalización. El nuevo modelo ya no integra a las clases populares, a los que un presidente francés llamó "desdentados".

Así, el autor sostiene que los de arriba se están separando de los de abajo y advierte que eso es peligroso en el sentido de que la alta burguesía siempre ha necesitado tener a un aliado de otra clase (normalmente, la clase media) como pegamento de cohesión social. Pero ahora, a causa de la precarización y el desempleo ocasionados por la globalización, la clase social se disgrega y diluye o, directamente, se hunde en las clases más bajas. Y esto no afecta a países en desarrollo sino al propio corazón de Occidente, como Francia o Estados Unidos, dice, cuya clase media ve cómo se pierden los valores del American Way of Life (el sueño americano) y su versión europea. Entre los perdedores no están solo los marginales de los suburbios, sino también los obreros, empleados, pequeños asalariados y jubilados modestos. Estas categorías,. antes opuestas, se reúnen poco a poco en una misma oposición, "unidas por el mismo sentimiento de relegación cultural y geográfica".

 Según señala Guillouy, poco a poco se van distinguiendo dos extremos: por un lado, los ultrarricos y triunfadores de la globalización, que se han "bunkerizado" en ciudades gentrificadas, y, por otro, los pobres y perdedores de la mundialización, que se quedan atrapados en la periferia. Este pegamento social constituía antes la sociedad por lo que ahora hay una "no society", el desentendimiento y abandono de los de arriba hacia los de abajo. No solo se sacrificó a la clase obrera, como pretendía Margareth Thatcher en 1978 al decir: "This is no society", sino a la propia sociedad. "Esta ruptura de la relación, aunque fuese conflictiva, entre arriba y abajo y el abandono del bien común, nos hunde en la asociedad", dice el autor.

Entre los factores que contribuye a la "no more society" incluye la crisis de la representación política, la atomización de los movimientos sociales, las burguesías que se encierran en sus fortalezas, las clases populares que se asilvestran y el comunitarismo ("segregacionismo étnico"). Estos son los síntomas del agotamiento de la sociedad. De ahí surge la secesión de los ricos, el hundimiento del Estado del Bienestar, las paranoias y tensiones identitarias. El autor añade que las clases populares reaccionan preservando su capital social y cultural.

El autor explica que los políticos mantienen el mito de la clase media como clase social mayoritaria e integrada que se beneficia de las ventajas del progreso y de un capitalismo en permanente mutación (a pesar de que los investigadores alertan desde hace décadas de la pulverización de la clase media). Según el autor, los políticos, los medios y los académicos transmiten este mensaje tranquilizador. Aquellas minorías excluidas y marginadas se benefician de unas políticas benignas. Pero bajo este mito subyace otra realidad secreta disimulada desde hace décadas: el progresivo alejamiento y desvinculación política y cultural masiva de la mayoría de las clases populares. Aunque las clases dominantes elogian la multiculturalidad, no la sufren porque van a colegios privados y viven en elegantes barrios, dan sermones desde sus cómodas burbujas alejadas de los conflictivos suburbios. Y este huir de las minorías es algo general, de forma que solo quedan barrios con "mayorías", ya que el resto se ha marchado por miedo a la inseguridad (todo esto genera inestabilidad demográfica). Se ha optado por la convivencia, pero separada.

La periferia estaría conformada por las zonas suburbanas castigadas, las rurales, las residenciales pero poco dinámicas, las ciudades medias, las ciudades grandes desindustrializadas (y que acogen a la antigua clase media y modesta y que desde hace 20 años es la base del voto populista) mientras que la zona dominante incluye las metrópolis y las zonas turísticas privilegiadas gracias a la burguesía metropolitana.

Frente al populismo, las clases dominantes califican a sus votantes de irracionales, marginales, minoría de deplorables (los hillbillis), obreros o analfabetos funcionales. El autor cree que el terremoto populista de quienes votaron al Brexit, a Le Pen o Trump son algo más que "resentidos" de la vieja clase obrera desindustrializada. No son marginales, sino la sociedad entera del American Way of Life que reacciona ante otro modelo que está finiquitando la clase media occidental. El autor menciona a Marcek Gauchet como el primero que, en los años 80, acuñó el concepto de "fractura social" justo cuando comienza a despegar Le Pen. Guillouy dice que la clave populista consiste en combinar una doble inseguridad: la social (los efectos del modelo económico) y la cultural (la aparición de la sociedad multicultural). Recuerda que las clases populares siempre estarán ahí (el obrero que hace la carretera) y que estas siempre defienden la comunidad y el bien común porque es la garantía de protección que tienen frente a la adversidad.

En este sentido, ya no hay derechas e izquierdas, sino ganadores o protegidos de la globalización contra los perdedores o debilitados, los nómadas contra los sedentarios, las nuevas clases altas contra las nuevas clases populares, los de un sitio contra los de ninguno.

El modo de reaccionar de las clases altas contra el populismo es el miedo y la llamada al "guerracivilismo", una pose de estar al borde de la conflagración nacional aunque solo pretende ahuyentar a los posibles votantes moderados de la tentación populista o antisistema. Y lo cierto es que las clases populares rehuyen el conflicto y prefieren la paz porque saben que los perdedores de cualquier guerra son siempre los humildes, por lo que su estrategia es reducir los territorios de contacto entre otras etnias. El autor añade que la inmigración nunca fue un tema tabú, ni para la izquierda, cuando, hace unas décadas, estudiaba sin complejos el desafío demográfico y el número de inmigrantes que había que acoger. Dice que mientras la población reclama una regulación de la inmigración, las élites hacen oídos sordos (pues apuesta por la desaparición de las identidades y el multiculturalismo). El autor añade que el destino de los nuevos inmigrantes no es integrarse sino amontonarse en barrios donde ya ya hay más inmigrantes y altas cifras de desempleo pero es igual porque los hijos de la alta burguesía (que apuesta por la eliminación cultural) no irán a esos colegios de los suburbios.

Las zonas afectadas por el populismo son el Rust Belt (cinturón de óxido) americano, el Yorkshire británico (zona de York), las cuencas industriales de Alemania del Este y el rural francés, entre otros. Cada vez se agranda la grieta entre las metrópolis y las ciudades de más de 500.000 habitantes se enriquecen cada vez más y atraen empleo (y suben los precios) y la periferia donde no para de reducirse el empleo (y bajan los precios). El problema no solo es la creciente desigualdad sino que los más modestos queden atrapados en la periferia para siempre. Y ocurre otro fenómeno: las grandes ciudades están empezando a dar señas de agotamiento y perder población (que huyen de los precios; las "deseconomías de escala") mientras se repuebla la periferia.

El autor concluye que el actual modelo ha fallado en lo esencial: en crear sociedad. Ante esta "regresión social", el mundo de arriba está sin referentes sociales ni culturales, atrapado en un callejón (es una clase egoísta y asocial) y tendrá que aprender a convivir con los de abajo.



viernes, 28 de diciembre de 2018

"La trampa de la diversidad", de Daniel Bernabé (2018)

Resumen del libro "La trampa de la diversidad", de Daniel Bernabé (2018)

Resumen original y actualizado en el siguiente link:
https://evpitasociologia.blogspot.com/2018/12/la-trampa-de-la-diversidad-de-daniel.html

Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación y licenciado en Derecho y Sociología

Sociología, diversidad, género, pensamiento político, neoliberalismo, estructura social, clases

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Ficha técnica:

Título: "La trampa de la diversidad"

Subtítulo: Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora

Publicación en español: Ediciones Akal, SA, colección A Fondo,  Madrid, 2018

Páginas: 249 páginas

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Biografía del autor Daniel Bernabé (hasta 2018)

Daniel Bernabé (Madrid, 1980) es diplomático en Trabajo Social, aunque desde hace unos años trabaja lo más cerca que puede, o le dejan, en el mundo de la literatura y el periodismo. Ha sido librero casi diez años en Madrid, pero actualmente escribe para la revista La Marea, donde tiene una columna semanal y realiza reportajes, crónicas y entrevistas. Se deja caer también por medios como Público, CTXT o El Salto. Ha hecho radio en El Estado Mental y publicado dos libros de relatos, De derrotas y victorias, y Trayecto en noche cerrada.

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Texto de la contraportada

"Llegaron a España las guerras culturales, conflictos en torno a derechos civiles y representación de colectivos que situaban lo problemático no en lo económico o lo laboral y mucho menos en lo estructural, sino en campos meramente simbólicos. El matrimonio homosexual, la memoria histórica, el lenguaje de género o la educación para la ciudadanía empezaron a copar portadas de los medios y a crear polémica.
¿Estamos afirmando que los ejemplos mencionados carecen de importancia? En absoluto. Es importante que un grupo social pueda tener los mismos derechos civiles que el resto o reconocer desde las instituciones nuestra historia y la dignidad de los republicanos olvidados. Lo que decimos es que estos conflictos culturales tenían un valor simbólico en tanto que permitían a un gobierno que hacía políticas de derechas en lo económico validad frente a sus votantes su carácter progresista al embarcarse en estas cuestiones".

"Extraña paradoja la que plantea este libro: ¿son los sistemas de privilegios, opresiones y revisiones una forma efectiva de enfrentarse a la desigualdad?; ¿dónde quedó, entonces, el conflicto capital-trabajo? Sin embargo, debemos dar una respuesta urgente a estas preguntas, si no queremos que la fuerza de lo colectivo se acabe diluyendo en el irremediable individualismo de lo identitario.
En un mundo donde lo ideológico se ha convertido en una coartada para afirmar nuestra personalidad aislada, el activismo se esfuerza en buscar las palabras adecuadas para marcar la diversidad, creando un entorno respetuoso con nuestras diferencias mientras el sistema nos arroja por la borda de la Historia. Ya no se busca un gran relato que una a personas diferentes en un objetivo común, sino exagerar nuestras especificaciones para colmar una angustia de un presente sin identidad de clase.
Ha llegado el momento de tener unas palabras con la trampa de la diversidad...."

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ÍNDICE

1. Las antorchas de la libertad


La segunda venida de Frida Kahlo

Theresa May, el gigante y los extraterrestres


2. Las ruinas de la modernidad


La modernidad. Una nueva esperanza

La modernidad. Auge y caída.

Posmodernismo. El gran arrepentimiento

Posmodernismo. La gran deconstrucción


3. Robots, mascotas y mendigos


De la revolución hippie al sentimiento del individualismo

El regreso del capitalismo salvaje

Un logro apócrifo: los años de Clinton y Blair


4. El mercado de la diversidad


Diversidad competitiva. Yo soy más especial que tú


5. La trampa de la diversidad


Políticamente correctos. La trampa de la diversidad en el socioliberalismo

Un lío con mucha gente. El mercado de la diversidad en el activismo

La diversidad como coartada, necesidad y producto

Un laberinto inacabable. La trampa de la diversidad en el activismo


6. Ultraderecha

La ultraderecha favorecida por la diversidad como trampa

La ultraderecha favorecida por la diversidad como mercado


7. Atenea destronada

¿Qué es la cultura?

Cultura como arma política

Multiculturalismo


8. Jóvenes papas, viejos comunistas

Desactivando la trampa

La muerte y la palabra


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RESUMEN

Comentarios iniciales: Estas ideas fueron sugeridas en los años 90 por el sociólogo británico Anthony Giddens que señalaba que, a mayores de la tradicional izquierda y derecha (esencialmente patriarcales, que solo funcionaban para un modelo de sociedad industrial de obra de mano masculina), había surgido una Tercera Vía (Giddens), que tenía en cuenta la irrupción masiva de la mano de obra femenina en los años 70 en el mercado laboral. Los discursos de derecha e izquierda, patriarcales, se habían quedado obsoletos e incapaces de funcionar en la nueva sociedad postindustrial, marcada por el sector servicios y con un alto componente femenino. La solución del autor es recuperar la acción colectiva y de grupo y sacar las luchas de la diversidad de su tendencia a la atomización, fraccionamiento y el individualismo. Recalca que las políticas de diversidad resultan inoperantes para resolver conflictos intergrupales, cada vez más habituales en un escenario de escasez y ultracompetitividad.

El autor Bernabé establece la tesis de que la unificación identitaria de toda la sociedad en torno al concepto de clase media provocó una ansiedad por diferenciarse en los individuos, una búsqueda de su identidad perdida, una necesidad de ser alguien en la competición de especificidades. Las reivindicaciones de izquierdas de los trabajadores, dentro de una lógica de clases, fueron sustituidas y fragmentadas por la diversidad (de género, de preferencia sexual, religiosa, étnica y racial...). Considera que, esencialmente, el movimiento de izquierdas cayó en una "trampa" al permitir disgregarse en una diversidad de corrientes, cada una con sus intereses. Dichos intereses y valores coinciden con los de la clase media.

El autor señala que la política se ha convertido en objeto de consumo y explica cómo el espíritu de época de la posmodernidad "fue el sustrato perfecto para mutilar la naturaleza emancipadora de la izquierda". Además, recalca que el proyecto neoliberal, hostil a la mayoría de la sociedad, logró hacerse pasar por algo benéfico para todos (casi revolucionario y liberador). También aborda la  sociedad poscrisis en el mundo occidental en el que estudia el impacto de las políticas norteamericanas desde la reacción neoliberal (a finales de los 70) y la globalización capitalista (en los 80). Resalta que la diversidad se ha convertido en un mercado competitivo al servicio del neoliberalismo y ese mercado ha afectado a la política de izquierda de forma institucional como activista (la gente anónima que monta eventos).

Sostiene que lo que hizo el neoliberalismo (a partir de Thatcher) fue defender el individualismo y romper la unidad de acción colectiva, según explica el autor. No es lo mismo negociar un convenio con un grupo obrero unido que con individuos, cada uno con sus peculiaridades (religiosas, feministas, gays, étnicas...), por lo que cada uno reclama sus propios derechos, de forma que es difícil que se pongan de acuerdo en líneas comunes de acción porque cada uno defiende sus propios intereses [nota del lector: la línea común de acción a todas estas corrientes es exigir una política de tolerancia, aunque ni tan siquiera eso porque ninguna parte debe ofender la sensibilidad de la otra, lo que se llama corrección política].

Según el autor, al disgregarse las fuerzas de izquierda en una miríada de diversidades y salir triunfante el egoísmo individual, perdieron fuerza las políticas colectivas y de interés general. A todo ello se une que, a partir de los años 80, los sindicatos comenzaron a decaer, por lo que el aglutinador de la clase social y laboral fue reemplazado por corrientes diversas que defendían intereses individuales. Así un trabajador cayó en la "seducción identitaria" y ya no tenía conciencia de clase sino que se veía así mismo como feminista, si era mujer, del colectivo LTB, en función de sus elecciones sexuales, del movimiento negro si era afroamericano, musulmán, judío ortodoxo o ultracristiano, según su adscripción religiosa o étnica, o activista antiglobalización en vez de político de izquierdas, veganos y antisespecistas (defienden a los seres no humanos, o sea, el resto de los animales que también son seres sintientes), o los antinatalistas (no quieren procrear para no arruinar el planeta), o los revisionistas (personas aisladas que reclaman privilegios o reciben opresiones)... La clase obrera se diversificó y atomizó en muchos intereses dispersos y perdió conciencia de sí misma.

Según el autor, la política ultraderecha también hizo distinciones pero en vez de diversificar como la izquierda (que transformó la diversidad en un producto identitario), lo que hizo fue construir un grupo: el honrado trabajador varón, blanco y nacional ya no lucha contra las empresas que hacen despidos masivos para contratar a personal precario y barato sino contra el inmigrante que viene a quitarle el trabajo. La familia se contrapone a las feministas, gays, etc... Los ultras y nuevos reaccionarios aprovecharon, dice el autor, los diferentes estilos de vida, aficiones y tendencias para colar su mensaje, para normalizar (sus conflictos llegaron a los videojuegos, el medievalismo, feminismo, animalismo, así como las teorías de la conspiración, machismo, tradicionalismo).

El autor lo resume en esta frase: "Hoy, multinacionales de la distribución que sobreexplotan a sus trabajadores tienen en sus comedores menús respetuosos con las prohibiciones religiosas alimentarias. Poderosas marcas cuya ropa es fabricada en Bangladés en régimen de semiesclavitud celebran las diferencias raciales en su publicidad. A la par que la brecha salarial de género permanece en la llamada Europa de los derechos, se celebra el aumento de ejecutivas en los consejos de administración.", etc... y concluye, citando a Eagleton: "La sociedad capitalista relega a sectores enteros de su ciudadanía al vertedero, pero muestra una delicadeza exquisita para no ofender sus convicciones".

El autor insiste en que su libro no es una lucha contra la pluralidad de las sociedades ni la diversidad, ni contra los colectivos de minorías y mujeres por sus derechos civiles pero su libro sí desvela una transformación de la identidad en un producto aspiracional que compite en un mercado.

Afirma que en el siglo XXI, el discurso del político es un cascarón vacío para portar una serie de valores que coincidieran con los apreciados en sociedad, o sea, los de la clase media (su ideología ha colonizado a toda la sociedad, no solo es la hegemónica sino también la única percibida). Todos quieren ser clase media, los trabajadores y los ricos, y el neoliberalismo los acoge. A través del mercado de la diversidad se crean una serie de identidades individualistas y competitivas "que impiden nuestra acción colectiva y nuestra percepción como clase trabajadora para sí misma".
Además, los políticos dulcificaron su discurso y aunque asumían programas económicos neoliberales lo maquillaban con adjetivos como obvio, esperable, único sensato y posible, así como investigación y desarrollo, nuevas tecnologías y economía verde. Y, por arte de magia, del consenso del Estado de Bienestar se pasó al consenso del neoliberalismo (la aspiración de todos a tener presencia en la clase media).
A esto se sumaron lo "políticamente correcto" y la "representación simbólica" (una política de derechas luce una pulsera con la imagen de la comunista Frida Khalo, a la que ahora se vincula al feminismo). A pesar de los derechos legales y formales, sigue habiendo clasismo, según el autor, pero se disimula con lo "políticamente correcto" (si ahora no se puede decir "niger" (negrata) pero sí vagabundo sin especificar su raza, desaparece por arte de magia el conflicto racial y el debate se centra solo en lo económico).

El autor dice que las políticas simbólicas o representativas funcionaron en los años 70 (porque nombraban a los demás como querían ser nombrados y se les otorgaban los mismos derechos) pero luego hubo una sobreexplotación y se divorciaron de las políticas materiales y cambió la mentalidad hacia el individualismo. "El resultado es que el racismo, la homofobia y el machismo se están constituyendo como parte de la identidad general del que quiere ser diferente, no correcto, rebelde y no pertenece a ninguno de estos grupos". Advierte que la izquierda debería recordar que "no se trata de pensar como hablamos sino de hablar como pensamos".
Recalca que hasta el irrupción de la nueva ultraderecha en el escenario poscrisis, la diversidad era un consenso social, un valor positivo (un grupo multicultural alegre). En cambio, lo homogéneo, en sociedad y política, nos retrotraía a la oscuridad de la peor cara de la modernidad (que pretendía imponer un sistema cerrado, uniforme y acabado, provocando graves afrentas a los derechos humanos).

El autor da una clave interesante: manifestaciones como la del 15-M buscaban reconocimiento y redistribución. Ya que el neoliberalismo imposibilita la apropiación de la propiedad privada, actuó frontalmente contra las políticas materiales de redistribución pero reconoció las políticas de diversidad (excluyó la vertiente de desigualdad y lo desvió hacia lo específico e individual, y tuvo un compromiso simbólico y cultural hacia lo aspiracional, como un producto de mercado).


El autor dice que la preeminencia del individualismo es visible en los gimnasios (el culturismo, el fitness) y en Internet a través del "tecnooptimismo". También analiza el fenómeno de los youtubers como ejemplo de "ascenso social" y emprendimiento juvenil pero es una cultura basura (autorreferencial y cerrada, replicando sus propios esquemas). También señala que el activismo de la diversidad derivó en un producto de negocio que compite en el mercado (tiendas veganas que ofrecen experiencias y servicios pero no dejan de ser tiendas).

Modernidad y posmodernidad

Un capítulo interesante es en el que aborda la modernidad, que asocia a la Ilustración, la capacidad de cambiar la historia y fomentar el progreso, frente a la posmodernidad, que asocia al cinismo y el neoliberalismo. Indica que la posmodernidad rompió la noción de historicidad, de granuevo relato, de horizonte y dejo


Una de sus tesis es que el neoliberalismo no defiende el libre mercado sino la supremacía de la élite que perdió sus privilegios tras las dos guerras mundiales. Aunque la dicha élite, acostumbrada a gobernar el mundo, tuvo que claudicar en 1945, enseguida se reorganizó para tomar el poder en las siguientes décadas.  Su influencia se deja notar en el Mount Pelerin, Suiza,  donde desde los años 50 se organizar cumbres de economistas neoliberales como Hayek o Friedman, y cuyo testigo recogieron Reagan y Thatcher. Pero el autor recalca que la agenda oculta del neoliberalismo no es económica (ya que esa doctrina atribuye el mérito a sus políticas económicas si hay crecimiento y culpa al gobierno si algo va mal) sino política (recortes del estado de Bienestar y gasto solo para seguridad policial y defensa ). Poco a poco se han ido anulando muchos derechos obtenidos con las revoluciones y el Estado de Bienestar,  dice el autor.

Sobre la clase media, dice que es una ficción útil para la estabilidad y control social y que la alta tecnología como bien popular de consumo o el acceso a las redes sociales a partir del 2008 ha permitido al obrero mantener la ilusión de que pertenece a la clase media. Lo destacable es que la clase trabajadora como tal ha desaparecido del mapa de la representación.

El autor comenta que  la modernidad trajo la conciencia de que el ser humano tenía capacidad de cambiar la historia para su beneficio mediante la razón (el progreso) pero la posmodernidad rompió la noción de historicidad dejando a la izquierda desmarcada. Según dice, el proyecto del neoliberalismo destruyó la acción colectiva y fomentó el individualismo de una clase media que ha colonizado culturalmente a toda la sociedad. El resultado, según el autor, es que "hemos retrocedido a un tiempo premoderno donde las personas compiten en un mercado de especificidades para sentirse, más que realizadas, representadas".
El resultado es que este mercado de la diversidad ha ocupado el mundo del trabajo. De ahí surgen programas competitivos como Operación Triunfo, La Voz o Masterchef.

Entre las nuevas "tribus empresariales" se encuentran, casi como una burla, los becarios ambiciosos, gerentes millenials, gurús de la administración o conferenciantes principiantes. La categoría de trabajador (en Fiverr) desaparece a nivel de contrato y se convierte en una unidad de producción independiente que además compite con otros para lo cual él mismo se autoexplota (trabajas 12 horas porque eres un emprendedor y no un vulgar trabajador).

También menciona el estudio Vals que califica a los consumidores en innovadores,  pensadores, creyentes,  triunfadores, luchadores,  experimentadores, creadores y supervivientes.

Indica que el modernismo revolucionario fue la respuesta de la clase trabajadora a través de la ideología socialista (lo que dio lugar al electoralismo y el Estado de Bienestar, de forma que los ricos desaparecían de la escena para visibilizar a la clase media. Dice que la prensa rosa daba una visión amable y cosmopolita de la riqueza pero, según el autor, mientras la clase media caía en una especie de sueño narcoléptico "la burguesía conspiraba en secreto con sus "thinks tanks", sus grupos de presión, sus académicos para tener todos los resortes de poder bajo su mando".

El autor concluye que "no necesitamos más victimización, agitación de la condición de ofendidos, ni deconstrucción de opresiones". Lo que propone es "análisis sobre la explotación y las discriminaciones, medirlas, comprobar sus relaciones con el ámbito real". Dice que cualquier reinvidicación de la diversidad debe tener objetivos materiales y hacia cuestiones económicas.


Respecto a la trampa de la diversidad dice que la diversidad puede implicar desigualdad e individualismo  (coartada para hacer éticamente aceptable un sistema injusto de oportunidades y formentar la ideología que nos deja solos ante la estructura económica apartandonos de la acción colectiva. Y añade que la diversidad también es una cuestión de clase (la diversidad entre quien se ve obligado a emigrar en patera y quien no).

(en elaboración)

lunes, 17 de diciembre de 2018

"Clases", de Erik Olin Wright (1985)

Resumen del libro "Clases", de Erik Olin Wright (1985)

Resumen original y actualizado del libro:

Sociología, estructura social, clases, movilidad social

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Ficha técnica

Título: "Clases"

Título en inglés: "Classes"

Autor: Erik Olin Wright 

Fecha de publicación en inglés: Londres, 1985

Fecha de publicación en español: 1994

Editorial: Siglo XXI de España Editores SA, Madrid

Número de páginas: 374

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 Biografía del autor  Erik Olin Wright (hasta 1994)

 Erik Olin Wright (1947, Berkeley, California) estudió en la Universidad de Harvard (1964-1968), donde obtuvo la licenciatura en estudios sociales. Cursó estudios de Historia de la Universidad de Oxford, trabajando en especial con Christopher Hill. En 1976 se doctoró en la Universidad de California. Actualmente (en 1994), es catedrático de Sociología en la Universidad de Wisconsin, en Madison. Ha publicado numerosos artículos y algunos libros, entre los que destacan: The Politics of Punishment: A Critical Analysis of Prisons in America (1973) y Clase, crisis y Estado (Madrid, Siglo XXI; 1983)

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Texto de la contraportada

El concepto de clase, tal vez el más importante de la teoría marxista, carece paradójicamente de una definición formal y rigurosa en la obra de Marx. Hay un desajuste entre el nivel estructural abstracto del análisis marxiano, con dos clases nítidamente polarizadas y con intereses radicalmente contrapuestos, y las situaciones históricas concretas, en donde los protagonistas del conflicto social parecen moverse en un mapa mucho más abigarrado y borroso. La evolución de las sociedades del capitalismo avanzado ha mostrado que tal desajuste no es el efecto pasajero de un proceso de acomodación de la sociedad al modo de producción triunfante; la evidente consolidación de las "clases medias" se ha convertido en el gran reto teórico de la sociología marxista contemporánea.

En esta obra que es ya un hito en la moderna reflexión sobre las clases, Erik Olin Wright se embarca en una reconstrucción integral de ese concepto, y de los tipos de sociedad a que da lugar, tan audaz en sus planteamientos como respetuosa con la fuerza explicativa y la radicalidad que Marx quiso otorgarle. El autor da un paso más allá respecto de su anterior aportación teórica, las ya famosas "posiciones de clase contradictorias", y reinvidica una vuelta al concepto de explotación- apoyado por la nueva teorización del economista John Roemer - como criterio básico para definir las clases. Sigue luego un debate sobre la adecuación empírica de la nueva definición frente a propuestas alternativas como la de Poutlantzas.

Clases no es solamente un brillante ejercicio teórico, metodológicamente preciso y elegante: el autor ha asumido también el riesgo de la confrontación con la experiencia poniendo a prueba sus conclusiones con la ayuda de una encuesta de alcance transnacional sobre la estructura y la consciencia de clase, que se completa con una comparación entre las estructuras de clase, de los EE.UU. y Suecia. En palabras de Claus Offe, se trata de "una reformulación de la teoría de las clases empíricamente fundamentada que alcanza cotas ejemplares de rigor crítico, complejidad y claridad".

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ÍNDICE
(resumido)

Prefacio

1. Planteamiento del problema: el programa de análisis de clase
    El legado de Marx

Primera parte (cuestiones conceptuales)

2. Biografía de un concepto: posiciones de clase contradictorias

3. Un marco general para el análisis de clase
   El concepto de explotación (Roemer)

4. Implicaciones y elaboraciones del marco general
   Teorías alternativas de las clases.

Segunda Parte (Investigaciones empíricas)

5. Decisión empírica entre definiciones de clases rivales

6. La estructura de clases en el capitalismo contemporáneo: una comparación entre Suecia y los Estados Unidos

7. Estructura de clases y consciencia de clase en la sociedad capitalista contemporánea

8. Conlusión
Apéndice I: Estrategias prácticas para la transformación de conceptos
Apéndice II: Construcciones de variables
Apéndice III: Datos completos de los cuadros seleccionados

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RESUMEN

Comentarios iniciales: el libro recobra interés porque, en los años 80, intentó hacer una radiografía de las clases sociales y descubrió que la clase media estaba llena de contradicciones. Las revueltas de los "chalecos amarillos" en diciembre del 2018 en París revela que la clase media de provincias está indignada. Para comprender sus motivaciones, hay que entender bien el concepto de clase, que el autor trató de definir en los años 80 y luego lo quiso corroborar experimentalmente con encuestas.

Inicialmente, el marxismo definía las relaciones de clase primordialmente en términos de las relaciones de dominación dentro de la producción. El concepto abarcaba cuatro propiedades estructurales: las clases son relacionales, esas relaciones son antagónicas, esos antagonismos están arraigados en la explotación y la explotación está basada en las relaciones sociales de producción.

Primero Roemer y luego Wright revisan esta idea. Otra pieza clave es que el autor introduce una nueva clase, la "clase media" (intelectuales, expertos), llena de contradicciones entre las relaciones de clase, o bien un "estrato intermedio" entre burguesía y proletariado.

En el caso de Roemer, compara los diferentes sistemas de explotación tratando la organización de la producción como si fuese un "juego" (teoría de los juegos). Los jugadores poseen distintos tipos de bienes productivos (capital y cualificaciones) que introducen en la producción y que utilizan para generar ingresos de acuerdo con un determinado conjunto de reglas. La clave es si a una parte le interesa "retirarse" del juego o qué alternativas tiene para irse a un juego alternativo. A las tres sociedades clasistas (feudal, capitalista, socialista) añade la del "status" (se refiere a una sociedad teórica pero inexistente que es gobernada por burócratas; un ejemplo cercano sería la burocracia soviética).

Wright señala que el capitalismo tiene múltiples futuros, una vez que se admite que son posibles sociedades poscapitalistas con nuevas formas de estructuras de clases, con nuevos mecanismos de explotación y de dominación. El autor señala que la reconceptualización de clase propuesta en su libro sugiere que el núcleo de la lucha positiva en favor del socialismo es la democracia radical. Comenta el autor que el socialismo es una sociedad en la que el control sobre los bienes de capital y de organización ya no supone una fuente significativa de explotación (el socialismo, dice, significaría un control democrático radical sobre los recursos físicos y organizativos utilizados en la producción). Añade que la conciencia creciente de la importancia de la democracia ha sido una de las marcas distintivas de los debates políticos recientes entre la izquierda.

El autor sugiere que la lucha a favor del socialismo y la lucha a favor de la democracia son dos facetas de un mismo proceso. "Sin una redistribución de los bienes de organización mediante una democratización del proceso de control y coordinación de la producción, la explotación de bienes d organización seguirá, y sobre esa explotación se construirá una nueva estructura de relaciones de clase. La democracia no es simplemente una cuestión de cómo organizar las instituciones políticas del Estado; también afecta a cómo se constituyen las relaciones de clase mismas", afirma.

Wright insiste en que la estructura de clases no está simplemente polarizada (obreros-burguesía) sino que dentro de estas clases hay contradicciones de intereses (y los ocupantes de esas posiciones están directamente amenazados por el socialismo o lo ven de forma ambigua). El problema, dice el autor, es que el socialismo es difícilmente alcanzable si esas clases que deben cooperar no ven ventajas materiales claras. O bien se niega este problema o bien se elimina el derroche masivo (gastos militares excesivos, publicidad, consumo ostentoso), lo que beneficiará a la mayoría de la sociedad. Incide en que la productividad real del consumo útil se expandirá tanto que a muchas personas de esas clases contradictorias les irá mejor al elevar el nivel medio de vida. Otra idea es que los socialistas se ganen a las clases contradictorias mediante mejoras en la calidad de vida, ampliación de la libertad real, reducción de la violencia (lo que favorecería las coaliciones de clase).

Recalca que en sus investigaciones ha visto que el proceso de formación de clases está mediado por la política y la ideología, por lo que propone transformar esas mediaciones (ve por ejemplo que las diferentes legislaciones laborales en Suecia y EE.UU. explican que los niveles de sindicación sean tan diferentes; la diferencia respecto a las instituciones electorales puede hacer más difícil que los partidos radicales tengan presencia política; los programas de ayudas sociales son universales o solo van dirigidos a beneficiarios aunque muchos pagan más impuestos que otros,...).


El autor reconceptualiza el concepto de clase en términos de relaciones de explotación. Ve tres dimensiones de la explotación.

Primeramente, analiza la obra de Roemer sobre la explotación. Dicho autor ha terminado por rechazar completamente todo concepto de explotación basado en las transferencias de trabajo, por considerar que pueden darse situaciones en las que las transferencias vayan de los ricos hacia los pobres (un agricultor pobre que le alquila su tierra a un agricultor rico para que este la trabaje y gane más dinero a cambio de menos tiempo de ocio).

Para Roemer, que basa su definición en las teorías de juegos (suma cero),  la base material de la explotación reside en la desigual distribución de los bienes productivos, las relaciones de propiedad. Las clases se definen como las posiciones dentro de las relaciones sociales de producción que se derivan de las relaciones de propiedad, determinantes en las pautas de explotación. Unos impiden a los otros apoderarse de los bienes productivos o redistribuir los derechos de propiedad sobre esos bienes.

Wright añade que la explotación implica algo más que la mera opresión económica, incluye tanto esta como la apropiación de los frutos del trabajo de una clase por parte de otra (transferencia de excedentes). En el caso de la explotación, el bienestar de la clase trabajadora depende del trabajo de la clase explotada. En el caso de la simple opresión económica, la clase opresora únicamente tiene interés en proteger sus propios derechos de propiedad; en el caso de la explotación también tiene interés en la actividad y en el esfuerzo de los explotados. En la opresión económica, los intereses materiales de los opresores no se verían perjudicados en caso de que todos los oprimidos sencillamente desaparecieran o murieran. En la explotación, por el contrario, la clase explotadora necesita a la clase explotada.

También explica el concepto de credencial (titulación académica) diciendo que no son el único medio por el que el precio de la fuerza de trabajo cualificada puede exceder sus costes de producción; la dotes naturales constituyen su segundo mecanismo.

Define la explotación como "una apropiación económicamente opresiva de los frutos del trabajo de una clase por otra. No todas las apropiaciones son económicamente opresivas ni todas las formas de opresión económica implican tal apropiación. Es la combinación de opresión económica y apropiación lo que hace de la explotación una base tan poderosa para los antagonistas objetivos entre intereses materiales.

Explica que la explotación feudal se basaba en desigualdades generadas por la propiedad de bienes en forma de fuerza de trabajo; la explotación capitalista, en desigualdades generadas por la propiedad de bienes alienables; la explotación socialista, en desigualdades generadas por la propiedad de bienes inalienables. Así, hay señores y siervos (feudalismo), burgueses y proletariado (capitalismo), y expertos y obreros (socialismo)

Dimensiones de la explotación

1) los bienes en medios de producción (la posesión da lugar a dos clases del capitalismo: los obreros, quienes no poseen los medios de producción deben vender su fuerza de trabajo en un mercado laboral para poder trabajar; y los capitalistas, quienes al poseer cantidades sustanciales de medios de producción pueden contratar asalariados que usen esos medios de producción y no necesitan trabajar ellos mismos en absoluto). A mayores hay otras clases que poseen algunos medios de producción, suficientes para proveer parte de su subsistencia pero no para reproducirse a sí mismos, lo que les fuerza a vender también su fuerza de trabajo en un mercado laboral (asalariado semiproletarizado del capitalismo temprano y campesinos a tiempo parcial del Tercer Mundo). Y, finalmente, hay personas que poseen suficientes medios de producción para contratar trabajadores, pero no los bastantes como para tener realmente la oportunidad de no trabajar nada (pequeño empleador, patronos artesanales, pequeños granjeros, tenderos), el cual trabaja junto con sus empleados, a menudo haciendo el mismo tipo de trabajo que las personas a las que contrata.

Añade que la pequeña burguesía se define como cualquier persona autoempleada que no tenga más que un empleado. No distingue entre asalariados plenamente proletarizados y trabajadores semiproletarizados.

2) Bienes en la organización. Consisten en el control efectivo sobre la coordinación e integración de la división del trabajo. Lo característico es que estos bienes tengan una especial relevancia para definir las relaciones explotadoras de la dirección si bien no todos los empleos que formalmente se tildan de "directivos" implican un control sobre bienes de organización. (Incluye a los directivos, implicados en las decisiones sobre la política dentro del lugar de trabajo y que poseen autoridad efectiva sobre los subordinados; los supervisores, que tienen autoridad efectiva sobre subordinados, pero que no están implicados en las decisiones de la organización. Considera que estos cargos tienen bienes de organización marginales; y los no directivos, sin ningún bien organizativo.

3) Bienes en credenciales. Con cualificaciones académicas formales (expertos, empleados cualificados, no-cualificados). Mantiene sus reservas sobre el carácter clasista de esta categoría.

En el capítulo 5 usó esta reconceptualización para comparar el concepto centrado en la explotación con dos rivales (la definición de la clase obrera por el trabajo manual y la definición por el trabajo productivo) y apostó por el primero.

En el capítulo 6, examinó la relación entre estructura de clases y desigualdad de ingresos y averiguó que la renta se incrementaba en un modo esencialmente monocorde según se movía por todas las dimensiones de la explotación, ya fuesen tomadas separadamente o en conjunto.

En el capítulo 7. estudió la relación entre la estructura de clases y la consciencia de clase y descubre que los datos obtenidos son acordes con las dimensiones de la explotación.

El autor deduce que tanto en Suecia como en Estados Unidos, a pesar de los cambios técnicos y sociales del capitalismo contemporáneo, la clase obrera sigue siendo con diferencia la más numerosa dentro de la fuerza de trabajo (el 40 % si elimina a los propietarios de bienes de explotación marginales como el empleado semicredencializado). Además, hay una proporción sustancial de la fuerza de trabajo que ocupa posiciones explotadoras dentro de la estructura de clases (el 25 %, excluyendo a los PBEM). El 40 % de los hogares tendrían a una persona que está en una clase explotadora pero no son familias de explotadores netos.

Una importante conclusión, al reconceptualizar el concepto de clase, es que la clase media tiene posiciones que son simultáneamente explotadoras y explotadas, lo que determina la complejidad de sus intereses de clase y los sitúa en las "posiciones contradictorias dentro de las relaciones de explotación" pues, por un lado son explotados pero, por otro, tienen intereses distintos a los de los obreros.

Añade que el hecho de que una porción importante de la población pueda sentirse relativamente cómoda en términos materiales no desmiente el que sus capacidades e intereses sigan atados a las relaciones de propiedad y a los procesos de explotación que los acompañan.

Ve varias implicaciones a nivel político: la centralidad  de la democracia radical para el programa político del socialismo, la necesidad de concebir el proceso de formación de clase en el capitalismo actual como un problema de alianza de clase y la importancia que tiene crear las mediaciones políticas que hagan posibles esas alianzas.



Estructuras de clase

También pasa a descomponer la estructura de clases  1) por sectores económicos 2) por el empleo público y 3) vínculación entre credenciales y autoridad.

Usando diversas estadísticas de Suecia y Estados Unidos llega a la siguiente conclusión:

- Distribución por sectores económicos: Estados Unidos y Suecia poseen estructuras económicas bastante similares pero hay diferencias llamativas (EE.UU. tiene al 33 % ocupado en sector servicios de mercado capitalista tradicional (distribución, negocios y personales) y Suecia al 18 %; y a la inversa, Suecia tiene más empleo en servicios sociales y políticos ). Ambas superan el 55 % de empleo en el sector terciario.

- Distribución por el empleo público y por asociación de autoridad y credenciales.

El autor señala que los efectos de clase son mayores que los efectos sectoriales y que cuando la distribución del empleo entre los sectores tenía alguna influencia, por lo general el Estado estaba involucrado en ello. La diferencia en la distrubución de la autoridad en ambos países y el vínculo entre credenciales y autoridad explican la mayor parte de las diferencias entre la distribución de las posiciones contradictorias de clase de las dos sociedades.

Añade que las diferencias entre las estructuras de clase de Suecia y EE.UU. giran en buena medida en torno a determinantes políticos.

Dice que la conciencia de clase es muy difícil de medir en las encuestas y que pretende denotar propiedades subjetivas que afectan a la elección consciente de actividades que tienen un contenido clasista. Puede suceder que no haya simplemente un desajuste entre el modo de responder de las personas a las decisiones artificiales de una encuesta y a las decisiones reales de la práctica social, sino que se produzca una inversión sistemática de las respuestas.
Añade que la identificación de clase en cierto modo combina las tres dimensiones de la consciencia (perceptiva, teórica y normativa). Idendificarse con una clase concreta es percibir el mundo a través de determinadas categorías, sostener determinadas teorías sobre las causas (echarle la culpa a alguien de la pobreza) y dar algún sentido evaluativo a los intereses vinculados a esa clase.

Señala que Suecia y Estados Unidos son en muchos aspectos polos opuestos dentro de los países capitalistas avanzados en cuanto a la formación de clase, la expansión del estado, la desigualdad de rentas, los programas del estado de bienestar... Sin embargo, afirma, la pauta básica que conecta a la estructura de clases con la consciencia es muy similar en los dos países: ambos están polarizados de acuerdo con las tres dimensiones de la explotación y los valores en la escala de consciencia varían monocordemente según se atraviesan esas dimensiones.

Añade que aunque la pautación global de la consciencia está determinada estructuralmente por las relaciones de clase, el nivel de consciencia de la clase obrera dentro de una determinada sociedad y la naturaleza de las coaliciones que se construyen sobre esas relaciones quedan confomadas por las prácticas políticas y organizativas que caracterizan la lucha de clases. Sostiene que pese a todo su reformismo y a sus esfuerzos por lograr un compromiso de clases estable en la sociedad sueca, el Partido Socialdemócrata sueco y el movimiento obrero sueco asociado a él, han adoptado estrategias que refuerzan ciertos aspectos de la consciencia de clase obrera, en lugar de dejar que una sólida hegemonía ideológica burguesa la absorba. El partido incorporó al debate los asuntos del poder y la propiedad. En cambio, en Estados Unidos los partidos políticos y sindicatos se han embarcado en prácticas que han minado la consciencia de clase obrera. Cita, por ejemplo, que el partido demócrata ha separado sistemáticamente el discurso político del lenguaje de las clases y ve un limitado abanico de alternativas para enfrentarse a los problemas del poder y la propiedad, y los obreros no se ven como grupo especial con intereses comunes frente al capital. En Suecia hay mayor incidencia de conciencia de clase, las clases están más polarizadas ideológicamente y la coalición de clase obrera edificada sobre ese terreno ideológico más polarizado es mucho más extensa.


(en elaboración)