Resumen del libro “La masa
enfurecida”, de Douglas Murray (2020)
Resumen original y actualizado en el
siguiente link:
https://evpitasociologia.blogspot.com/2021/01/la-masa-enfurecida-de-douglas-murray.html
Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor
en Comunicación y licenciado en Derecho y Sociología
Sociología, identidad, género,
discriminación, política social, política identitaria
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Ficha técnica
Título: “La masa enfurecida”
Subtítulo: Cómo las políticas de
identidad llevaron al mundo a la locura
Título en inglés: “The Madness of
Crowds”
Autor: Douglas Murray
Publicado en inglés en 2019
Publicación en español: Ediciones
Península, Barcelona, 2020
Número de páginas: 366
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Biografía oficial del autor Douglas
Murray (hasta 2020)
Douglas Murray es un columnista y
periodista que trabaja para medios como Spectator, The Sunday Times o
The Wall Street Journal. Es además un destacado conferenciante y ha
sido invitado a ponencias en Westminster, el Parlamento Europeo y la
Casa Blanca. Es autor de un libro La extraña muerte de Europa, que
fue un inesperado éxito de ventas en el Reino Unido y se tradujo a
más de veinte lenguas.
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Texto de la solapa
“Las masas se han vuelto locas. Basta
con seguir las redes sociales o los medios de comunicación para ser
testigos de la histeria colectiva en la que se ha convertido el
debate político. Cada día alguien nuevo clama que algo le ha
ofendido: un cartel que cosifica, una conferencia que debe ser
censurada, una palabra que degrada.
Vivimos en la tiranía de la corrección
política, en un mundo sin género, ni razas ni sexo y en el que
proliferan las personas que se confiesan víctimas de algo (el
heteropatriarcado, la bifobia o el racismo). Ser víctima es ya una
aspiración, una etiqueta que nos eleva moralmente y que nos ahorra
tener que argumentar nada.
Pero como recuerda Douglas Murray en
este polémico libro que ha sido menospreciado por la izquierda
biempensante y que se ha convertido en un fenómeno de ventas sin
precedentes en el Reino Unido: “La víctima no siempre tiene razón,
no siempre tiene que caernos bien, no siempre merece elogio y, de
hecho, no siempre es víctima”.
Con un estilo provocador y una
estructura argumentaria sin fisuras, el autor trata de introducir
algo de sentido común en el debate público, al tiempo que aboga con
vehemencia por valores como la libertad de expresión y la serenidad
actuales”.
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ÍNDICE
Homo
Interludio: Los fundamentos marxistas
Mujeres
Interludio: El impacto de la tecnología
Raza
Interludio: Sobre el perdón
Trans
Conclusión
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RESUMEN
El libro ayuda a comprender la nueva
mentalidad “milenial”, con unas preocupaciones e inquietudes que
resultarían inauditas a finales del siglo XX. Detrás de la lucha
por corregir las desigualdades de las mujeres, minorías étnicas y
los trans, hay una política identitaria que, según el autor, ha
politizado absolutamente todos los aspectos de la interacción humana
e interpreta todas las acciones y relaciones con arreglo patrones
modelados por la acción política y a mirarnos al ombligo y a
convertir las relaciones humanas en calibraciones del poder político.
Según el autor, hay una nueva metafísica que pretende dotar de
sentido a nuestras acciones: combatimos, luchamos, protestamos y
forjamos “alianzas” con el fin de alcanzar la tierra prometida.
El autor lo ve “patético” ya que estas teorías no ofrecen
respuestas, no hacen predicciones y es fácilmente falsables. Asegura
que “dejar que la política identitaria, la justicia social (en esa
acepción) y la interseccionalidad nos consuman es malgastar la
vida”.
Aunque hay debate, también hay que
probar la “lealtad” al nuevo sistema. Dice que los pilares de la
nueva “moralidad” y la nueva metafísica abordan cuestiones muy
complejas e inestables y sientan los cimientos de una “locura
generalizada”, alejada de la armonía social. El autor dice que la
igualdad racial, los derechos de las minorías y los derechos de las
mujeres son los mejores logros del liberalismo, tienen una base
inestable (es un dogma lleno de contradicciones, mentiras y fantasías
pero que señalarlas como cosas imposibles está castigado). Estos
actos de fe provocan un dolor insoportable y cuyo ambiente recuerda a
un régimen totalitario, asegura el autor. Pero para otros, luchar
por esos derechos se ha convertido en una nueva moral social para
demostrar que somos buena gente, afirma el autor. Ve un futuro lleno
de rabia y violencia, en el cual habría que retroceder en materia de
derechos (racismo combatido con racismo y marginación por motivos de
género con marginación por motivos de género).
El autor muestra su indignación por la
falta de libertad de expresión en las redes sociales pues cualquiera
que se salga de lo políticamente correcto sufre un linchamiento
digital. La clave es que tras el 2008, con la crisis financiera,
saltó una nueva ideología basada en tres luchas entrelazadas: la
“justicia social”, la “política identitaria grupal” y la
“interseccionalidad”, que califica como el esfuerzo más audaz y
exhaustivo por crear una nueva ideología desde el fin de la Guerra
Fría (1989-1991). El autor dice que muchos debates empezaron como
campañas legítimas de defensa de los derechos humanos pero que
todas han “descarrilado” porque sus partidarios se consideran los
“mejores” y quieren ocupar una posición mejor para compensar un
desequilibrio histórico (hay una sobrecorrección). El autor lo
denomina el “síndrome de San Jorge jubilado” (tras ganar
victorias reales, da mandobles al aire).
El problema, dice, que lo que ahora es
correcto no lo era hace dos décadas, como es el caso de la
diversidad de género, y puede llegar a generar situaciones como la
de los “trans”, que han dividido al movimiento feminista
respecto a lo que es correcto decir y opinar y lo que no. El autor
critica, sobre todo, ese “dogmatismo” que es fácil de reconocer,
tanto antes como ahora. Estos asuntos afectan a cuestiones de
diversidad sexual, como el movimiento LGTBQ y a los trans, que es
hacia donde gira el libro. El autor habla sin tapujos y menciona su
propia experiencia personal.
El autor recuerda que Eric Weinstein
dice que términos como “LGBTQ”, “privilegio blanco” y
“transfobia” han pasado de tener un uso marginal a ser
mayoritarios. Los “milenials” y otros grupos usan métodos de
concienciación para “acabar con milenios de opresión y/o
civilización” que se inventaron hace poco. Lo mismo pasa con
Lukianoff y Haidt en La transformación de la mente moderna con
palabras como “detonante”, “ofensivo”, “sensación de
inseguridad”. Incluso algunas asociaciones de psiquiatras aconsejan
tratar la dañina “masculinidad tradicional” en hombres jóvenes
y adultos. Hay un nuevo sistema de valores (de metafísica) que la
gente aprender por error al pisar campos de minas en el entorno
cultural.
Por ejemplo, el autor critica al
movimiento feminista que cada vez pida más cosas cuando
prácticamente ya han conseguido la igualdad de género (las
sufragistas lograron la votación, el divorcio y la emancipación,
las mujeres de los 50 a 70 lograron la incorporación masiva al
trabajo y las mujeres del siglo XXI están luchando por la
equiparación salarial y la conciliación familiar) por lo que
sospecha que estas superejecutivas y supermodelos que acuden a
conferencias internacionales a quejarse de que hay un “techo de
cristal” que impide ascender laboralmente a la mujer, en realidad,
ellas ya han logrado llegar a la cúspide y están arriba, pero
quieren más, quieren ser más que el hombre. Cree que de trasfondo
hay un tema de dominio entre géneros.
Douglas Murray empieza el libro
avisando de que “vivimos en tiempos de locura colectiva. Tanto en
público como en privado, tanto en el mundo digital como en el
analógico, las personas se comportan de un modo cada vez más
irracional, frenético, rebañego y desagradabñe”. Todos ven los
síntomas pero ignoran las causas: se echa la culpa a los referéndums
pero dice que la cosa es de más calado. El autor cree que en el
último cuarto de siglo, todos los relatos se han venido abajo
(fueron refutados, se hicieron impopulares o ya nadie los defiende).
El descrédito empezó en el siglo XIX con las religiones, le
siguieron las ideologías en el siglo XX y en el XXI prima el
posmodernismo, que desconfía de los grandes relatos. Sin embargo, ya
han aflorado nuevos relatos que daban sentido a la existencia que han
generado feroces campañas y exigencias muy sectoriales. Recuerda que
esto se ha visto amplificado por las empresas de Silicon Valley
(Google, Facebook y Twitter), que a su vez tienen clientes dispuestos
a pagar por modificar el comportamiento de otras personas. Su
objetivo es montar una nueva metafísica o religión. Se basa en la
trinidad justicia social – política identitaria –
interseccionalidad.
Sobre la “justicia social”, todo el
mundo parece estar de acuerdo. Nadie quiere “injusticia social”.
Respecto a la “política
identitaria”, apoyada por los valedores de la justicia social,
atomiza la sociedad en grupos de interés por sexo o género, raza,
orientación sexual y demás. Ser miembro de uno de esos grupos
presupone una “superioridad moral”.
La “interseccionalidad” invita a
pasar la vida intentando conceptualizar las identidades y
vulnerabilidades propias y ajenas para luego posicionarnos dentro del
sistema de justicia que resulte de la jerarquía en modificación
constante que descubramos. Según el autor, es demencial, inviable y
plantea reivindicaciones imposibles en pos de fines inalcanzables.
El autor explica que esta nueva
metafísica orbita sobre cuatro pilares más que discutibles pero que
la gente se ve obligada a tragar a riesgo de que la insulten: 1) Todo
el mundo puede volverse homosexual 2) que las mujeres son mejores que
los hombres 3) que las personas pueden volverse blancas pero no
negras y 4) que cualquiera puede cambiar de sexo. Quien no encaje en
este esquema es un opresor (ironiza el autor).
El autor dice que primero las minas, en
el siglo XX, se colocaron alrededor de la igualdad de los
homosexuales. Luego, siguió hacia los gais, lesbianas y bisexuales
(LGB) [el autor comenta que la L va primero por cortesía hacia las
lesbianas y que la B va de última porque los otros dos no soportan a
los bisexuales]. Luego, se añadieron la T de “trans” y,
finalmente, la Q, de “queer”. Dice que al vencer este movimiento,
los ganadores empezaron a comportarse como sus antiguos oponentes.
Hace algo más de una década, se aprobó el matrimonio homosexual,
un punto que se ha convertido en uno de los valores fundacionales del
liberalismo moderno, según el autor. A día de hoy, nadie lo
reprueba porque resultaría inaceptable. Pero el autor llama la
atención en que este cambio de costumbres fue repentino y sin
reflexión.
Las reivindicaciones de los derechos de
la mujer, tras una noble lucha desde el siglo XIX, desembocó en
expresiones como “masculinidad tóxica”, “patriarcado”,
“mansplaining”.
En cuanto al movimiento por los
derechos civiles en EE.UU., cuando la lucha parecía ganada, de
repente giró hacia el tema de la raza, otro campo de minas.
Siguió el tema “trans”, que el
autor califica de “pantanoso”. El género era una de las pocas
certezas que le quedaba a la gente pero ahora hay un número
sorprendentemente alto de personas que dicen que viven en un cuerpo
equivocado”. Y las mujeres que se han posicionado en el bando
equivocado (como J. K. Rolling) han sufrido acoso y derribo por
personas que antes eran hombres.
El autor también detecta “alianzas”
entre las 3 ideologías: para probar que uno es “antirracista”
hay que declararse aliado de la causa LGTB y desear derribar el
patriarcado.
El autor se pregunta cómo es posible
que, casualmente, en Occidente, donde el Estado de Derecho a logrado
estos éxitos en igualdad, parecen ser los peores pese a ser
sociedades libres (frente a otros países que acumulan montañas de
vulneraciones de los derechos humanos).
Advierte que este dogmatismo insiste en
que cuestiones que no están resueltas sí lo están y teme que este
afán revanchista mine los cimientos de la era liberal (ya que no
todos tragan con los dogmas ni con los insultos por negarse a
adherirse). Teme que los daños del huracán de la
“interseccionalidad” sean “incalculables” y que dañen a las
nuevas generaciones.
Señala, sobre el tema trans, que hay
que esperar a la edad adulta para ver si acaban encontrándose
cómodos en el sexo biológico que se les atribuyó al nacer. El
autor se pregunta: ¿qué sentirían las mujeres si alguien nacido
hombre les dice ahora cuáles son sus derechos y cuándo tienen
derecho a hablar? [nota: quizás se refiera al caso de J.R.K.
Rolling].
El autor duda que los valedores de la
justicia social interactúen entre ellos (el derecho de un “trans”
negro a convertirse en blanco o al revés). Una columnista, aplicando
la extensión del pensamiento, se preguntó si las personas pueden
elegir su identidad, ¿por qué limitarse solo al género o la raza?
Tras las protestas, toda la dirección de la revista dimitió en
bloque por publicar el artículo y a la autora la acusaron de ser una
autora blanca “cis”. Lo mismo le pasó a un director de una
revista antirracista al descubrirse que él, a su vez, tenía
rascismo contra otras minorías étnicas. Cuando lo expulsaron, se
quejó de que su despido obedecía a racismo.
El autor también menciona las
competiciones femeninas en las que competían jugadores “trans”,
mucho más corpulentos que sus rivales y que incluso estaban tomando
hormonas (algo prohibido en el deporte, salvo para las “trans”).
En el cine también han echado del reparto a actores porque su
presencia de “actor blanco cis” suponía una afrenta para la
dignidad de las mujeres trans. En otros casos, los tuiteros son
atacados por “gordofia” antes que por ridiculizar a los
residentes de los suburbios.
El autor concluye que es deseable una
sociedad donde nadie quede relegado por razón de los rasgos
personales que le tocaron en suerte pero minimizar las diferencias no
es lo mismo que fingir que estas no existen. “Pretender que el
sexo, la sexualidad y el color de la piel no significan nada sería
ridículo. Pero pretender que lo son todo sería nefasto”, dice.
El autor aborda varios temas sobre la
mujer como el “síndrome del impostor” (ocupar un cargo para el
que tiene la sensación de que no se está preparada), pero otras
veces estas mujeres son privilegiadas de la élite que ganan sueldos
sustanciosos, tienen numerosos contactos y en un mes reciben más
oportunidades de las que la mayoría de los varones blancos tendrán
una vez en su vida.
Aborda también la interseccionalidad y
la formación en la diversidad (incluido el test IAT de Harvard para
detectar y corregir “sesgos inconscientes” y primeras impresiones
pero que preocupa a algunos profesionales porque el grado de
precisión no es bueno).
La interseccionalidad promulga que hay
varios grupos (mujeres, minorías étnicas, sexuales) que viven en
una “matriz opresora” y que los intereses de unos encajan con los
de otros frente al enemigo común (el patriarcado blanco). El autor
dice que la “interseccionalidad” está muy inmadura. El autor
critica las cuotas y la discriminación positiva destinadas a
“diversificar” el entono de trabajo pòr la vía rápida porque,
casualmente, los beneficiados no procedían de los colectivos
sociales más desaventajados.
El autor también habla de que hay
cuatro olas de feminismo: las sufraguistas (1) hasta 1960, la de los
años 60 (2) y la igualdad en el trabajo de 1960 a 1980, contra la
pornografía (3) de 1980 a 2000, y la cuarta ola que lucha contra el
“patriarcado” y la guerra y odio contra los hombres (misandria).
El concepto de patriarcado es la idea
de que en Occidente vivimos en una sociedad que favorece a los
hombres y ningunea a las mujeres y sus capacidades. Entre sus
eslóganes está la “masculinidad tóxica” que se llegó a
examinar como un problema psicológico por la APA.
El autor menciona otra discusión: si
se es hombre o mujer por “hardware” (cuerpo) o por “software”
(mente), lo que lleva al tema de los “trans”, lo que colisiona
con las feministas veteranas como Green.
En el lenguaje “trans” hay varios
términos: mujer “cis” (no admite a los transgénero), TERF
(feministas radicales transexcluyentes), lo que ha generado problemas
en Twitter e incluso en el machine learning (MLF) y que, según
sospecha el autor, alguien está haciendo trampa para identificar a
familias blancas en los buscadores de Google como “de otra
variedad, mixtas, gays...” y no son buscadores neutrales sino que
es una herramienta para luchar contra la “clase opresora blanca”.
Respecto a la raza surge “el problema
de la blanquedad” y la necesidad de enseñarles a las personas
blancas su “privilegio blanco cómplice del racismo”. Surgen
conceptos como la “ceguera al color” y los problemas de conflicto
racista surgido en los campus como Evergreen para “descolonizarlo”
(descrito en La transformación de la mente moderna por Haynd). El
autor se pregunta si no se estará cayendo en los mismo cuando esto
surge desde las bancadas de otras razas como los negros, por ejemplo.
Otra idea es la “apropiación cultural” en la que los blancos se
disfrazan de trajes que llevas las minorías o hacen sus papeles en
una película porque sospechan que están “blanqueando” la
película.
El autor cita que algunos derechistas
como Peter Thiel (gay, expulsado por apoyar a Trump), el rapero Kanye
West, el exmarido de Kim Kardasian (expulsado de los “negros” por
apoyar a Trump) o Green (feminista expulsada por decir que los
“trans” no son mujeres de verdad). Se asocia ser demócrata con
los gays, las feministas modernas o las razas étnicas.
El autor apunta a una causa de la
locura de las masas: parece posible identificar un patrón coherente:
la persona y sus características innatas no importan; lo importante
es el discurso que articula y las ideas y sentimientos a los que
presta voz. Pero de pronto, aparece una escala de valores opuesta y
el contenido del discurso carece de importancia o reviste un interés
tangencial. La persona acapara el centro de atención y lo que dice
queda relegado a un plano secundario.
También alerta de la escalada retórica
en las redes. También hay protestas por equiparar raza y coeficiente
intelectual y genética (la Bell Curve), ya que nadie atiende a las
pruebas.